Mientras los omnipresentes medios de prensa más consumidos nos acosan o entretienen con noticias que a mucha gente no le interesan ni afectan, hay quienes solo pueden pensar en cómo la vida les cambió para mal: la delincuencia les llevó de un plumazo un hijo, un padre, un hermano.
Los padres de la niña Kim y muchos otros se ven obligados a intentar superar un dolor infinito por la crueldad que los privó de sonrisas, momentos, logros y desafíos.
Quienes administran la justicia y los que forman parte de gobiernos en distintos niveles han sido y son parte fundamental de una situación de descontrol absoluto que hace que haya que ocuparse de instalar alarmas, contratar seguridad, armar redes de vecinos que nunca son suficientes para estar protegidos. La tranquilidad que tenían algunos barrios es cosa del pasado. Ya no es posible estar jugando, conversando, yendo o volviendo de trabajar o estudiar sin considerar que un delincuente de a pie, en moto o en auto aparezca, robe, lastime o mate.
No es sólo la baja en la edad de los delincuentes, ni de poner controles en accesos, ni de patrullar o instalar más cámaras. La "fábrica" de delincuentes está muy activa y se alimenta de la pérdida de valores, de las penurias económicas, de la ausencia del Estado, de los prejuicios, del siempre presente "no te metas", entre otras cosas.
¿Cómo no solidarizarse con los padres que, entre lágrimas de dolor, le ruegan a la clase política que algo cambie para volver a vivir en aquel país que supimos tener?
Mientras seguimos soñando en que los políticos entiendan la realidad profunda de la Argentina, nos toca seguir siendo decentes, esforzados, comprometidos con nuestro lugar, movilizados por las buenas causas, activos, empecinados, bien dispuestos. Aunque otros digan que no vale la pena.
No todo está perdido.