Aunque no tengan la magnitud de lo que sucede en otras partes del mundo, en nuestro país los ataques a la fe católica se produjeron y se siguen produciendo.
Se han visto profanaciones en templos y en imágenes en ámbitos públicos sin mayores repercusiones desde hace tiempo.
Los cultores del odio han mostrado sus garras en momentos puntuales (como durante el debate por el aborto legal), pero no falta ocasión en la que las redes sociales se impregnen de burlas y agresiones brutales a la Iglesia Católica.
Quienes utilizan las redes habrán visto publicaciones que muestran a Javier Milei en estampitas al estilo de las que representan a Jesús. Utilizando montajes y programas varios se ve al presidente reemplazando a Cristo. Y, como parece inevitable, también se la ha visto a Karina Milei y a Donald Trump.
Este manoseo que se hace de la fe es aberrante y no es de ahora. Ya hace unos 4 años había merchandising de La Libertad Avanza con las mismas burlas. Y vale recordar que el espacio "libertario" que creó incluía en su plataforma electoral la eliminación de todo símbolo cristiano de edificios públicos, como lo promueve la masonería desde hace años.
Algunos de los muchos que justifican TODO del actual presidente, dirán que son sólo ocurrencias de seguidores que adhieren a los postulados del economista que ocupa el sillón de Rivadavia. Entre estos defensores a ultranza de Milei (y los que se le arriman por conveniencia política) no son pocos los que se presentan como católicos.
Pero son muchos los que están molestos e incluso anuncian que esto, sumado a otras acciones del gobierno, los llevarán a no volver a votarlo.
Cada uno sabrá (si es capaz de pensar seriamente) qué poner en la balanza: si el rechazo a lo que aparentemente no es Milei (kirchnerismo, por ejemplo) o los alcances a futuro de darle más poder a alguien que no ha dejado de ser un intolerante, procaz, violento con quien que sea atreva a pensar coherente o a mostrar las cartas que él prefiere ocultar.
Usar imágenes religiosas que deben ser respetadas para hacer un montaje de un deportista (como ocurrió con Diego Maradona hace mucho, con Lionel Messi en el último Mundial o con Franco Colapinto hace poco) es una ofensa, una burla.
Hay detras de estas burlas publicistas en algunos casos o estúpidos con programas de diseño y capaces de burlarse de los católicos.
Todos sabemos que no hacer declaraciones, no condenar tales ofensas, no condicionar a la tropa de imbéciles mileistas es una forma de avalar tales acciones. Mucho más en tiempos en los que la clase política vive más pendientes de las tendencias en las redes sociales que mirando realidad como corresponde: cara a cara.
Muchos, valga señalarlo, ya no confían en que Javier Milei tome en serio su anunciada oposición al aborto, aunque puedan parecer buenas algunas medidas contra la ideología de género. Ya pasaron 14 meses desde su asunción y se pueden estimar en 250.000 los niños que murieron abortados, sin que hubiera una sola campaña gubernamental de concientización frente a este genocidio.
Si Milei se emociona hasta las lágrimas frente a un rabino o en el muro de los lamentos, si al rato acepta la comunión en el Vaticano estando en pecado, si sigue hablando de recuperación de la economía mientras se pierden puestos de trabajo y bajan las ventas, si concurre a alguna ceremonia católica y, al igual que Mauricio Macri, no sabe hacerse la Señal de la Cruz, si su rechazo a los K es solo para la tribuna, si conversa con su perro (vivo o muerto), si cree que sus actos son respaldados por "las fuerzas del cielo", si son reales los vinculos con sus amantes, o si la tarotista de la hermana le tira las cartas mientras digita los pasos del gobierno, son cosas a evaluar por separado.
Lo que no debe tolerarse es la constante agresión y menosprecio a los católicos.