Jérôme Lejeune es el médico e investigador que demostró en 1958 que el síndrome de Down tenía su origen en una alteración genética. Hoy a muchos le puede parecer increíble, pero antes de ese momento la ignorancia llevaba a señalar -sin razón alguna- que un niño nacía con este trastorno porque su madre había tenido un mal comportamiento sexual.
Este médico francés, nacido en París en 1926, luego de publicar su descubrimiento sobre la trisomía 21 fue designado como experto de la O.M.S. (Organización Mundial de la Salud) en 1962 y en 1964 fue nombrado Director del Centro nacional de Investigaciones Científicas de Francia y en el mismo año se crea para él, en la Facultad de Medicina de la Sorbona, la primera cátedra de Genética fundamental.
El Dr. Jérôme Lejeune era reconocido por todos, tanto por su fidelidad a la Iglesia como por su excelencia como científico. Se esperaba que recibiera el Premio Nobel. Pero en 1970 se opuso firmemente al proyecto de ley de aborto "terapéutico" de Francia. Esto causó que cayese en desgracia ante el mundo progresista. Prefirió mantenerse en gracia ante la verdad y ante Dios: matar a un niño por estar enfermo es un asesinato. Siempre utilizó argumentos racionales fundamentados en la ciencia.
Y llevó la causa pro vida a las Naciones Unidas. Se refirió a la Organización Mundial de la Salud diciendo "He aquí una institución para la salud que se ha transformado en una institución para la muerte". Esa misma tarde escribió a su mujer y a su hija diciendo: "Hoy me he jugado mi Premio Nobel". Tenía razón, ya que nunca se lo dieron. No querían a un científico que se opusiera a la agenda abortista.
Lejeune también rechazó los conceptos ideológicos que se utilizan para justificar el aborto, como el de "pre-embrión". Promovió la asociación "Laissez-les vivre" (Dejadlos vivir) y presidió "Secours aux futures mères", organización dedicada a ayudar a embarazadas en situaciones complicadas.
Juan Pablo II reconoció la excelencia del Dr. Lejeune nombrándolo presidente de la Pontificia Academia para la Vida, el 26 de Febrero de 1994.
El doctor Jérôme Lejeune fue invitado por el Senado de Francia en 1991, para que ofreciese su documentada opinión sobre el tema del aborto. Una de las opiniones fuertemente arraigada en dicha cámara, era la que sostenía que hay embarazos que "deben ser interrumpidos", cuando los antecedentes o el pronóstico parecen ser irreversiblemente malos.
Cuando se le otorgó la palabra al Dr. Lejeune, planteó un caso: "Tenemos un matrimonio en el que el marido es sifilítico terciario incurable, y además decididamente alcohólico. La mujer está desnutrida y sufre tuberculosis avanzada. El primer hijo de esa pareja muere al nacer; el segundo sobrevive, pero con serios defectos congénitos. Al tercer hijo le ocurre lo mismo y se le suma el hecho de ser infradotado mentalmente. La mujer queda embarazada por cuarta vez. ¿Qué aconsejan ustedes hacer en un caso así?". Un senador del bloque socialista manifestó categóricamente que la única solución para evitar males mayores, era practicar un "aborto terapéutico" inmediato. Lejeune hizo un largo y notorio silencio; bajó la cabeza por unos segundos en medio de su expectante mutismo; volvió a alzarla y dijo: "Señores Senadores, pónganse de pie, porque este caballero acaba de matar a Ludwig van Beethoven".
Con motivo de su muerte, Juan Pablo II escribió al Cardenal Lustinger de Paris diciendo: "En su condición de científico y biólogo era una apasionado de la vida. Llegó a ser el más grande defensor de la vida, especialmente de la vida de los por nacer, tan amenazada en la sociedad contemporánea, de modo que se puede pensar en que es una amenaza programada. Lejeune asumió plenamente la particular responsabilidad del científico, dispuesto a ser signo de contradicción, sin hacer caso a las presiones de la sociedad permisiva y al ostracismo del que era víctima".
El 22 de agosto de 1997, el Papa Juan Pablo II quiso acercarse al cementerio de Chalo-Saint-Mars, para orar ante el sepulcro del Dr. Lejeune. Cuando su esposa agradeció a Juan Pablo II ese gran gesto, el Papa le respondió: “Señora Lejeune: doy gracias a Dios por todo el bien que hizo su esposo, y por haber podido realizar hoy aquí, mi deseo de rendirle homenaje”.
En la XIII Asamblea General de la Pontificia Academia para la Vida, el 25 de Febrero de 2007, se anunció la apertura de la causa de beatificación del Profesor Jérôme Lejeune.
El 11 de Abril de 2012, en la catedral de Notre-Dame, la diócesis de París concluyó la encuesta diocesana de la causa de beatificación y canonización de Jérôme Lejeune.
Marthe Gautier, que sigue viva y era la segunda firmante en el artículo de la Academia de Ciencias (CRAS) que anunció el descubrimiento, es presentada ahora como la autora del hallazgo, junto con el profesor Turpin, jefe del departamento donde se hizo la investigación y autor de la primera hipótesis de trabajo.
