Una de las evidencias del grado de decadencia social que cualquier observador puede detectar es el escaso respeto en la vía pública. Posiblemente no sea mayoritario, pero es mucho más notable que antes.
Sea arrojando basura por la ventanilla, estacionando sobre las veredas (sin dejar paso suficiente a los peatones), rebasando vehículos por la derecha, sacando los residuos fuera de los horarios indicados, colocando restos de poda en la calle (y no en la vereda), de distintas maneras se pone de manifiesto el grado de importancia que para muchos tiene el otro, el prójimo.
Vemos cómo chicos arrojan botellas de gaseosa, envoltorios de golosinas, vasitos de helado desde la ventanilla de un tren, por ejemplo, sin que su madre diga nada. En algunos casos se podría adjudicar tal comportamiento materno a la ausencia de instrucción pero, lamentablemente, también vemos cómo mujeres elegantes y en apariencia "bien educadas" se comportan del mismo modo.
La relación -en ocasiones enfermiza- que tienen muchos automovilistas con su vehículo parece ser la razón por la que se ven tantos autos estacionados sobre las veredas, obstaculizando la normal circulación de peatones. Una extraña contradicción que lleva a utilizar un espacio público como exclusivamente propio, pero no reparar las mismas veredas tal vez adjudicándole a la municipalidad tal tarea (vale recordar que, salvo excepciones, el mantenimiento de las veredas es responsabilidad de los frentistas).
Las máximas de velocidad son de 40 y de 60 km/hora (en calles internas y avenidas respectivamente), la prioridad de paso la tiene siempre quien cruza a nuestra derecha (salvo en las rotondas), el avance sobre el otro vehículo es siempre por la izquierda, toda maniobra debe ser anticipada mediante el uso correcto y oportuno de luces, el semáforo está para que lo respeten todos (ciclistas, peatones y motociclistas incluidos), las zonas de detención de colectivos no deben ser usadas por otros vehículos, son normas que todos conocen y que su transgresión demuestra el valor que ocupa el prójimo.
¿Por qué sería justificable violar cualquiera de estas reglas de tránsito y no lo sería un acto de corrupción de un funcionario público o de un empresario? ¿Por qué es posible considerar que una "breve" violación de tránsito (parar unos minutos en doble fila, sobre una rampa para discapacitados, sobre un cordón amarillo) es poco importante y sí es "grave" que el Estado favorezca a "amigos" en licitaciones o contrataciones directas?
Todos sabemos que la basura se saca a partir de las 19:00. Que las bolsas deben estar ubicadas de tal modo que un perro o gato no las rompan. Que los sábados no pasa el recolector. Sin embargo vemos muchas veces a vecinos dejar la basura en la calle luego de que pasó el camión recolector o a la mañana temprano. Se interpreta que quienes se comportan de esta forma no quieren tener las bolsas en su casa por muchas horas y asumen que dejándolas afuera ya se libraron del tema, aunque esto implique olores, residuos desperdigados y otros riesgos.
El espacio público (la vereda, la calle, los laterales de las rutas y de las vías de tren, los parques y paseos) deben considerase propios. Tan propios como lo son la propia cocina o la cama.
Un sentido de propiedad que lleva a proteger con esmero, a defender con constancia, a compartir con dedicación.
Soy dueño indiscutible de cada árbol de mi lugar, de cada metro de la calle, de cada baldosa que piso. Dueño no para destruir o ensuciar a mi antojo, sino dueño para proteger y cuidar frente a cualquiera que le haga daño, directa o indirectamente.