Nuevamente (como si en algún momento hubieran dejado de hacerlo...) San Isidro se ve ensuciado por afiches políticos.
Postes de alumbrado, cajas de electricidad, carteleras públicas y semáforos, principalmente, se ven enchastrados con la pegatina de los candidatos justicialistas con portación de parentesco (Galmarini y Cafiero), además de PedroMontenegro, uno sobre otro en un desesperado intento de figurar al alcance de la vista del ocasional peatón o automovilista.
Un extraño fenómeno, que es detectable en otros distritos por supuesto, que siempre resultará complejo de entender.
¿Es posible, por la sola insistencia de unos sucios afiches callejeros, lograr que alguien participe y vote a uno de estos señores?¿Es posible ensuciar lo que es de todos para anunciar que se es "el cambio", "una renovación", "el futuro", etc.? ¿No se les ocurre un modo de ofrecerse a sus compañeros-correligionarios-camaradas con algún método que no arruine los espacios comunes?. ¿Puede una acción de esta clase revertir el descrédito de que gozan los partidos políticos?
En esta ocasión son peronistas, pero algunos recordarán que fueron los seguidores del ARI de Carrió los que pintaron las calles de San Isidro (si, las calles) con pintura blanca y mensajes "de cambio", o que fueron radicales los que hicieron su pegatina indiscriminada en teléfonos públicos y frentes particulares, o que fueron de otras agrupaciones políticas o ideológicas los que se ocuparon de arruinar lo que era privado o de todos, frentes, postes y cestos de basura.
Piense el lector, con una mano en el corazón, si por el sólo hecho de que se lo repitany repitan, un apellido se le traducirá en sinónimo de algo bueno. Piense el lector si no son los hechos, las trayectorias, los antecendentes y capacidades demostradas, las que un hombre o mujer pensante busca para apoyar en un candidato.
Aunque, para ser amplios y no circunscribir todo a la baja política, habrá que sumar a esta brutalidad urbana a los organizadores de fiestas, bingos, docentes de clases de apoyo, los vendedores de fórmulas mágicas, y tantos otros que se abusan de los espacios públicos transformando cualquier lugar en territorio de la mugre.
Roñosos, ignorantes, desconfiables, abusadores. Calificativos que, en algún punto, les cabe a los mencionados Galmarini, Cafiero y los demás por mandar a emprender esta pegatina. O no impedir que sus seguidores la hagan. O no exigirles que limpien lo que dañaron.
¿Acaso tiene sentido seguir esta torpe costumbre?
Cualquier persona decente sabe que no hay mejor camino para construir un mundo, un país, un municipio, un barrio mejor que ocuparse de las cosas más pequeñas, más aparentemente insignificantes, más cotidianas: no sacar la basura en horarios o días inapropiados, no aceptar volantes en la vía pública si se piensa descartarlos en los próximos metros, ceder el asiento, ceder el paso, estar más atento a la necesidad del prójimo, ser más amable (sobre todo con los desconocidos), estacionar como corresponde, no hacer trama, cumplir con la palabra, etc., etc. y más etc.