Lo que molesta de fondo a muchos es que Lejeune era católico y provida. En el diario de izquierda radical Liberation, el periodista de temas de "ciencia", Sylvestre Huet, lo expresa así: "La Fundación Lejeune se transformó en un medio para luchar contra el aborto, al servicio de las ideas reaccionarias, que corresponden al compromiso cristiano integrista de Jerome Lejeune (¡su web de hecho denuncia en estos momentos la "teoría de género!"). De ahí su guerrilla sin escrúpulos que pretende hacer de Lejeune "el" estudioso de la trisomía 21, como si se le hubiera concedido el derecho moral a confiscar el discurso científico sobre el aborto, el tratamiento de enfermedades o de apoyo familiar".
La insistencia de los sectores anti-Lejeune (que son también los sectores pro-aborto) ha obligado a la anciana viuda del científico a salir de su retiro y escribir un contundente alegato y testimonio que recogemos a continuación y se publicó en el diario católico francés La Croix.
POR QUÉ ATACAN LA MEMORIA DE JÉRÔME LEJEUNE
(Por Birthe Lejeune)
A mis 87 años, abandono mi silencio para defender a Jérôme Lejeune, mi marido, fallecido hace veinte años.
¡Qué cacofonía sobre él y el descubrimiento de la trisomía 21! Y, sin embargo, los archivos son claros.
Tengo la suerte de haber conservado y clasificado minuciosamente la correspondencia entre los tres protagonistas.
¿Qué dicen los archivos? Jérôme entró en el equipo del profesor Raymond Turpin, en Trousseau, en 1952. Éste le confió la consulta de las personas que llamábamos 'mongólicos', y lo vinculó a la investigación sobre el mongolismo.
En 1958, año del descubrimiento del cromosoma de más en el par del cromosoma 21, Jérôme no era un novato. Tenía ya 42 publicaciones a sus espaldas, de las cuales siete trataban sobre el mongolismo (llamado a partir de ese momento trisomía 21), y su consulta tenía una gran reputación.
Cuando Marthe Gautier, veinte años después de la muerte de Jérôme, contesta su papel en este descubrimiento, se olvida mencionar que Jérôme trabajaba desde hacía años en estrecha colaboración con el profesor Turpin, que le consideraba el motor principal de la investigación.
Fue Raymond Turpin quien propuso a Jérôme ser el primer firmante de la publicación.
Tengo una carta de Turpin a Jérôme fechada octubre de 1958 en la que le felicita por su trabajo y en la que constata que Marthe Gautier aún contabilizaba 46 cromosomas, mientras que Jérôme, que anotaba todas sus observaciones en su diario de laboratorio, ya había contado 47 por primera vez en mayo de 1958 en un paciente.
Otra carta, de Marthe Gautier a Jérôme, le pide que se dé prisa en volver de un viaje para adelantar los trabajos de investigación.
Leyendo la correspondencia, siempre cortés, vemos bien el papel y la aportación de cada uno. Marthe Gautier es consciente de que a lo largo de su carrera Jérôme nunca dejó de expresarle su agradecimiento. Basta volver a leer el texto de la lección inaugural de 1965. Objetivamente, el estudio de los archivos contradice las recientes intenciones de Marthe Gautier.
Entonces, ¿por qué este ensañamiento contra Jérôme hoy? La razón es muy simple.
Él era genetista y, como tal, sabía que la vida empieza en el preciso instante de la concepción. Era medico según la escuela de Hipócrates y, como tal, se negaba a suprimir la vida de seres humanos desde el momento en que eran concebidos.
En 1969, en San Francisco, el día que le concedieron el William Allen Memorial Award, denunció públicamente las amenazas de la ciencia sobre la vida y las derivas de la cultura de la muerte.
Este discursó causó escándalo; pero su valentía y su coherencia también causaron la admiración de todos.
Él siguió con sus investigaciones, aunque sabía que se había enemistado a ciertos científicos por su libertad a la hora de defender al ser humano, único y vulnerable, desde el principio.
Sabía que corría el riesgo de que no se le concediera el Premio Nobel. Era valiente y yo estaba orgullosa de él. ¡Nunca se le perdonarán sus posiciones!
La oposición a la persona de Jérôme esperó años, después de su muerte, para volver a salir; hoy se manifiesta atacando al hombre y haciendo creer que fue un oportunista y un usurpador.
Sin que él pueda defenderse, se quiere ahora desacreditar a un hombre que se opuso a la medicina selectiva y a una investigación mortífera y, haciendo esto, se quiere ridiculizar su compromiso al servicio de la vida.
Con 87 años, no estoy dispuesta a tirar la toalla y dejar que insinuaciones y falsedades empañen la imagen de quien ha servido a sus pacientes y a las personas más vulnerables con toda su inteligencia y todo su corazón.
No debemos olvidar que fue un motivo de orgullo para la AP-HP (Assistance Publique - Hôpitaux de Paris, ndt) y para la investigación francesa.
¿Cómo podemos creer que una sola voz discordante tenga razón contra los miles de pacientes que él curó y las familias que consoló; contra los centenares de colegas con los que él se relacionaba, a menudo edificados por sus cualidades intelectuales y morales; contra los centenares de iguales, de comités de lectura, de jurados, tanto franceses como extranjeros, que
examinaron su producción científica durante catorce años; contra las decenas de facultades y universidades que lo acogieron y le han rendido homenaje en el mundo entero?
La perturbadora verdad es que él era un signo de contradicción. Ante la mentira que mata, su honor era el de no callar nunca. Pero su obra y su reputación le rinden testimonio.
(Traducción del texto de La Croix tomado del blog de la Fundación Lejeune por Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
Más información:
Amigos del Profesor Jerome Lejeune (www.amislejeune.org)
Fundación Lejeune (www.fondationlejeune.org)