San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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La patria no juega al fútbol
   
La confusión y una importante cuota de ingenuidad impregnaron nuevamente el fenómeno futbolístico, en este caso en torno al ya concluido mundial en Qatar.

Se suele utilizar una terminología errónea al hablar de los encuentros deportivos de esta clase, refiriéndose a que "Argentina enfrentará a Francia", por ejemplo, siendo que no es en realidad "Argentina", sino un seleccionado de jugadores de fútbol que representa al país. Parece lo mismo, pero no lo es.

Empezando porque en muchos casos los jugadores, si bien son argentinos, hace años que no se desempeñan en equipos locales, como el caso del talentoso Emiliano "Dibu" Martínez que emigró a los 16 años y hoy tiene 30. Sin dudas un gran arquero que fue parte fundamental de la victoria de su equipo y cuya estabilidad profesional en Inglaterra no le llegó fácilmente.

Pero esto de que los seleccionados futbolísticos estén conformados por deportistas que no juegan en su país es algo que sucede con todos los equipos de los mundiales y torneos internacionales. Aspirar a que sean sólo jugadores con desempeño en su tierra natal es una idea interesante, pero al mismo tiempo una fantasía. Los grandes negocios de todos se derrumbarían.

En lo referente a la tremenda confusión que lleva a hablar de patria, amor, épica, Malvinas, vale entenderla como propia de quienes no tienen muy claro qué significa la patria, por ejemplo, si la están poniendo en los pies de un jugador de fútbol, aunque esté vestido con los colores de la bandera argentina.

Es indudablemente meritorio lo que el técnico Scaloni, sus ayudantes y todos los jugadores han hecho para llegar a ganar este campeonato. En el terreno deportivo han logrado un equilibrio, una contundencia, una precisión y una efectividad, que el seleccionado de fútbol no demostraba hace unos años y los hacía destinatarios de muchas y despiadadas críticas.

Pero convengamos que la patria no estuvo en juego en éste ni en ningún otro mundial, la unión nacional no se logra con una victoria futbolística, la superación de la cerrazón mental y el cuentapropismo de miles no tiene por eficaz receta un tratamiento intensivo de un mes de buen fútbol.

Como era imaginable, muchos iban a festejar durante días una victoria o llorarían a mares una derrota en el partido final. Pasó lo primero y es una alegría. Pero una catarata de excesos verbales busca equiparar al seleccionado con la grandeza de nuestros verdaderos próceres o nuestros héroes en la guerra.

Si un deportista, por bueno y ganador que sea en su disciplina, es considerado un "prócer" o un "héroe" se está bajando de su grandeza a los hombres que realmente entregaron su vida por la patria.

Hay futbolistas de excelencia en la selección que incluso han hecho declaraciones antes y después de la victoria, que demuestran sano criterio y clara visión de lo que significa el esfuerzo, el trabajo, el don de gente. Esos dichos son valiosos para que los escuchen en especial los niños, tan atentos a cada gesto o comportamiento de sus admirados ídolos deportivos.

Lionel Messi, hasta donde se sabe, siempre tuvo una vida ordenada, fiel a su esposa, dedicado a su familia, buen amigo, simple y sin aires de grandeza, a pesar de ser un poderoso multimillonario.

Este rosarino que aún se come las "eses" ha declarado en más de una ocasión que su talento deportivo es un regalo de Dios y que él se ocupó de esforzarse para ponerlo al servicio del juego y de la gente. Estas palabras cobran mucho valor en un mundo que insiste en dejar de lado al Creador y que promueve la convicción de que todo lo que uno consigue es exclusivamente por mérito propio.

Pero para ser equilibrado también, esta verdadera excepción que configura el argentino Messi en lo deportivo, en lo familiar, en lo amistoso y en su consideración hacia Dios, no va más allá de una rareza.

Se dice por estos días que el capitán del seleccionado y el resto del equipo son un ejemplo a seguir, por su dedicación, por su esfuerzo, por la actitud superadora ante las críticas, por la convicción. Pero la verdad es que hubo y hay muchos ejemplos de personas que demostraron comportamientos similares, e incluso superiores, y sin embargo, nada ha evitado la destructiva pendiente de decadencia social e institucional argentina.

Pero hablando de buenos ejemplos, ¿no lo fueron, acaso, nuestros padres, nuestros abuelos, de lo que significa esforzarse, ser honestos, ponerle el pecho a la adversidad, que debemos ahora agradecer que un grupo de futbolistas sea un modelo a imitar?

¿Tiene sentido acaso pensar que los más de 4 millones de personas que vivaron a los futbolistas el martes 20 de diciembre por autopistas y avenidas o todos los que palpitaron por la TV cada logro habrán de cambiar para mejor su manera de actuar en la vida? ¿Este acontecimiento hará que dejemos de votar a políticos que cambian de postura a cada rato y elijamos sólo a los intachables y de probada trayectoria?

¿Es posible imaginar que los delincuentes y destructores de la propiedad privada y pública abandonen su proceder por la victoria deportiva albiceleste?

¿Los niños que vieron y escucharon a Messi serán honestos, fieles, creyentes, esforzados y generosos por este ídolo así parece ser? ¿Pueden tener más peso Messi o Scaloni que los adultos que los rodean o los muchos malos ejemplos que reciben de muchos lados? 

¿Un éxito deportivo más entre los muchos que lograron argentinos por el mundo transformará para bien el país al que le dinamitaron la cultura del trabajo que mamamos de nuestros padres o abuelos?

Hubo gobernantes que adhirieron a un feriado nacional sin sentido y eso es criticable por todos los problemas y pérdidas que le ocasionaron a trabajadores, pacientes, estudiantes y ciudadanos en general. Pero también hubo más de 4 millones de personas que aprovecharon esa pésima decisión política para no trabajar, para no estudiar y acudir al descontrolado festejo.

La Argentina no estaba en juego en el mundial ni los jugadores son héroes o próceres, aunque algunos puedan ser un efímero ejemplo.

Es verdad que siempre será mejor un buen ejemplo (venga de donde venga) que uno malo o incluso su ausencia (que también es mala), pero vale poner cada cosa en su medida y lugar.

Reclamar por las redes sociales o en charlas de café que los políticos, tan arraigados en sus mañas, imiten al seleccionado de fútbol en lo que comentamos es, cuanto menos, ingenuo.

¿Se puede pensar en que esta circunstancial movilización popular del 10% de la población nacional tras un éxito deportivo se repita en rechazo a las medidas de gobierno en contra de la vida, la dignidad, la honestidad, la institucionalidad, la soberanía?

Son los padres y los adultos en general los que le enseñan a los niños cómo comportarse bien aunque no se reciban premios, cómo respetar las reglas y el honor, cuánto esforzarse, cómo honrar a la patria, cómo superar la adversidad.

El fútbol, como otros deportes que practiquen los niños, puede ser un camino, un recurso válido, para forjar personas íntegras y hay muchos ejemplos de ello, pero corresponde entender que no todos los que mencionan a Dios o se santiguan en un campo de juego, tienen una clara convicción religiosa, y que, aunque se agiten banderas argentinas, no es la patria lo que estuvo en riesgo en el campo de juego y, por lo tanto, las victorias tampoco tienen relación con eso.


-> Alberto Mora

 
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