San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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Misa por el inicio del Año de la Fe en San Isidro
   
El domingo 14 de Octubre el obispo de la diócesis de San Isidro, monseñor Oscar Vicente Ojea, ofició la Santa Misa en la iglesia catedral con motivo del inicio del Año de la Fe, establecido por Su Santidad, Benedicto XVI.

Durante la homilía, el obispo Ojea reflexionó sobre la importancia de renovar nuestra fe, partiendo de un reconocimiento del don que significa, don gratuito que Dios mismo pone en nuestro camino. "La fe nace y crece en el seno de una comunidad, en nuestra familia, iglesia doméstica, en nuestra comunidad eclesial.", señaló.

La fe crecerá con la Eucaristía y los sacramentos, pero como el Señor que "está saliendo de sí continuamente", le corresponde a los cristianos "salir de nosotros mismos, lo exige la coherencia, la coherencia entre lo que decimos que creemos y lo que vivimos, la coherencia entre lo que profesamos y lo que vivimos. La fe necesita coherencia", expresó monseñor Ojea, quien sobre el final de su homilía invitó a la comunidad a vivir este año intensamente. "El Año de la Fe atraviesa nuestra vida con esta invitación a renovarla, a refrescarla, a rejuvenecerla. Que este año nos lleve a valorar este tesoro para poder entregarlo mejor".


Texto completo de la homilía de monseñor Oscar V. Ojea:

Queridos hermanos, la primera lectura de hoy nos ha introducido en el tema de la sabiduría bíblica que, como bien decía el guión, significa gustar de la vida, disfrutar de la vida, en el sentido hondo, pleno, profundo, saborear la vida. De modo que la pregunta del joven rico tiene que ver bastante con esto "Maestro bueno ¿qué tengo que hacer para heredar la vida?, ¿qué tengo que hacer para ser feliz?, ¿qué tengo que hacer para disfrutar la vida, para vivir bien, para vivir en plenitud, para aprovechar la vida?". Digo palabras que solemos usar, disfrutar, gozar. Y Jesús le va a decir, después del diálogo: "Para disfrutar la vida tenés que tener la libertad de despojarte de todo, tenés que saber abandonarte, tenés que saber despojarte, tenés que desapropiarte". Esa pobreza evangélica, para Jesús es la condición de la libertad y además, para Jesús, esa pobreza evangélica es la posibilidad de conocer el don. Los pobres son agradecidos porque al no tener, al no poseer, saben reconocer el don. Tienen conciencia del don. Y la fe es el don más grande que el Señor nos puede haber regalado.

Hemos comenzado el Año de la Fe abriendo las puertas de la Catedral utilizando el texto con el cual el Papa ha inaugurado ya desde su carta la puerta de la fe, por donde entramos en la vida plena, por donde entramos a disfrutar la vida en plenitud. Y hemos entrado con la Virgen, que es la mujer pobre que ha sabido reconocer desde su pobreza el don de Dios. "Mi alma canta la grandeza del Señor y se estremece de gozo en Dios mi salvador porque ha mirado la pequeñez, la pobreza de su servidora". El Señor hace maravillas en nosotros porque ha mirado nuestra pobreza. Y nosotros, desde esa pobreza lo primero que hacemos, en este año de la fe que inauguramos, es darle gracias al Señor por el don y para eso tenemos que reconocer nuestra pobreza, ser agradecidos por el don. Esa agüita de Dios, el Espíritu que vino a humedecer nuestra tierrita seca y vino a hacer posible que brotara ese primer regalo.

Renovar la fe es entrar en contacto de nuevo con esa raíz de nuestra vida, con esa historia nueva que el Señor sembró el día de nuestro bautismo. Es una invitación, la del Papa, a poder volver a contactarnos con la raíz, con la identidad, con la profundidad, con lo esencial de nuestra vida, de nuestra historia, de nuestro camino.

