San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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  .: HISTORIAS

 
Los pobladores de San Isidro cuando llegaron los españoles
   
Cuando la conquista española arribó a lo que hoy es San Isidro, la población estaba compuesta de dos cepas indígenas: los guaraníes y los querandíes, aseguró el historiador Bernardo Lozier Almazán.

Según la versión de los primeros cronistas que en el siglo XVI reconocieron estas tierras durante la gesta de su descubrimiento, los guaraníes provenían del norte y habitaban las islas y el curso del río Paraná hasta el actual territorio sanisidrense, y los querandíes de raza mediterránea ocupaban la zona norte y el sur del Riachuelo, por lo que fueron los imprevistos testigos de la llegada de Pedro de Mendoza el 2 de febrero de 1536, cuando fundó la primera precaria población hispánica en el Río de la Plata, bajo la advocación de Nuestra Señora Santa María del Buen Aire.

Estos habitantes prehispánicos de San Isidro formaban parte de la confederación de los pueblos guaraníes que tenían su centro político, administrativo y religioso en Lambaré, capital indígena en cuya cercanía Juan Salazar de Espinosa fundó el puerto y casa-fuerte de Nuestra Señora de la Asunción, el 15 de Agosto de 1537.

Los guaraníes habían alcanzado el mayor nivel de civilización en esta parte de América, centrando su poderío en la región oriental del Paraguay, cuya vida socio-económica se fundamentaba en la actividad agrícola por lo que –al correr del tiempo- fueron ocupando las tierras fértiles ubicadas en las orillas de los grandes ríos e islas de nuestro litoral hasta alcanzar las costas de San Isidro.

Aquí se establecieron atraídos por la gran fertilidad de estas tierras, formando un pueblo dedicado a la labranza de sus "roxas", como se llamaba a las chacras, donde se cultivaban maíz, batata, maní, poroto, zapallo, etc., utilizando rudimentarias herramientas de trabajo, como azadas y palas contraídas con madera.

Araban la tierra en forma muy primitiva abriendo surcos muy superficiales, razón por la cual se decía que "rozaban" la tierra, dando lugar a que los primeros peninsulares los denominaran "guaraníes de las roxas", por cuanto a las chacras que los indígenas poseían en la actual región de San Isidro se las llamaba "roxas" o rosas.

Aparecen algunos antecedentes del empleo de este término en testimonios como los de Juan de Ayolas, que el 12 de febrero de 1537 instruyó para que se "procure siempre con los indios que siembren, mandando que nos hagan algunas rosas" para cosechar maíz.

También el teniente de gobernador Francisco Ruiz Galán ordenó “hacer ciertas rosas en las cuales se sembró maíz para que la gente comiese”.

Aquella buena relación de los colonizadores españoles con ciertos grupos indígenas no duró mucho tiempo debido a la crueldad implantada por algunas autoridades. Recordemos que Hernando de Montalvo, tesorero del Río de la Plata, informaba que en Buenos Aires, “al principio de su fundación venían a servir más de seiscientos indios” los cuales “se retiraron atemorizados al observar con asombro cómo el teniente de gobernador Capitán Antonio de Torres Pineda mandaba a ahorcar a los caciques”.

Su idioma era el guaraní, al que habían incorporado algunos vocablos pampas y quichuas, probablemente por los contactos comúnmente antagónicos mantenidos con los primeros y la relación comercial realizada mediante trueque de productos con los segundos.

Sus viviendas consistían en ranchos construidos con caña, paja, barro y sus techos los armaban con paja totora o juncos, sistema que en un principio debieron adoptar los primeros conquistadores por no disponer de mejores materiales.

Los querandíes, cuyo nombre -según el etnógrafo Samuel Lafone Quevedo- fue dado por su dieta asociada a la grasa animal (del guaraní "quirã", sebo o manteca, y "ndi", "con") eran nómades por sus hábitos de caza de venados, ñandúes e incluso guanacos y de recolección de frutos.

Eran de complexión robusta, fuerte y de piel oscura. Los varones iban desnudos o con un taparrabo de fibra vegetal o cuero. Las mujeres se cubrían con un delantal de paño que le llegaba hasta las rodillas. Se protegían del frío con mantas de cuero de nutrias.

Usaban morteros de piedra para elaborar una harina de pescado. Ante la falta de agua, recurrían a beber la sangre de los animales que cazaban.

Ulrico Schmidl escribió en "Viaje al Río de la Plata" (1536) "Estos carendies (sic) no tienen habitaciones propias, sino que dan vueltas a la tierra, como los gitanos en nuestro país; y cuando viajan en el verano suelen andarse más de 30 millas por tierra enjuta sin hallar una gota de agua que poder beber. Si logran cazar ciervos u otras piezas del campo, entonces se beben la sangre. También hallan a veces una raíz que llaman cardes la que comen por la sed. Se entiende que lo de beberse la sangre sólo se acostumbra cuando les falta el agua o lo que la suple; porque de otra manera tal vez tendrían que morir de sed."

El avance de la incipiente sociedad colonial, las enfermedades traídas por los conquistadores, los enfrentamientos, el mestizaje y la huida al sur por supervivencia, fueron empujando a la desaparición de los querandíes en la zona.

 
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