Como muchas veces sucede, hay situaciones traumáticas que provocan un dolor profundo, paralizante, que desestabiliza todo.
Pero hay ocasiones (no pocas) en las que esa experiencia crítica transforma, abre puertas.
Ese es el caso de Sonia Concina, una mujer que afrontó la enfermedad de su hijo Leandro y cuya muerte, como es lógico, la sumergió en una profunda crisis de la que salió poniendo todo su esfuerzo y el de su familia al servicio de los niños.
Es así como nació la Fundación Leandro Olmos para Construir un Mundo Mejor que motorizó dos hogares que le dan contención, cobijo y sobre todo amor a cerca de 30 chicos judicializados de 0 a 10 años en Villa Adelina, partido de San Isidro.
Sonia nos recibió en una tarde plena de sol, durante estas vacaciones de invierno, para mostrarnos el trabajo que realizan desde hace 8 años.
El primer paso fue La Casa de Leandro, sobre la calle Joaquín V. González al 1900, que comenzó a funcionar a 4 años del fallecimiento de Leandro. Para ello la tarea se inició con allegados que ya conocían cómo emprender un hogar de niños y con un convenio con el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, de donde provienen becas para cubrir una parte de los gastos.
“Con mi marido nos conocimos en la Acción Católica, en Mendoza. Yo fui catequista, mi marido también, preparamos para la primera comunión y confirmación de adultos”, señaló, aclarando que nunca habían emprendido una tarea como la de la Fundación. “Para mí es el mejor homenaje que nosotros le podemos hacer a él (a Leandro). Hay que ver lo que realmente nos dan estos niños a nosotros, nos devuelven mucho más de lo que le podemos dar a ellos”.
“Nosotros queremos que se sientan en su casa, que su estadía no sea algo que les cree resentimiento en el futuro, que se hayan sentido queridos, que hayan podido hacer todas las cosas que merecen hacer los niños en cualquier familia”, explicó Sonia.
Los niños están separados por edad. Desde recién nacidos hasta los 3 años están en el hogar “Jayaya”, que funciona en la casa que da a la calle Manuelita Rosas, y de 4 a 10 en La Casa de Leandro. En cada hogar trabajan doce operadores, además del personal de limpieza, cocina y mantenimiento. Todos los niños van a la escuela desde las 8:00 a las 16:00, menos los bebés y los de nivel inicial, y son trasladados en una camioneta.
Las 6 personas que integran el equipo técnico de la Fundación se ocupan de lo que harían las familias, como ir a las reuniones de padres, por ejemplo. El equipo se completa con psicólogas, fonoaudiólogas y pediatra.
El promedio de permanencia de los niños es 3 años, aunque hay uno ahora que hace 6 que vive allí, y los bebés, que son los que más rápido son dados en adopción, están unos 8 meses. El 99% de los postulantes para adoptar quieren niños pequeños de no más de 2 años, algo que merecería cambiarse ya que esto va relegando a los que son un poco más grandes.
En lo referente a los recursos de los que se nutren los hogares están las becas del gobierno porteño, las colaboraciones de algunas empresas, las rifas, las cenas de recaudación (que hace unos años no se llevan a cabo) y las donaciones que van llegando de quienes conocen la obra (pañales, ropa y zapatillas, están entre las cosas más necesarias).
La Fundación está abierta a recibir voluntarios que se acercan a estar con los chicos en el hogar unas horas por semana para jugar, entretenerlos o para ayudarlos con las tareas escolares.
“Las devoluciones que tenemos de los papás, años después que se han ido, nos dicen ‘se nota que han sido queridos, porque saben querer’”, confiesa satisfecha Sonia.
Consultada sobre si su hijo Leandro está siendo honrado con esta obra por los niños, la fundadora dijo “Yo siempre digo que lo que más se sufre es la ausencia de no tener dónde colocar ese amor que a uno le queda latente y de recibir. Llegar y que me reciban con un abrazo yo ya tengo toda la recompensa que necesito. Sí, siento que estamos honrando a Leandro con todo esto”.
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