San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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Treinta años
   
[2006] - La extraña observancia que tienen estos aniversarios con números "redondos" por encima de números más grandes, es realmente curiosa. Excede el análisis de esta recordación de la que tantos hablan por estos días. Seguramente deberá ser un tema cultural que está tan instalado, que todos acuden en tropel a considerar los cambios de década más allá de la justicia de la consideración.

Pero dejando de lado esta curiosidad anecdótica, vale hacer un intento por mencionar algo con más amplitud que la vertida en los medios, declarada por funcionarios y repetida en muchos ámbitos.

El hecho es que se cumplen 30 años de un golpe de Estado que inició un período confuso, doloroso y cruel, como confusa, dolorosa y cruel es cualquier guerra.

Aunque la confusión, el dolor y la crueldad ya estaban promovidos, alimentados, financiados y organizados antes de esa fecha que hoy recordamos. Sabido es que no eran simples "muchachos idealistas que buscaban un mundo mejor" como se los ha definido a los activos participantes de la guerrilla subversiva.

Una parte importante de esos hombres -algunos muy entrenados en la guerra armada fuera y dentro de nuestro país- sabían qué estaban haciendo cuando secuestraban y mataban, ponían una bomba, ametrallaban un coche, o estimulaban con panfletos la acción terrorista buscando la toma del poder.

La zona norte -particularmente San Isidro- "proveyó" tropas para uno y otro bando. Muertos y heridos en combate que habían sido enrolados en las filas del comunismo armado del Ejército Revolucionario del Pueblo y Montoneros por un lado, y hombres integrantes de fuerzas de seguridad íntegros, honestos, además de civiles cuya única culpa era ser familiar o conocido de un militar, un policía o haber aparecido en una agenda.

Habrá que sumar también a militares impregnados de malas artes, ventajeros, liberales y corruptos, además de jóvenes inexpertos, engañados y atrapados por ideas que los llevarían a la muerte.

El Proceso de Reorganización Nacional fue, sin dudas, el marco erróneo que cobardemente ensució a no pocos hombres nobles que combatieron con valor a un enemigo organizado, artero, oculto, cuyo fin era tomar el poder e imponer un régimen que en el mundo sojuzgó, mutiló y mató -como sistema- a millones de personas por no adherir a él. Antes y después de la Segunda Guerra Mundial los campos de exterminio y las hambrunas emprendidas por regímenes comunistas no eran un secreto. Los pueblos ucraniano y chino son sólo una brutal muestra de ello.

El período iniciado el 24 de Marzo de 1976 con un manejo en las sombras de la realidad -cuando se debía ser claro y a la vista de todos- ubicó en un lugar de deshonra pública incluso a quienes hoy -30 años después- abrazan la carrera de las armas. Para la opinión pública -fogoneada por la opinión publicada- cualquier cosa que parezca un militar, un policía, un gendarme, merece desconfianza, o lleva un germen de injusticia, de impropio.

Y esto está cimentado no solo en la propia imprudencia e incapacidad de los militares que gobernaron la Argentina esos casi 7 años, sino también en la presencia ordenada, sistemática y constante de los adherentes al régimen que la guerrilla intentó imponer mediante el terror.

Seguramente los memoriosos recordarán que no fue solo la Argentina la que vivió una circunstancia de esta clase. Toda América era el objetivo de los movimientos subversivos. Y las grandes potencias mundiales no eran ajenas a todo eso.

Y para ello -localmente- hubo educadores, sindicalistas, abogados y sacerdotes asociados fielmente a esa ideología que cuestiona el poder y el autoritarismo, salvo que sea ella quien lo ejerza.

Fuimos muchos los que siendo chicos recibimos consejos de no levantar o patear ningún paquete -por inocente que fuera- por temor a que sea una bomba. O temer por estar en el lugar equivocado en el momento menos recomendable...


Un intento de conclusión

Al pie de estas líneas el lector podrá acceder a algunas imágenes de un pasado demasiado duro y tristemente cercano, aunque para muchos ignorado o borroneado. A esas 30 imágenes se le podrían sumar muchas otras, pero esas son las que hemos visto -y seguiremos viendo- en programas y publicaciones especiales, que en su mayoría evaden la memoria sincera y total.

Es muy difícil imaginar un tiempo de PAZ sin la memoria de todo. Es imposible que un joven entienda, no repita los errores del pasado si no le cuentan todo el pasado.

Seguramente muchos que empuñaron un arma o colocaron una bomba hace 30 o más años, como parte de una agrupación terrorista no volverían a hacerlo, ni lo recomendarían. Tal vez Dios les dio la oportunidad de entender. Seguramente muchos que vistieron un uniforme y fueron formados en la defensa de la Patria, no tendrían comportamientos indignos con semejante compromiso. Tal vez Dios les dio la oportunidad de entender.

Los que somos católicos entendemos que la batalla más dura es por una auténtica y profunda conversión, por erradicar el mal en el corazón del hombre. Es precisamente ahí donde está el desafío de todos los días. Una lucha a veces silenciosa, sacrificada, constante.

Porque solo un corazón cerrado, que no conoce el Amor, que no sabe de Dios, podrá hacer que siga habiendo injusticias, ambiciones, rencores y venganzas. Los que así viven seguirán en el pasado, sembrando el odio, apoyando un eterno círculo que no conoce ni considera la paz real y completa, como un objetivo de su trabajo.

¿Cómo pudo un joven suponer que enrolándose en las filas del comunismo armado podía hacer un mundo más justo, si esa concepción del mundo ya había fusilado a miles de personas inocentes...?

¿Cómo pudo un hombre formado en una escuela militar haber sido tan indigno portador de un rango o un uniforme?

"Esta generación pide una señal" (Mt 12,39) También nosotros esperamos la manifestación, la señal del éxito, tanto en la historia universal como en nuestra vida personal. Por esto nos preguntamos si el cristianismo ha transformado el mundo, si ha producido el signo del pan y de la seguridad, de los que habla el demonio en el desierto. 

Según la reflexión de Karl Marx, el cristianismo ha tenido bastante tiempo como para ofrecer la prueba de sus principios, para demostrar su éxito, para manifestar que puede crear el paraíso terrenal. Para Marx, después de todo este tiempo, a la vista está que hay que buscar otros principios para transformar el mundo.

Esta argumentación no deja de impresionar a buen número de cristianos y mucho piensan que es, por lo menos, necesario inventar un cristianismo diferente, un cristianismo que renuncia al lujo de la interioridad, de la vida espiritual. Pero por este camino, precisamente, impediría la auténtica transformación del mundo que empieza en un corazón renovado, un corazón vigilante, un corazón abierto a la verdad y al amor, un corazón libre y liberado.

En la raíz de esta petición equivocada de un signo está el egoísmo, la impureza de corazón que no espera otra cosa de Dios que el éxito personal y una ayuda para afirmar su propio ego como absoluto. Esta forma de religiosidad rehúsa fundamentalmente la conversión. Con todo ¡cuántas veces nosotros mismos dependemos de los signos del éxito! ¡Cuántas veces pedimos un signo y rechazamos la conversión!"

Joseph Ratzinger
(Benedicto XVI). Retiro predicado en el Vaticano en 1983



 
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