San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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Miente, miente, que algo quedará
   
La frase se le suele adjudicar –aunque no hay prueba alguna de que la haya pronunciado- a Joseph Goebbels, ministro de Gobierno de Adolf Hitler.

También se dice que este hombre habría comprendido la importancia de la radiodifusión cuando sucedió aquel episodio de “La Guerra de los Mundos”, la teatralización radial que armó un joven Orson Wells que escandalizó a EE.UU. (1)

Aquello le indicó a él, y a cualquiera, que algo llevado a cabo con creíble tono, palabras adecuadas al relato, con los tiempos esperables para un suceso, borrando los límites de lo real y la fantasía, permitía influir decididamente en la población.

Pero Goebbels parece que no era más partidario de la mentira que de la reiteración. El jerarca nazi dijo en el Congreso de Nuremberg de 1934 que  “la buena propaganda no necesita mentir, en realidad no puede mentir. No tiene razón para temer a la verdad. (...) Una propaganda que miente prueba que su causa es mala y a largo plazo no puede triunfar”.

Inmediatamente uno piensa en la locura de los nazis y su visión del “problema judío”, la raza perfecta, el dominio del mundo, etc. e imagina que sólo con mentiras se sostiene una estructura demente. Pero parece que tanto Hitler como sus seguidores estaban convencidos de lo que hacían. Tal vez no decían que estaban masacrando a opositores, judíos, gitanos y cristianos, porque creían que sólo estaban cumpliendo un plan. Y ese plan era más importante que los “pasos” a seguir.

Goebbels sí escribió sobre la mentira en Enero de 1941, cuando dijo que Winston Churchill era partidario de la mentira y que de tanto repetirla acababa por creer que era verdad. “El esencial secreto del liderazgo inglés no debe buscarse tanto en una inteligencia particularmente afilada sino, mucho más, en una estúpida y bochornosa tozudez. Los ingleses se rigen por el siguiente principio: ‘cuando mientas, miente en grande y sobre todo persevera en la mentira’. Y así siguen mintiendo, aun a riesgo de volverse ridículos”.

La reiteración, entonces, y no sólo por lo que dijera Goebbels, sería lo que explica muchas cosas.

  • Tal vez por tanto escuchar que tal o cual personaje de la historia era “bueno” es que nos convencemos de eso. ¿Acaso no hubo libros de escuela que mostraron a Perón (antes de saberse que era un pederasta) y su esposa Eva (usando muchos dineros públicos para su fundación) como próceres, adalides de la patria, salvadores, refundadores de la argentinidad?
  • Tal vez por eso es que de tanto escuchar temas musicales de baja factura se nos “pegan” y hasta podemos llegar a tararearlos. ¿Acaso hay otra explicación para el reggaeton o el “éxito” de cantantes de dudosa afinación?
  • Tal vez por eso es que muchos se dejan maravillar con torpes costumbres importadas ¿O por qué es que hay tantos que festejan Halloween, celebran a Santa Claus y no la Navidad, se ríen con el burdo stand up, esperan la alfombra roja y usan miles de innecesarias palabras extranjeras (Bullying, hall, show, amateur, kit, pack, training, etc.?
  • Tal vez por eso es que se gasta tanto dinero en cartelería para imponer candidatos políticos “que miden”, sin tener nada serio que ofrecer, sostenidos por publicistas y frases hechas. ¿Tendrían resultado en las urnas si los ciudadanos fueran menos permeables al oportunismo, si tuvieran una mirada más crítica y le siguieran los pasos a cada político?
  • Tal vez por eso las feministas dicen con insistencia que en la Argentina hay casi 500.000 abortos al año buscando que se apruebe el asesinato intrauterino. ¿Acaso hay tan poca gente que conozca que eso es una mentira como para cuestionarlas?
  • Tal vez por eso es que se ven publicadas frases sin sentido, insultos, desnudos y vulgaridades en diarios, portales web, radios y canales de televisión. ¿Dónde habrán quedado el criterio y la formación de hombres de la prensa de hace unos 40 años? ¿De dónde salieron los actuales periodistas, locutores, conductores, redactores, productores de hoy?
  • Tal vez por eso es que muchos incorporaron burradas idiomáticas como “femicidio” y “violencia de género”. ¿Tiene sentido que matar a una mujer sea más grave que matar a un hombre? ¿No es que todos somos iguales ante la ley? ¿Acaso tiene asidero científico que uno pueda sentirse de otro sexo? ¿Y por qué seríamos considerados locos si nos sintiéramos… cabras?
  • Tal vez por eso es hay quienes repiten que algo fue realizado “en el marco de” y no “con el marco de”; que se realizó un “evento” y no un “acontecimiento” o un “espectáculo”; que habría que hacer un “racconto” y no un “recuento”; que se cumple el “veintiún” aniversario y no el “vigésimo primer” aniversario; que “se produjo” un accidente y no que “ocurrió”, por citar algunos ejemplos.

Del mismo modo que una palabra incorrecta puede provocar una reacción adversa al principio y con su reiteración se va naturalizando, se hace común, cotidiana, aceptable, de algún modo “válida”, lo mismo sucede con la realidad que nos rodea.

De tan repetida la realidad del delito a cada paso en la provincia de Buenos Aires no nos escandalizamos tanto como deberíamos. Pero vivimos con un nivel de temor o cuidado permanente, aumentando el nivel de estrés, pagando carísima la “costumbre”.

De tanto ver escándalos, bajezas y gritos en la televisión, terminamos viendo cualquier cosa sin reacción aunque se nos insulte todo el tiempo y hasta el más “correcto” nos sacuda con un léxico propio de un áspero changarín portuario, y borracho.

Es como si hubiéramos desechado -por ignorancia o falta de frecuencia- un plato bien pensado y elaborado, con buen pan, con buen vino, y nos hubieran convencido que es lo mismo un menú diario de hamburguesas y agua azucarada. Nuestro cuerpo (la sociedad) pagará las consecuencias tarde o temprano.

A algunas cosas no hay que acostumbrarse. Y eso no significa rasgarse las vestiduras a diario.

Aunque se reitere a diario, nos debe dar rechazo la falta de respeto, la vulgaridad, la discriminación, la deshonestidad, la opinión a la ligera, el insulto fácil, la falta de análisis.

La ausencia de información sólida, de sana crítica, de hábil articulación de conocimientos nos expone a “comprar hecho” cualquier mensaje. Y mucho más si se lo reitera con creíble tono, palabras acordes y diluyendo los límites entre la fantasía y la realidad.


-> Alberto Mora
Director de Contenidos


(1)
Del mismo modo que el gobierno de Adolf Hitler encargó el Volkswagen (Auto del pueblo), también diseñó la Volksempfänger (Radio del pueblo) buscando que todos pudieran tener un receptor y escuchar la propaganda del Tercer Reich.

 
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