San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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No todo es igual
   
Sergio Tomás Massa (51) tiene cerca de 25 años de político. Está, como muchos, acostumbrado a la rosca, el negociado, al poder. Se mueve con comodidad en la mentira, la chicana, la simulación, eso que constituye el campo de "trabajo" de miles que se dedican a la política.

Javier Gerardo Milei (53) tiene cosas imposibles de compartir, pero propone algunas interesantes y otras necesarias. Y tiene, en el mejor de los casos, 3 años de camino en la cosa política, lo que es una desventaja frente a cualquier perro viejo y mañoso, que sabe de componendas, de abrazos en público y golpes de puntín en los tobillos.

"GANAR" una puesta en escena como la del debate por TV no compromete el resultado de las urnas, aunque habiendo tanto analfabeto cívico, tanta escasez de criterio y capacidad de análisis profundo, habrá quienes decidan o cambien de voto por el estudiado espectáculo del domingo.

Quien gane no lo hará por una diferencia enorme. Y quien pierda no va a desaparecer de la escena.

Si ganara Milei, Massa seguramente tendrá a su favor a la tropa sindical, a los ventajeros del mundo del espectáculo y de una porción de la prensa, a los lobby internacionales antivida y antiargentina, y a no pocos legisladores y gobernadores.

Si triunfara Massa, Milei no tendrá tanto poder, pero será una figura insoslayable -junto a Victoria Eugenia Villarruel (48)- de un nuevo escenario nacional, con mucho por hacer por afirmarse con vistas a las próximas legislativas. Seguramente unas pocas ideas de las que propone se pondrán en marcha igual.

¿Qué conviene más? Ni uno, ni otro.

Al Estado -ese que Milei sentencia que debería ser mínimo y casi un espectador de la realidad- le cabe ser la garantía de la buena educación (sin adoctrinamiento alguno) y salud para casi todos, como lo fue siempre (salvando las últimas décadas), pero puede evitar ocuparse de muchas de las cosas que en manos privadas funcionarían mejor (con el correcto control).

Sólo el 61% de los chicos termina a los 17 años el secundario y apenas el 13% lo hace con un nivel aceptable de conocimientos mínimos de lengua y matemática estipulados por las pruebas Aprender. Y ese porcentaje en a nivel país. En Salta y Tucumán es el 9%, en San Juan y Catamarca el 7%, en Chaco y Misiones sólo el 6%, y en Corrientes, Formosa y Santiago del Estero apenas el 5%. A esta situación no se llegó por quienes gobernaron los últimos 10 o 15 años. ¿Es posible construir un verdadero proyecto de país cuando hay tantos chicos que no saben leer de corrido, hacer algunas cuentas básicas o no comprenden un texto? ¿Cómo creerle a políticos que viven como si gobernaran un país europeo sin estremecerse ni mencionar la pobreza, el hambre y la marginalidad de medio país?

El Estado debe abandonar su voracidad característica que impide el sostenimiento y desarrollo de toda la actividad privada para alimentar una estructura desmedida e inútil en muchos casos. Pero debe fomentar, estimular y armar estrategias para que haya trabajo genuino y proyectos de vida en nuestro país, en especial fuera del codiciado territorio de Buenos Aires.

La Argentina debe hacer lo necesario para ser más competitiva y para eso debe, entre otras cosas, recuperar y potenciar el transporte ferroviario tanto de productos como de personas. Menos costos, mayor seguridad, menos negocios sindicales.

La Argentina debe dejar de matar seres humanos antes de nacer con el indigno aborto y no debe avanzar con la cruel eutanasia. Milei ha dicho que está contra el aborto y parece que no es partidario de la eliminación anticipada de enfermos y ancianos. Massa es partidario de ambos y de todo lo malo que propone la Agenda 2030.

El país necesita más hijos, más familias, para atender una estructura social básica sana. Pero la cultura, la economía, el temor, la incertidumbre, hacen que haya menos nacimientos y menos interés en ocuparse de los ancianos. La Argentina ya tiene los mismos problemas de los envejecidos países europeos. Hay más ancianos (se vive un promedio de 80 años), las demencias y otros problemas de salud aumentan, los ciudadanos en edad activa son menos y el futuro será más difícil aún para pagar jubilaciones y cubrir servicios sociales. Un país con una densidad poblacional tan exigua (16 hab./Km2), peligrosamente endeudado y tan mal manejado, está a merced de cualquier dominación.

Los que gobiernen la Argentina no pueden abandonar la causa Malvinas, bajo ningún punto de vista, pero sí deben olvidarse de darle protección a los avances indigenistas que atentan contra la soberanía y la paz social.

Muchas de las desigualdades que se padecen en la Argentina se han generado y sostenido con la ausencia del Estado. Sin caminos, sin centros de salud o escuelas dignos, el devenir de muchos lugares del interior profundo seguirá siendo una tragedia que unos cuantos "locos" solidarios intentan mitigar, corriendo detrás de los daños del sistema.

El narcotráfico, que todo lo destruye, es una realidad que no se puede tolerar en ningún proyecto de país, gobierne quien gobierne. En este campo, no hacer nada es una clara expresión de complicidad.

El armado de una agenda nacional con temas en los que todos deberían estar de acuerdo es indispensable.

No puede dar lo mismo robar que no hacerlo, destruir que construir, mentir que decir la verdad, estudiar que no hacerlo. Hay tanto roto, desgarrado, falseado, desde hace tantas décadas en la sociedad argentina, que nadie sólo podrá lograr mejora alguna por bueno o hábil que sea.

Iremos a votar y uno de los dos será el presidente por cuatro años. Pero, aunque muchos lo hemos dicho en abundancia, es lo que cada uno haga a diario en la vida real lo que puede ir mejorando las cosas: en la familia, frente a los niños, en el trabajo, en la vía pública (aunque nadie nos vea), en la escuela, en el barrio, en la entidad intermedia, podemos movernos con honestidad, con esfuerzo, con humildad, con generosidad, con paciencia.

Si queremos grandes cosas para nuestro país, no hay otro camino que ocuparnos sin excusas de lo que está al alcance de nuestras manos y que, tal vez injustamente, llamamos cosas pequeñas.


-> Alberto Mora

 
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