El problema no es una sociedad machista, sino una sociedad violenta
Cada día comprobamos de múltiples formas que vivimos en un país enfermo de violencia.
Violencia institucional, violencia en la calle, violencia a cada paso. Violencia de uno que perjudica a otro, en poco o en mucho. Y que no le importa o hasta la considera válida.
Poco a poco, como ocurrió en otros países, fue invadiendo el vocabulario nacional el término “género” asociado para algunos a “mujer” y para otros a aquello que “parece serlo”.
Y con el término –que para eso se lo impulsó- llegó el concepto “violencia de género”, una construcción ideológica que inclina la balanza de las críticas hacia el hombre por una aparente condición brutal, por naturaleza.
Quien se ubica detrás de estos conceptos es el feminismo, una forma de extremismo relativamente novedoso en términos históricos, que busca acusar al hombre de casi todos los males del mundo.
El hombre, por naturaleza dotado de cualidades para ejercer la fuerza, es a donde apuntan los cañones del despropósito feminista.
Por el hombre es que la mujer está “obligada” a ser madre, por el hombre es que la mujer está “obligada” a amamantar, por el hombre es que la mujer está “obligada” a ocuparse del hogar y los niños.
El feminismo –como algunos dicen “el machismo con polleras”- considera que está mal que la mujer no forme parte del despiadado mundo del trabajo fuera de la casa; que está mal que las empresas no sean manejadas en el mismo número por igual por mujeres; que es más importante la calidad que la cantidad de horas que se está con los hijos; que el hombre que hace las tareas del hogar que históricamente hizo la mujer es “mejor hombre”; que está bien poner “cupo” femenino en los ámbitos legislativos u otros; que las mujeres deberían poder ejercer el sacerdocio; que tener hijos y ser ama de casa es relegarse, etc.
La lista podría continuar pero, aunque no son temas menores porque se encadenan con otros y potencian el desequilibrio, hay imposiciones feministas que son más graves y urgentes.
El feminismo, como considera que parir, amamantar y criar hijos es una carga, que es una “ocurrencia” de la sociedad machista, sostiene que el aborto –en cualquiera de sus instancias- debe ser “un derecho”.
Legisladores, funcionarios políticos, organizaciones, periodistas, van solapada o abiertamente socavando el sentido común y con todos los recursos que consideren necesarios –la mentira en la mayoría de la veces- buscan que la sociedad deje de ver lo importante y se coloque sus deformadas lentes egoístas.
Como las bacterias a las que no se combate, saben que necesitan tiempo y esperan el momento oportuno para avanzar. Cuando la temperatura y el ambiente estén como deben estar, ocuparán su espacio y sobrevendrá la infección.
Pero la violencia es siempre violencia. Y en todos los casos.
Fue el feminismo junto a sus socios quien logró que en muchos lugares aparezcan leyes o disposiciones tuertas, como la que incorpora el término “femicidio”, como si “homicidio” refiera sólo a individuos de sexo masculino. Una real torpeza, si no fuera una deliberada acción ideológica. ¿Por qué sería más grave matar a una anciana que a un anciano?
La reciente movida en la Argentina titulada “Ni una menos” captó la atención de miles que, naturalmente, se sumaron al rechazo a la violencia hacia la mujer pero, aunque no fueron mayoría, hubo presencia de activistas que reclamaron con ello, el remanido aborto “libre, seguro y gratuito”.
Por otra parte, colaborando con una forma de violencia hacia la naturaleza, los empobrecidos medios de comunicación es empecinan en llamar “ella” a los hombres disfrazados de mujer. Que nadie ose decir lo contrario. Una cofradía pública de opinadores ubicará los dichos en el estante de los “retrógrados”, los “conservadores” o algo parecido. Para colmo, el Estado impuso los caprichos lobbystas e hace lo inimaginable: entrega documentos nacionales de identidad que mienten. Consignan que su poseedor es “mujer” porque así “se siente”…
Finalmente, como parte de estas miradas egoístas –impregnadas de negocio político, ideológico y/o económico- es posible ubicar a cierta porción de la ciencia médica en su propuesta de anticoncepción (con componentes antivida) y de fertilización asistida. Como es sabido, la vida tiene un inicio y cualquier procedimiento deliberado que cancele su desarrollo, por temprano que sea, constituye algo científica y moralmente cuestionable. Cualquiera que se lo proponga puede comprobar que la mayoría de los profesionales médicos que se mueven en ese campo, se mofa de cualquier reparo que se ponga sobre la manipulación de embriones en su etapa inicial.
El Estado nacional o provincial –siempre tan desparejo en el manejo de los recursos y las prioridades- se muestra “orgulloso” de costear con nuestro dinero carísimos métodos de fertilización asistida, pero no se empecina en evitar la dádiva social, en acelerar la adopción de niños o en asistir a una embarazada de riesgo.
Por fortuna –y convicción- San Isidro no apoya el aborto.
Le pregunté hace una década al intendente Gustavo Posse frente a quienes buscaban imponer el aborto como “derecho” en ese momento y fue categórico: “Lo descalifico, ni siquiera merece el análisis eso. En la Argentina nuestra formación, nuestra idiosincrasia, nuestra formación religiosa no da siquiera al tratamiento del tema".
“De todas maneras el aborto no es un tema religioso...”, le acoté. Y expresó: "La vida es una convicción. Así que eso no va a cambiar".
Seis años después, en 2011, el mismo intendente –hijo de un prestigioso médico pediatra y con idéntica postura contraria al aborto- firmó el decreto por el cual declaró a San Isidro “Partido por la Vida desde la Concepción”.
Hace poco, cuando en Beccar, el mismo Posse fue al encuentro de su entorno político y de un sinnúmero de instituciones y anunció que sería candidato a intendente en 2015 destacó la importancia de seguir trabajando por cada vecino, desde la concepción y hasta la muerte natural.
Esto último implica que, aunque aparezcan abogadas, funcionarias o activistas declarando en espacios de San Isidro su posturas con secretas intenciones preaborto, existen convicciones y decisiones oficiales y una comunidad organizada, a favor de la vida y contraria a toda forma de violencia, incluida el aborto.