Mientras nuevamente el mundial de fútbol concita la atención de la mayoría y hasta los urgentes reclamos gremiales y sociales parece que se acomodarán a los horarios de los partidos -o serán postergados por un mes- las tragedias se suceden en la Argentina, sin que muchos las adviertan o se estremezcan.
La ministra de Salud de la Nación, Dra. Carla Vizzotti, dio a conocer la cifra de 73.487 abortos realizados durante el 2021 en el sistema público y de 34.000 más en el primer semestre de 2022. A esos niños (así lo define nuestra Constitución) hay que agregarles los que han sido desechados en el sistema privado.
Aunque no haya datos finales del ámbito público y no se cuente con cifras exactas de los privados, podría estimarse para fin de este 2022 en no menos de 240.000 los seres humanos a los que no se les permitió nacer.
De ésta forma, además de otras, la clase política nacional -confabulada con mezquinos intereses locales e internacionales- se ocupa de destruir la despoblada y empobrecida Argentina.
Sólo en dos años casi un cuarto de millón menos de hombres y mujeres a los cuales se los mató en el primer tramo de su existencia.
Miles de niños que no sonreirán, no jugarán, no aprenderán.
Una multitud de personas que no estudiarán, no trabajarán, no desarrollarán ninguna novedad científica ni tecnológica, no pagarán impuestos ni aportarán al deficitario sistema jubilatorio.
El aborto, además de una tragedia para el ser humano al que se destruye y un aporte a la crisis moral para sus padres, es una falta absoluta de visión política, una incapacidad para gobernar, una demostración de deliberada traición a la patria.
Haber aprobado -con engaños y trampa- la legalización del aborto, contra lo que establece la Constitución Nacional, requirió no sólo de un imbécil como Alberto Fernández en el sillón presidencial, sino de la mayoría de los partidos y alianzas políticas, de la complicidad de los medios de comunicación y de las asociaciones gremiales.
Todos ellos son, sin dudas, culpables de que unas 120.000 personas al año sean canceladas, desechadas, destruidas con el bestial aborto, sea químico (la mayoría) como quirúrgico. Y también son responsables de los daños físicos, emocionales y psicológicos de sus progenitores (principalmente las mujeres) y todos los perjuicios sociales que acarrean en la sociedad sus individuos moralmente quebrados.
El aborto legal en EE.UU. ha ido cayendo gracias a la medida tomada por la Corte Suprema a mediados de 2022 confirmando que la Constitución de ese país no avalaba la supuesta legalidad. Por esta medida y por la Ley del Latido se han ido salvando de la muerte miles de niños y sus madres, se puede deducir, se evitaron un daño interior que las acompañaría el resto de sus vidas.
Se puede suponer también que es la mujer la que va a pedir un aborto a un hospital o una clínica y que se le da lo que pide. Pero el Estado o una prepaga no son inocentes en ese episodio toda vez que "sele sugiere" aborto a una joven estudiante o a la mujer que ya es madre de varios hijos. En la práctica se presiona a una mujer con cierta indefensión para que deseche a su hijo. Como se sabe las leyes tienen un aspecto pedagógico: si algo es legal, muchos entienden que es bueno.
Entonces, cuando la legislación señala que algo está penalizado no está agrediendo a la ciudadanía, sino que la está protegiendo.
Las cifras mencionadas constituyen un verdadero genocidio, organizado, financiado y promovido por el Estado, y apoyado o justificado por la mayor parte de la clase política.
Mientras queden argentinos de bien, decentes y conscientes del daño del aborto, es preciso utilizar todos los caminos para derogar la indigna ley 27.610, para presionar por la aprobación de la ley del latido y para aprender cómo ayudar a una mujer en problemas que piensa que abortar a su hijo... puede ser una solución.
