El término "femicidio" está relacionado con el de "Gendercide" o "genericido" que fue utilizado en 1985 por Mary Anne Warren en su obra "Gendercide: The Implications of Sex Selection". Se trata de un neologismo referido a la matanza sistemática de los miembros de un determinado sexo.
El término habría empezado a usarse en los años '60 a consecuencia del asesinato de tres mujeres dominicanas por parte del servicio de inteligencia militar de su país. Quien parece haberlo usado públicamente por primera vez -en una reunión feminista en Bruselas, en 1976- fue Diana Russell. En su discurso, Russell reconoció que el término femicidio ya existía, pues había sido utilizado en la obra "A Satirical View of London" de J. Corry en 1801.
Russell, junto a Jane Caputi, justificó el término como "el asesinato de mujeres realizado por hombres motivado por odio, desprecio, placer o un sentido de propiedad de las mujeres". En 1992, junto a Hill Radford, definió el femicidio como "el asesinato misógino de mujeres cometido por hombres".
Esto implicaría que, surgido bajo las banderas del feminismo -tan malo como el machismo-, el neologismo no referiría a la muerte de una mujer, sino a la muerte de una mujer a manos de un hombre. Eso indicaría que si una mujer mata a otra, curiosamente, no se estaría hablando de femicidio.
Tan caprichosa variación choca inevitablemente contra las normas básicas del derecho, pero no es de eso de lo que se habla, sino de feminismo.
El asesinato de recién nacidas o el aborto selectivo de fetos del sexo femenino (barbarie presente en países como China o India) también serían femicidio. En China existen más de 200 clínicas dotadas de tecnología suficiente para determinar tempranamente el sexo para proceder al homicidio, perdón, al femicidio intrauterino.
En la Argentina, el Senado había aprobado en Octubre de 2012 la figura de "femicidio" por la que sería un delito autónomo con pena de prisión perpetua, a diferencia del homicidio agravado por el vínculo que es penado con presisión o reclusión de 8 a 25 años. Esto implica que asesinar a un niño o a un anciano (varón) tiene menos pena que acabar con la vida de una mujer. Pero si la víctima es hombre y se "autopercibe" mujer la condena para el homicida sería mayor.
Nacido el concepto de femicidio en el seno del feminismo y luego extendido por el tesón de lobbys e intereses diversos, hasta el más desprevenido -sobre todo en cuestiones de leyes, derechos y garantías- es arrastrado a la idea de que la innovación jurídica es válida.
No es raro encontrar que aparezcan en la misma bolsa el femicidio, la teoría del género (oportunamente cuestionada hace poco por el Papa Francisco), los derechos reproductivos y toda forma de "liberación" de la mujer o lo que parezca serlo.
"Por razones sociales, culturales, religiosas… se consideró que la mujer había sido creada de una costilla de Adán, entonces creamos una mujer para que lo acompañe, para que lo sirva, para que le cocine, para que le dé placer; y cuando la mujer no cumple las expectativas, el hombre la somete a un castigo, y en su versión más extrema, la mata", había declamado una senadora por el Frente para la Victoria haciendo evidente que lo que se busca no es sólo "proteger a las mujeres".
En aras de cuidar a la mujer muchos adhieren a que, lógicamente, debe estar protegida legalmente y contar con recursos concretos ante hechos de violencia doméstica. Debe conocer sus derechos y saber qué hacer cuando alguien la menosprecia, la agrede, la violenta. Deben las instituciones de la sociedad darle rápida contención y protección sin dudas ni dilaciones.
Pero, también es correcto destacar que el feminismo no cesa en tratar de argumentar para convencer de que abortar es un "derecho" que tiene la mujer y que no se la debe privar de él. Las escuchamos decir con la insistencia de una letanía que ellas -las mujeres- tienen "derecho" a disponer de su propio cuerpo como mejor les convenga y que nadie las puede obligar a parir un hijo que no desean... No resiste análisis, pero ellas insisten y convencen a más de uno.
Tal es el lobby que llevan adelante que logran imponer normas que, dócilmente, la política acepta y promueve. Difícil saber si adhiere por convicción o conveniencia numérica.
La mujer debe ser protegida, defendida, acompañada. Nadie debe someterla de ninguna forma. Debe cobrar lo mismo que un hombre si realiza la misma labor y de la misma forma. Debe encontrar una salida digna a la prostitución, práctica que los Estados no condenan, mas bien todo lo contario, para no ser consideradas objeto. Debe poder ejercer, cuando así lo desee, su maternidad y poder criar a sus hijos adecuando el trabajo fuera del hogar. Debe poder formarse y estudiar, para lo cual no debe ser obligada a trabajar y postergarse. Debe ser agasajada, cuidada y valorada en su condición natural de dadora de vida, que nadie le puede quitar.
Pero, claro está, lo mismo que le cabe a la mujer, es correcto asignarle a un niño, a un adulto mayor, a un hombre. Ninguno, por la razón que fuera, debe ser sojuzgado, utilizado, postergado, empobrecido, situaciones todas que mellan severamente la estructura de una sociedad.
Dejando de lado el lobby feminista -que como expresión del fanatismo que es, no entiende razones-, si la sociedad quiere reducir las posibilidades de violencia debe emprender, a través de sus instituciones, muchas acciones y a largo plazo.
Además de los aspectos culturales y educativos a reforzar en cuanto al respeto, el diálogo, la resolución pacífica de todo conflicto, la valoración de la persona desde la concepción y hasta la muerte natural, es preciso considerar:
La situación económica: la pobreza, la indigencia y la marginación generan impotencia y frustración. Cuando se presentan en individuos cultural y psicológicamente predispuestos no es raro que puedan derivar en adicciones y violencia.
Las adicciones: el alcoholismo, tan presente en las clases más desprotegidas, favorece a la violencia de diferentes formas. La pérdida de los límites inhibitorios puede desenbocar en violaciones, relaciones no consentidas y agresiones diversas.
Las posturas políticas: la izquierda, naturalmente, impulsa una mirada sesgada de la sociedad. Aquel que tiene (poder, bienes, educación, bienestar) es presentado en las antípodas del más necesitado, como alguien que lo estigmatiza y condena. Esto potencia las frustraciones que pueden impulsar agresión en personas predispuestas.
Si el Estado no aborda con integridad la erradicación de la pobreza y la marginación, si no establece una real batalla contra las adicciones (el alcoholismo en especial) y el narcotráfico, y si no favorece una mirada integradora de la sociedad en su conjunto, la violencia (hacia la mujer y hacia cualquiera) no se detendrá.
-> Alberto Mora