Partiendo de la lógica de que no podemos compartir un almuerzo si no estamos, que no podemos enseñar nada bueno a un niño si no lo tenemos a nuestro lado, y que un mundo mejor se hace con muchos elementos, pero principalmente con personas, el panorama presente es, en muchos aspectos paradójico.
Por un lado nos hallamos ante muchas mujeres que retrasan (postergan) su maternidad en aras de terminar una carrera, establecerse laboralmente y tener un lugar propio donde vivir. Parece que entre los proyectos personales está el de ser madres, pero hay varios otros planes que están primero.
Los hombres, por su lado, manifiestan esquemas parecidos aunque con la dinámica masculina, obviamente. Ellos también tienen planes, pero el de fundar una familia luego de un serio noviazgo es algo que los intimida. También tienen en su mente la idea de la paternidad, pero son parte de una sociedad que los invita a no comprometerse y a no crecer en responsabilidades, sino a disfrutar de posesiones y sensaciones.
Estos hombres y mujeres jóvenes son, sin dudas, parte de una Argentina compleja y de historias personales en muchos casos difíciles: ellos mismos son hijos de matrimonios desarmados o han crecido rodeados de casos demasiado frecuentes de fracasos familiares.
Esa realidad y esa historia provocan en ellos algo parecido a una convicción, aunque en realidad es un conjunto de temores e inseguridades:
Traer hijos al mundo es costoso y es necesario garantizar con bienes un buen pasar y, con el tiempo, el envío a un buen colegio (privado, por supuesto) para que tenga… un buen futuro.
El país es una jungla, la inseguridad te acorrala, la política está protagonizada por gente egoísta que no busca el bien de la sociedad, hay demasiados peligros a cada paso y todos te quieren perjudicar de algún modo.
Sea por una visión o por la otra (o un poco de cada una) muchos, desde hace tiempo, eligen postergar el nacimiento de los hijos y cuando lo hacen deciden limitar la cantidad.
Nuestros abuelos o bisabuelos, en general, tuvieron muchos hijos. Algunos señalan que los hombres no le preguntaban a su esposa si convenía o no tener intimidad, y las mujeres no le negabanun encuentro a sus maridos. Como la naturaleza es sabia, los hijos no tardaban en llegar.
Pero esa realidad no era la única: estaba también la importancia que se le daba a tener una familia, trabajar (y mucho) por sostenerla desde la economía y desde los afectos, imaginar que formar una familia era lo mejor que a uno le podía pasar. Y no hay familia real sin hijos.
Se puede sumar a este presente de paradojas, el concepto promovido por los impulsores del control poblacional de que las clases humildes tienen muchos hijos porque no saben como no tenerlos, y que la ignorancia de métodos de contracepción los hace parir hijos cada año y desde temprana edad.
Esta aparente justificación –muy difundida por cierto- no aclara por qué se embarazan las mujeres con mejor economía y más instruidas y, por ello, recurren al aborto “legal” en el extranjero (España por ejemplo) en gran número.
Finalmente, valga también, está el tema de la dificultad de concebir que viven muchos (al menos eso dicen algunos médicos) lo que nos brinda este más que curioso panorama:
1. Algunas mujeres no quieren tener hijos y postergan el embarazo para alrededor de los 30. 2. Otras mujeres quieren tener hijos y no pueden (tal vez las mismas que los postergaron antes), por lo que recurren a la cuestionable fertilización asistida. 3. Otras mujeres tienen abundancia de hijos fácilmente, en apariencia, por no saber evitarlos. 4. Otras mujeres se embarazan y suponen que matarlos dentro de su vientre (abortarlos) es algo a lo que tienen “derecho”.
Un premio mal concebido
Por estos días, paradójicamente, la fecundación in vitro –diseñada Robert Edwards para que las parejas infértiles pudieran tener hijos– puede haberse convertido en otro factor de infertilidad. Así al menos lo explica Carolyn Moynihan en un artículo publicado en Mercatornet.
Por un lado vale alegrarse por 4.000.000 de personas que nacieron por la fecundación in vitro, pero por otro lado debemos lamentarnos porque esa cifra es sólo el 20-30% de los embriones creados con ese procedimiento.
Pero aquí es donde llegamos a una curiosa paradoja: la esperanza que brindaba el milagro técnico de la fecundación in vitro empezó a funcionar como un motivo para retrasar la edad de tener niños y, por eso, se convirtió en una nueva causa de infertilidad.
La “revolución” desatada por la píldora anticonceptiva llevó a retrasar la edad de contraer matrimonio y de tener hijos. Esto es lo que seguramente pretendían los creadores de la píldora, tan preocupados por la “explosión demográfica” de mediados del siglo XX. En los últimos 40 años, ese retraso se ha ido incrementando a un ritmo constante, hasta el punto de que la edad media de las mujeres que tienen hijos ha pasado de los 25 a casi los 30 años en algunos países desarrollados.
Diversos factores han influido en este cambio cultural. Entre otros, la creciente participación de las mujeres en el mercado de trabajo y las desorbitadas aspiraciones de las parejas, que a menudo retrasan el inicio de la vida familiar hasta encontrar la casa de sus sueños y celebrar un casamiento de ensueño.
Infertilidad natural fruto de la edad
Estas parejas deberían saber que su fertilidad no durará toda la vida, pero la imagen del hombre en bata blanca que les “fabricará” un bebé si las cosas salen mal les tranquiliza. Tanto que los expertos en fecundación in vitro han empezado a advertir que ellos no hacen milagros.
Hace unos días uno de los principales expertos de fecundación in vitro de Nueva Zelanda dijo abiertamente que la causa principal de la infertilidad es el retraso de la maternidad. En 20 años, el número de mujeres en ese país que tienen hijos entre la mitad de la treintena y la mitad de la cuarentena ha subido de 5.000 a más de 13.600.
El doctor Richard Fisher dijo que un tercio de las mujeres sometidas a tratamientos de fecundación in vitro superaban los 40 años, edad en la que sus oportunidades de concebir de forma natural están entre el 6 y el 0%.
“Atendemos a la mayoría de esta mujeres –dice Fisher– porque tienen más de 40 años, no porque fueran infértiles de jóvenes. Cuanto más se retrasa la decisión de tener hijos, menores son las oportunidades de concebir. Así que si tienes la opción de concebir siendo joven, no deberías dejarla pasar”.
(...) El retraso de la maternidad también puede reducir la fertilidad en otro sentido. El lado irónico de la revolución reproductiva es la revolución sexual. El aumento de parejas sexuales durante la veintena aumenta el riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual, que a su vez pueden llevar a la infertilidad bien por infecciones pélvicas, bien por bloqueo de las trompas de Falopio. En una cultura donde se retrasa el matrimonio y la maternidad, la fecundación in vitro fomenta de manera indirecta los estilos arriesgados de vida.
De manera que, vistas las cosas en conjunto, el “gran invento” del doctor Edwards parece haber contribuido a provocar más infertilidad que a “resolverla”.