¿Cuántos medicamentos, cuantas camas, cuánta pintura, cuánto equipamiento de seguridad, cuánto material escolar (por mencionar algunos ítems), se podría comprar con más de 8 millones de dólares?
La respuesta -para cualquier bonaerense- es difícil de dar. Pero seguramente los funcionarios de las áreas de educación, de salud y de seguridad podrían hacer un cálculo rápido y todos estaríamos contentos.
Porque si bien el deporte ha dado alegrías a los argentinos, a pesar de que no todos los atletas reciben el apoyo necesario, muchas más sonrisas depara un hospital con recursos, una escuela en condiciones, un hombre de la policía con equipamiento que no se deba comprar él mismo...
La provincia de Buenos Aires disputó, y ganó, una pulseada con la provincia de Córdoba por tener en su territorio la final de la Copa Davis, hecho que se producirá entre el 21 y 23 de Noviembre para deleite de los amantes del deporte. Pero para llegar a este punto la provincia políticamente más disputada dispuso una erogación de 8.690.400 dólares que serán cobrados por la Asociación Argentina de Tenis para la organización y comercialización de ese encuentro tenístico.
Esa cifra, proveniente de las complejas arcas provinciales (5.000 millones de déficit para este año 2008), permitirá que los ojos del mundo se orienten hacia el Polideportivo Islas Malvinas de Mar del Plata. Es imaginable pensar qué pasará por la cabeza de quienes deben hacer uso de los hospitales bonaerenses, los que viven en el peligroso conurbano, los miles de cartoneros que vemos a diario sin más esperanza que la jornada que viven, o los que padecen la indignidad de comer de la basura...
Plata, quiero plata
Como si fuera poco el gasto tremendo que implica para el erario bonaerense la Copa Davis, trascendió que se busca seguir generando recursos a través del juego (aunque se rematen las frases publicitarias con que "es perjudicial para la salud"), instalando máquinas tragamonedas y salas de juego.
El propio obispo de San Isidro, monseñor Alcides Jorge Pedro Casaretto, se ha ocupado del tema, señalando que "el poder económico de los grandes empresarios del juego y sus alianzas con los poderes políticos son enormes", destacando que el juego es destructor de la vida y razón de la ruina de muchas familias.
Lo concreto es que no hay modo de comprender cómo el Estado por un lado estimula el juego de azar y por otro lado lo señala como peligroso. Es tan perverso como leer que "El cigarillo puede causar cáncer", escrito en los paquetes, y saber que la mayor parte del costo de cada atado son los impuestos que el Estado cobra desde hace años.
Como dijo hace muchos años un señor refiriéndose a una torpeza similar: Sería bueno cobrarle un impuesto a las prostitutas para colaborar con las mujeres que no venden su cuerpo, o exigirles un canon a los que consumen drogas, para costearle los estudios a los niños pobres...
El juego de azar, las apuestas, las máquinas tragamonedas, el casino, no tienen nada de inocente. Se trata de una peligrosa actividad a través de la cual miles de hombres y mujeres arruinan sus vidas, sus familias, sus proyectos más nobles. ¿Acaso quien va a tentar suerte poniendo unas fichitas en el casino es una mala persona? No, por supuesto. Es sólo un iluso que fantasea con salvarse, que quiere coquetear con la inmanejable y siempre esquiva suerte...
Lo verdaderamente malo es que el Estado (nacional o provincial) estimule a jugar, bajo la pueril excusa de que con esa acción se construyen hospitales, por ejemplo...
Además, y como si no fuera ya mucho, donde hay juego "a lo grande" ronda también el dinero negro, la prostitución, las drogas y el alcohol.