Existe la pobre idea de que las personas pueden ser respetuosas, amables, ubicadas, y que se convierten en alienados, oportunistas, irrespetuosos al ponerse al volante de un auto, una camioneta, un camión o una moto.
No. De la misma manera que se conservan otras cualidades, el peatón y el conductor se comportan como son, en toda circunstancia porque son, sin dudas, la misma persona.
Esto lleva a que la auténtica tragedia de los muertos en siniestros viales no son por desconocimiento de las señales de tránsito, ni por un raro maleficio que transforma a un ser civilizado en una bestia irreflexiva.
Por eso, la forma de trabajar en mejorar la situación vial no está sólo en el básico aprendizaje de normas de tránsito, sino en los controles y las penalidades y, fundamentalmente, en la promoción de valores. De buenos valores.
Según cifras oficiales, en la Argentina muere una persona cada 2 horas en siniestros viales, lo que totalizó 4.369 fallecidos en 2023. El número, se dice, no contempla a las víctimas que fallecen horas o días después del siniestro.
La fría estadística muestra que el 75% de los muertos son hombres y que la mayor cantidad de víctimas tiene entre 15 y 34 años.
Como los cambios que se puedan lograr con campañas de valores, de interés por el prójimo, no son rápidos, lo primero que hay que hacer es extremar los controles de alcoholemia y de velocidad, entre otras cosas.
Sin dudas uno de los aspectos que puede condicionar a los irresponsables es que la política se de cuenta de la importancia del tema y promueva legislaciones duras: la pérdida de la licencia por muchos años o de por vida (según la falta cometida) serviría de mucho.
Existe, afortunadamente, la ley de "alcohol cero", pero hay pocos o nulos controles. Lo mismo que nada.
Según la Agencia Nacional de Seguridad Vial, 4 de cada 10 muertes viales son de motociclistas.
El Estado puede obligar a rendir un examen para que los futuros conductores aprendan sobre señales y prioridades, pero no puede hacerlos personas responsables y consideradas con el prójimo. Eso excede a las áreas estatales.
La imprudencia en un cruce de calles, en una rotonda, en una autopistas, en la distancia entre vehículos, no es adjudicable a desconocimiento de las reglas de tránsito, sino a la forma en la que vive el conductor.
Es la integridad, la generosidad, la valoración del otro, la comprensión del daño, lo que puede generar un cambio importante en la tragedia diaria de decenas de muertos (y discapacitados) por incidentes viales.
¿Cómo manejan los padres, los tíos, los abuelos, al trasladar a los niños? ¿Dónde estacionan? ¿Anticipan sus maniobras? ¿Respetan las prioridades y las velocidades? ¿Son considerados con el prójimo fuera del auto?
Los cambios importantes y duraderos no serán fruto de carteles, luces y multas, sino de los valores que atraviesen a la sociedad argentina.
