En la Argentina desde hace muchos años, los enemigos de la vida por nacer
trabajan incansablemente para imponer sus maldades con la complicidad
creciente de la clase política, los medios de comunicación más
consumidos y el poder económico
internacional.
Sólo enumerar todo lo que sucedió en
2018 para frenar la avanzada brutal, irracional,
inconstitucional es, literalmente, agotador.
El año se había iniciado con
el grato sabor de la primera Marcha por la Vida realizada en Septiembre y que
reunió a una entusiasta multitud, sin apoyos mediáticos, empresariales
ni religiosos. Sólo ciudadanos que encontraron la oportunidad de decir
públicamente, sin miedo, que querían que la vida humana fuera respetada
siempre.
El inicio de las sesiones del Congreso nos sorprendió con el
inverosímil anuncio presidencial que impuso el debate sobre el valor de la vida,
justificándolo como "una deuda" que se tenía en la sociedad.
Una hipocresía más de la clase política que se empecina en traicionar a la Ley
Fundamental y, sobre todo, a la voluntad popular que no había votado un programa
de gobierno promuerte.
Aquella acción imprevista de Mauricio
Macri, que fue acompañada por su gobierno para forzar la legalización
del homicidio prenatal, impulsó al incipiente movimiento provida a cerrar filas
-aunque no faltarían cuentapropismos, bajezas y traiciones internas-, y entre
las redes sociales, la marcha del 25 de Marzo, la del
20 de Mayo y las cien reuniones, rezos y esfuerzos, la
Argentina se puso de pie y millones de voces le gritaron al gobierno, a los
legisladores y al mundo que la Ola Celeste había llegado para
quedarse.
La sesión del 8 de Agosto en Senadores llegaba
luego de una derrota de la decencia en la Cámara de Diputados. En la madrugada
del día siguiente, a las 2:55, cuando habían pasado más de 16
horas de exposiciones 38 senadores (14 mujeres) se
imponían a 31 (17 hombres) y el inmoral proyecto verde mordía
el polvo, a pesar de la aceitada maquinaria montada para destruir niños
legalmente.
El proyecto buscaba permitir el aborto hasta las 14
semanas de gestación, y hasta los 9 meses de embarazo
bajo las causales de violación, riesgo de vida y salud de la madre e
inviabilidad fetal. También prohibía la objeción de conciencia
institucional.
Lógicamente, lo que sucedió aquella madrugada fue
entendido por muchos como una victoria circunstancial. El
abortismo saldría a cobrarse cara la derrota, seguirían mellando las estructuras
básicas de la sociedad -la familia principalmente-, aprovechando que el mundo
del espectáculo más promocionado y el periodismo más encumbrado está
alineado con los intereses de empresas e ideologías
antivida.
El 2019 no tuvo tratamiento de proyecto de aborto en el
Congreso, tal vez porque las campañas electorales imponían reservas sobre el
tema (salvo el abortista Alberto Fernández que no dejó de
publicar su activismo), o porque el gobierno nacional ya había decidido afrontar
la derrota redoblando los esfuerzos para la eliminación sistemática de niños en
los hospitales usando Misoprostol.
El nuevo gobierno,
formado por otra alianza de partidos (que incluye unos cuantos políticos
que firmaron el Pacto de San Antonio de Padua prometiendo defender la vida desde
la concepción), anunció que tiene las mismas intenciones de legalizar
la barbarie. Con otro estilo pero con los mismos compromisos internacionales que
acercan dinero a cambio de genuflexión total.
La guerra que los
militantes del odio le declararon a la Argentina hace décadas necesita
ciudadanos formados, que no se queden escondidos y
satisfechos detrás de una computadora, que se unan a una organización
que priorice realmente la defensa de la vida y la familia, que
sepan ver con claridad a dónde van dirigidas las políticas gubernamentales y los
proyectos legislativos. De otro modo, el avance sobre la vida y la familia
no tendrá freno.
Las organizaciones provida, por su
parte, se deben una reflexión profunda para comprender que no
puede haber algo más importante que lo que dicen defender, y que la búsqueda de
protagonismos en procedimientos, seguidores o afiliados sólo favorece a
los enemigos. Las bajezas, boicoteos o torpes vanidades deben quedar
afuera del movimiento y corresponde ponerlos en evidencia como un camino
necesario de salud.
Si está claro cuál es el objetivo y
se habla cara a cara, no puede esperarse otra cosa que más victorias.