La fe es don y por supuesto que, a medida que nosotros vamos tomando conciencia, y caminando a lo largo de la vida como nos enseña el catecismo de la Iglesia Católica, la fe tiene un contenido que adhiere, creemos en un Dios Padre, que nos ha salvado por Jesucristo, que nos ha enviado su Espíritu y que nos quiere llevar con él, que nos quiere regalar la felicidad, que nos quiere hacer participar de la vida misma de la Santísima Trinidad. Pero además de tener un contenido al cual nosotros adherimos desde la inteligencia y desde el corazón, un contenido cierto -pero no evidente- como afirma el cartel, repitiendo la frase de la Carta a los Hebreos. La certeza de lo que no se ve, la fe cierta pero evidente, es cierta pero caminamos a oscuras.

Además del contenido de la fe que celebramos, justamente la fe se celebra. Como la fe se entronca en la vida, es vida, es vida nueva, la fe se celebra como la vida. Por eso en la Eucaristía y en los sacramentos, que nutren la fe, nosotros celebramos la vida.

La fe nace y crece en el seno de una comunidad, en nuestra familia, iglesia doméstica, en nuestra comunidad eclesial. La fe se va apoyando en comunión, creemos juntos, nos apoyamos para creer, nos ayudamos a creer. Creemos en comunión, por eso necesitamos celebrar la fe. La fe es celebrada en los sacramentos. Por eso el Catecismo de la iglesia católica desarrollará primero el contenido de la fe, el Credo, y luego desarrollará los sacramentos a través de los cuales celebramos la fe.

La fe además, necesita salir de sí misma, porque cuando nosotros tenemos fe verdaderamente necesitamos transmitirla, comunicarla, salir de nosotros.

Creemos en un Dios que nos hizo a su imagen, pero este Dios es Trinidad y está continuamente saliendo de sí mismo. Dios se está dando continuamente a nosotros, primero en la creación, luego en la redención. El Señor está saliendo de sí continuamente, por eso nosotros, imagen de Dios, también, para vivir la fe, tenemos que salir de nosotros mismos, lo exige la coherencia, la coherencia entre lo que decimos que creemos y lo que vivimos, la coherencia entre lo que profesamos y lo que vivimos. La fe necesita coherencia, se despliega en la vida, por eso la tercera parte del Catecismo será cómo se vive la fe, cómo se puede vivir, cómo se puede ser coherente con la fe profesada. Sobre esto quiero detenerme brevemente en una frase del Papa, el jueves pasado cuando inauguró el Año de la Fe. Dice así el Papa: " Si ya en tiempos del concilio se podía saber por unas trágicas páginas de la historia lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora lo vemos cada día a nuestro alrededor. Se ha difundido el vacío, pero, precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir. Así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados en forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesita sobre todo personas de fe que con su propia vida marquen el camino. La fe vivida abre el corazón a la gracia que nos libra del pesimismo.

En el desierto, en el vació, en la dificultad, en la noche, es cuando brilla este tesoro que el Señor nos ha dado, nos ha regalado para que podamos encontrar el modo de comunicarlo, de darlo, de compartirlo."

La vida se despliega entonces, la fe se despliega en misión. La fe que creemos, la fe que celebramos, la fe que vivimos es la fe que rezamos. La fe nos lleva a la unión con Dios. Nos lleva a vínculo de amistad profundo con el Señor. Nos lleva a esta relación de persona a persona, que es la oración y allí crecemos, allí maduramos como personas y como cristianos.

Queridos hermanos, que en este año que comenzamos, que de alguna manera toca todas nuestras actividades diarias, actividades pastorales, el Año de la Fe atraviesa nuestra vida con esta invitación a renovarla, a refrescarla, a rejuvenecerla. Que este año nos lleve a valorar este tesoro para poder entregarlo mejor. Esta fue la intención del Concilio, esta fue la intención del famoso aggiornamento de Juan XXIII, de la actualización del mensaje, de poder, a través de un diálogo con el mundo que vivimos, en este desierto que vivimos, como dice Benedicto, que podamos encontrar los mejores caminos para poder transmitir y comunicar este tesoro. Que la fe rezada, esa fe rezada que rezó la Virgen, la fe que María pudo hacer oración en el silencio de su corazón, que podamos encontrar a través de este camino la renovación que necesitamos como familia, como iglesia para vivir y comunicar nuestra fe.

Que el Señor así nos lo conceda.

 
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