San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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  .: VALORES

 
Son las mismas personas, siempre
   
Nuevamente la violencia y el delito se adueñaron de los comentarios, motivados por la transmisión en directo de lo que sucedía en los alrededores de la cancha de River, en el barrio porteño de Nuñez.

Pero no sucedió nada novedoso, ya que el delito, la falta de respeto y la violencia son protagonistas de la realidad cotidiana en la ciudad capital del país y en el conurbano bonaerense.

Quienes se comportaron como bestias desenfrenadas el sábado 24 de Noviembre son delincuentes, circunstancialmente vestidos con camisetas y cotillón futbolísticos, que no necesitan demasiadas excusas para mostrarse como los vimos.

No quieren ninguna forma de autoridad, no les importa la propiedad privada, no quieren vivir civilizadamente, son ávidos consumidores de alcohol y otras drogas, y enseñan a sus hijos a comportarse de igual modo.

Por su parte, el Estado (que como es sabido por muchos no es sólo el Poder Ejectivo, sino también el Legislativo y el Judicial) se muestra regularmente incapaz para evitar situaciones como estas. Sea por inoperancia sistemática, falta de capacidad, prioridades equivocadas o abierta connivencia, la realidad siempre lo supera y "los empuja" a buscar justificaciones de ocasión para intentar explicar lo sucedido.

Se puede intuir, cuando no comprobar que la íntima relación del delito en sus distintos niveles con estructuras del Estado, de la actividad sindical e institucional, es la que hace que nunca se legisle severamente, para que sean posibles actuaciones adecuadas de la justicia y de las fuerzas de seguridad. De otro modo es imposible imaginar por qué no hay ni un sólo detenido por los daños materiales y físicos y por robos llevados a cabo.

Es claro que contar con legislaciones severas no soluciona todo, ya que sin la determinación del delito y la detención oportuna es difícil imaginar la aplicación de una pena. Y bien sabemos que incluso así es posible que nadie pague como  corresponde. Ejemplos tenemos de a miles en la Argentina, desde hace muchas décadas.

La contradicción, el desatino, la frase oportunista, la mentira desembozada, la búsqueda de ventaja a toda costa, la corrupción, en definitiva, no son parte de la identidad nacional sino manifestaciones del mal que atraviesa a nuestro país con el único objetivo de provocar su destrucción.

¿Sigue habiendo hechos positivos? Sí, por supuesto. El encuentro en San Isidro que definió el torneo de la U.R.B.A. mostró que es posible que haya dos oponentes en la cancha y miles de personas en la tribuna, sin policías ni vallados extremos para vivir una fiesta deportiva y un campeón.

Algunos dirán que el público del rugby, en general, es de otro nivel, más educado, de un perfil socioeconómico más elevado, y que el fútbol aglutina a seguidores de nivel más bajo y menos instruido. Un poco de razón tendrán, pero sólo un poco. Porque los seguidores de Alumni, de Hindú, del C.A.S.I. o del S.I.C. también gustan del fútbol y son hinchas de algún equipo, y no dejarán de comportarse correctamente en una cancha. Y si son violentos (como algunos que han protagonizado peleas en boliches) lo serán aunque provengan de buenas familias y tengan títulos universitarios.

Se trata de las mismas personas, como lo somos todos, que nos comportamos del mismo modo, sea que vayamos a una cancha de fútbol, conduzcamos un vehículo, atendamos nuestro negocio o estemos en casa con nuestros hijos. Si somos respetuosos, lo seremos siempre. Y si somos unos desbordados ventajeros, nos mostraremos en más o en menos siempre igual.

La diferencia está, entonces, en los valores. Y los valores se aprenden en el hogar, en la familia, con papá y mamá, con la abuela, los tíos y los primos. Entre todos se transitan los valores fundamentales, se ejercitan, se promueven, se respiran. No es la escuela ni el Estado el que debe o puede formar en este sentido, ya que, como vemos en muchos casos ni la escuela es coherente y bienintencionada, ni el Estado acierta hacia el lado de los justos.

Nosotros, simples ciudadanos, debemos ser empecinadamente respetuosos de las reglas de convivencia, tozudamente cordiales, caprichosamente generosos, insobornablemente amables. Mucho más si estamos junto a nuestros hijos o nietos. Ellos nos ven, nos escuchan, nos sienten. Todo comentario extremista, amenazante, desbordado, agresivo injustamente, será una enseñanza de cómo "hay que comportarse".

"Grietas", maldito lugar común, hubo siempre en nuestra historia, porque ellas están basadas en el egoísmo de las personas. Es esa mirada sesgada de la realidad, ese cuentapropismo desmedido, esa búsqueda de superación individual sin consideración del entorno, esa convicción de que "el otro" es alguien que se quiere quedar con lo mío, lo que va creando divisiones, sospechas, temores y desconfianzas exageradas.

El sentido de comunidad, de pertenencia, necesita de generosidad, de comprensión, de entrega, de diálogo, de justicia, de transparencia, aspectos que aún conforman los cimientos de la argentinidad. Y todo ello es necesario encontrarlo en nuestras decisiones cotidianas, además de intentar que estén cuando elijamos a nuestros representantes. 

 
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