Sin atender las causas, los problemas seguirán
Los medios de comunicación más consumidos se ocupan casi en cadena nacional de lo sucedido con la niña asesinada en Lanús a manos de delincuentes ligados al tráfico y consumo de drogas.
Es válido preguntarse por qué, habiendo tantos otros homicidios, incluso de niños, toma tanto interés este episodio. No hay una respuesta precisa.
De todos modos, cuando sucede que toda la atención se focaliza en hechos así de terribles aparece la ilusión de que, tal vez ahora sí, los responsables políticos se harán cargo de empezar a hacer las cosas necesarias para que no vuelva a suceder. Pero eso no pasa.
Los asesinos de Morena no debían estar libres o, al menos, debían estar controlados o en un programa integral que los saque del mundo del delito. El Estado y la Justicia tendrían que haber hecho algo en alguna de las detenciones anteriores de estos malvivientes y no desentenderse del tema.
La marginalidad, la pobreza, la falta de proyectos de vida, las drogas, el alcohol, son parte indiscutible de “la fábrica” de delincuentes. No ver esto es muestra de incapacidad. Verlo y no hacer nada es evidencia de complicidad.
La maldad existe y se manifiesta en todos los ámbitos, pero los delincuentes no se hacen de la noche a la mañana. Son fruto de un entorno de marginalidad en el que delinquir es “un trabajo”, en donde es válido aprovecharse de cualquier situación en la que se pueda sacar ventaja, sin importar si es legal o ilegal, donde el alcohol es sinónimo de diversión y la violencia y el maltrato son cotidianos, donde hasta la “música popular” promueve lo que hace daño.
Sin virtudes (o buenos valores) es imposible salir del círculo de la marginalidad, del delito, de las drogas.
Estos caminos se aceptan de a poco, cuando se crece en ámbitos donde tener un hermano, prima o padre preso, adicto, violento o que no puede tener un buen trabajo porque ya fracasó en su escolarización. Los ejemplos son los que enseñan y, en ocasiones, lo raro es que algunos no sean delincuentes o consumidores de drogas teniendo un entorno que lo habilita.
La solución a un cuadro dramático de pobreza y marginalidad, de delincuencia y de drogas, de violencia e inseguridad, no puede ser rápida porque ha sido gestado durante décadas.
Una gran parte de la clase política que piensa siempre en las próximas elecciones, en sacar provecho personal, en favorecer a sus allegados, queriendo vivir de las prebendas, es imposible que se preocupe por trabajar a futuro sin beneficio directo.
Eso hace que la policía, la justicia, el sistema penitenciario sigan siendo piezas colaborativas del delito. Policías con temor a actuar y a denunciar a su propia fuerza, jueces que facilitan alegremente que los delincuentes vuelvan a las calles y cárceles donde muchos no abandonan la delincuencia.
Lo que es claro es que lo que hace falta no son sólo buenas políticas económicas.
Es preciso ir “al barro” para ofrecer dignidad, para favorecer el crecimiento real de la población, para comprometerse con los menos favorecidos, caminar con sinceridad los mismos lugares que se visitan en campaña política, mirar desde la altura de los ciudadanos comunes, saber qué significa tomar medios de transporte en el conurbano, ir a hospitales casi de madrugada a buscar turnos, sostener un comercio o PyME a pesar de la brutal presión impositiva, enviar a los hijos a escuelas privadas porque las públicas adoctrinan o carecen de infraestructura, y un largo etcétera.
¿Por qué hay organizaciones capaces de rescatar vidas de delincuentes o de dar soluciones habitacionales verdaderas y el Estado no puede hacerlo? ¿Por qué hay tanta gente en ONG atendiendo eficazmente las necesidades que el Estado es incapaz de enfrentar?
El despegue, la recuperación de la Argentina no será posible si la política sigue en su burbuja de no ver las causas de la realidad, de no pensar en los próximos 30 años, de rendirse ante las exigencias de organismos internacionales que CLARAMENTE no quieren que el país sea independiente de sus caprichos, de sus imposiciones, de sus negociados.
Un país peligrosamente despoblado (apenas 16 habitantes por Km2), vergonzosamente empobrecido pero con políticos que viven y cobran como en el primer mundo, que destruyó su gran educación pública, que no acierta a tener un gobierno digno, capaz, íntegro, que honre a sus próceres.
Sin una estrategia de gobierno que vaya a las fuentes de esta tragedia general, los problemas serán cada vez más grandes.
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