San Isidro, Buenos Aires | |

 

 

 

 

 

 

     
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  .: RELIGIOSAS

 
Navidad privatizada
   
La celebración de la Navidad incluye símbolos, música, gestos e intenciones que todos, en mayor o menor medida, reconocemos.

En tiempos previos a esta recordación se suele tener la sensación de cierta alegría, o tal vez algo de “buena onda”, asociada al espíritu propio de una fiesta.

No es para menos, la Navidad no es otra cosa que el momento del año más importante para un cristiano, habida cuenta de que se recuerda y valora el nacimiento de Jesús, hijo de Dios, crecido en el vientre de su santa madre, en la lejana Belén.

Hasta ahí, lo que sabemos porque nos lo enseñaron en casa, en el colegio, en la parroquia. Algunos lo sienten como un tierno cuento y otros como una impactante realidad que estremece.

Pero, vale mencionar que, lamentablemente, la Navidad parece que ya no nos pertenece.

Al menos para los medios de comunicación –omnipresentes dueños de nuestra agenda de comentarios y temas de conversación- la Navidad sólo le pertenece al mundo del comercio, en especial a los shoppings. Hemos vendido, y por menos de 30 monedas, la Santa Navidad de Cristo.

No debería sorprender. Dios no forma parte de lo cotidiano para los medios masivos de prensa, a excepción que se refiera a esa extraña ensalada de frases hechas, mohines y la poco creíble sonrisa de Claudio María Domínguez, alguien que mezcla todo lo que parezca "espiritual" y lo sirve en formato televisión, radio o gráfica, continuando su derrotero de recaudación new age. Claro que Domínguez no habla de Dios, sino de recetas facilistas, egoístas para convencer de que el "ombliguismo" es la salvación. Propuestas incoherentes, efectistas, para ciudadanos sin demasiado conocimientos, firmezas y con alguna tendencia depresiva.

Pero volviendo a la Navidad privatizada, es decir, mencionada como un argumento de venta -donde no puede faltar la efímera figura de un hombre vestido de rojo y blanco, triste caricatura de aquel San Nicolás del siglo IV que lo inspiró-, es parte del empobrecimiento de la espiritualidad, más cercana en estos tiempos a la emotividad que al cimiento de nuestra vida.

Recuperar la Navidad, la auténtica, la nuestra, la que revela el misterio, la que da sentido, la que estremece y proyecta, es misión primera de un buen cristiano. Suponer que Dios hará el milagro de un mundo mejor sin nuestra participación no es, como se podría suponer, adjudicarle el poder (que sí lo tiene) de cambiarlo todo cuando y como se le plazca. Es, sin dudas, no entender aún que Él hace el milagro cuando nosotros, tan falibles, tan escasos, tan limitados, ponemos en sus manos los cinco panes y dos pescados de nuestra pobre humanidad.

Bueno sería también, y es posible, que volvamos a recuperar a los Reyes Magos por encima del obeso Papá Noel, inflado de tanta bebida gaseosa. Valga ver que los Reyes tienen siempre cerca al Niño Dios, los vemos cruzando el desierto en su búsqueda, los recordamos venerando al pequeño Jesús en su humilde pesebre, los miramos entregando oro, incienso y mirra para honrar el milagro.

En cambio, Papá Noel no anuncia nada, no nos lleva a algo trascendente. Tan sólo parece que en algún sitio misterioso nevado fabrica juguetes y viaja una vez al año por el mundo para meterse por estrechas chimeneas. Una fantasía que es cada día más difícil de sostener y que se muere sin dejar efecto residual.

Valga decir, que esta consideración no tiene por finalidad atacar la fantasía, la ilusión. Es que de nada sirve ubicar en el centro de la escena a Papá Noel cuando no es él el centro, sino Jesús, Dios mismo que elige tomar la frágil condición humana y acercarnos el milagro de la salvación.

Nos refieren que, en otras partes del mundo, las ciudades celebran la Navidad sin especular con vendernos nada. Por el sólo hecho de que los habitantes y turistas perciban el maravilloso mensaje de la paz, la armonía y las mejores intenciones.

Finalmente, es de mencionar que la dilución del mensaje cristiano también se ve en tarjetas y mensajes de saludo. Si alguien no cree, no tiene la fortuna de tener la cosmovisión de un cristiano, es una cosa. Pero si se tiene la convicción de un hombre de fe, de que Jesús es el hijo de Dios y de que con Él la vida tiene un sentido pleno ¿cómo saludar entonces con un mensaje anodino, lavado, desprovisto de un perfil evangelizador? Es otra de las consecuencias de este proceso de descristianización de la Navidad: Algunos –tal vez más de la cuenta- suponen que “para no herir la sensibilidad de los que no creen” deben evitar mencionar sus propias convicciones. Nada más errado.

La Navidad no es algo “lindo”, “bonito”, para que disfruten los chicos. La Navidad es algo valioso y es para todos.

Revitalizarla, ponerla en su lugar, dotarla de lo que le pertenece y liberarla de lo que le es ajeno es misión de cada hombre y cada mujer que reconoce en Jesús el centro de su existencia.

-> Alberto Mora

 
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