Cada año, para el 8 de Marzo, afloran en los medios y en ámbitos públicos y privados homenajes, semblanzas y consideraciones sobre la mujer y su rol en la sociedad. Mirando inocentemente esta fecha y tales actos, cualquiera coincide en lo apropiado de observar, ponderar y destacar las acciones de las mujeres en el mundo, más allá del origen laboral y socialista de tal día especial en el calendario.
Pero también es detectable cómo la fecha es, desde hace muchos años, una oportunidad que aguardan con voracidad las feministas para agitar banderas, enarbolar conceptos partidarios, rechazar evidencias naturales y científicas, y lanzarse al abordaje de cabezas poco preparadas para defenderse.
Ocurre que la clase política puede ubicarse fácilmente sólo en dos lugares cuando se presentan estos temas: en el activismo del feminismo -siempre ligado a excesos, egoísmos y mentiras- o en la ingenuidad propia del desconocimiento.
Está claro que distinguir o premiar a una deportista, a una cantante, a una investigadora científica, puede no tener demasiados riesgos. Pero siempre puede estar agazapada la mirada de direcciones, secretarías o áreas "de la mujer", en general, en manos de feministas, con todo lo que eso implica.
Porque suelen blandir cifras para escandalizar y provocar rápida adhesión de quienes no tienen referencia alguna, sacuden a ocasionales oyentes o interlocutores diciéndoles que muere "una mujer cada 36 horas", o dudosas estadísticas parecidas. Quien escucha esto, planteado por personas en apariencia serias y preparadas, que citan encuentros internacionales impulsados por la ONU, no puede menos que consternarse y hasta dar su apoyo para evitar semejante masacre.
Pero, si quien escucha está preparado, informado, y obra en consecuencia, sabrá que en la Argentina en un año mueren más mujeres por septicemias (5.352) que por aborto (33). Que mueren más de 4.000 mujeres mensualmente en nuestro país por enfermedades del sistema circulatorio, que madres por causas obstétricas directas o indirectas (tan sólo 18). Que los tumores matan mensualmente más de 2.400 mujeres en un mes que las enfermedades infecciosas (550).
Decir que mueren 243 mujeres en un año, sin dar un panorama preciso de la razón de esas muertes es sólo una provocación. En la Argentina, sobre datos del año 2011, murieron 152.313 mujeres (417 por día) por lo que se impone analizar las razones reales -por complejas que sean- de esos fallecimientos. Buscar hipersensibilizar a la comunidad aduciendo que las mujeres mueren por abuso, violación o aborto es temerario e irresponsable. Homicidios de mujeres (o "femicidios" como tontamente se les ocurrió llamarlos) han sido 282 y por supuesto debe haber varios fruto de la violencia deliberada.
Del mismo modo que nadie discrimina abiertamente en estos días y se cuida porque hay más registro social de lo que significa, muchas feministas y abortistas no aparecen como locas pintarrajeadas frente a una iglesia con la misma elegancia de un tosco operador portuario, sino que se presentan en la sociedad con delicadas prendas, correctos peinados y aceptado lenguaje. Son sutiles, usan los recursos que hagan falta para bajar línea, para seducir, para convencer, para no mostrar más que la porción de realidad que le conviene a sus más secretos fines: presentar a la mujer como una víctima de la dominación del hombre, de la sociedad, del trabajo del hogar, de las imposiciones de una cultura machista, de los convencionalismos. Un poco de verdad con una buena dosis de tergiversación y más de uno -y una- termina a sus pies.
Quien se oponga a estos planteos feministas será calificado de dogmático, de machista, de dominada, de sectario, de violento. Todo el peso de los principios extremos del empoderamiento de la mujer caerá tratando de destruirlo. Aunque lo más importante para ellas será seguir socavando la verdad más elemental con astucia, con sigilo, como lo han hecho desde hace décadas. Sólo basta que nadie sepa lo suficiente y si sabe, que no se mueva.
La mujer es una pieza fundamental de la vida de un país, no hay duda alguna. Por ella grandes ciudadanos han podido dar valiosos pasos para el crecimiento de una nación, por ella un hogar se mantiene en pie, por ella muchos hombres son lo que son. Pero una cosas es valorar, celebrar y defender a la mujer, y otra muy distinta es manipularla, convencerla de que casarse y tener hijos no es un plan digno, que debe ocupar el lugar del hombre, que el hombre siempre buscará someterla y engañarla, que su cuerpo tiene derecho a "prescindir" de la vida que puede acoger si ella lo desea.
Carmen Storani aboga por conceptos propios de un feminismo activista que la llevó a ocupar cargos partidarios y públicos a favor, por ejemplo, de legislaciones como la de identidad de género, esa normativa que ha permitido que hombres homosexuales recibieran documentos que dicen que es "mujer", equiparándolos con las verdaderas. Ya en tiempos en que ocupó la presidencia del Consejo Nacional de la Mujer, Storani demostró su interés en que la Argentina transitara el camino hacia una visión de mayor tolerancia del aborto, aunque en ese momento hizo pública su adhesión a la legislación vigente para no confrontar en el gobierno del que formaba parte. En el reciente acto por el día de la mujer en San Isidro Carmen Storani destacó la importancia de que la mujer siga gozando de sus derechos sexuales y reproductivos "que todas las mujeres nos merecemos", consabido caballito de batalla de las abortistas, además de plegarse a las filas de los fanáticos desconocedores del idioma castellano diciendo al comenzar "a todos y todas" y momentos después "sujetos y sujetas de derecho".
La abogada Analía María Serantes dijo al público presente en el Teatro del Viejo Concejo que esperaba que los gobiernos se ocuparan de que no muriera "una mujer cada 36 horas en el país por un hecho de violencia", cifra que no se ajusta a la realidad, pero que no es difícil de escuchar de labios de feministas y/o abortistas.
Vale recordar que el que fuera uno de los máximos abortistas de EE.UU., el Dr. Bernard Nathanson, confesó que lo que deliberadamente hicieron él y otros médicos dedicados a tal práctica, fue mentir las cifras de muertes, y en gran medida, para que en ese país se legalizara el asesinato intrauterino, en 1973.
Luego, al concluir el acto, Serantes se mostró a favor de que los agresores sexuales tengan condenas duras y efectivas. Consultada sobre qué pensaba del Protocolo de Abortos no Punibles que se impuso a nivel nacional y provincial que facilita que una mujer aborte en un hospital público con solo decir que su embarazo es fruto de un abuso, sin necesidad de denuncia policial, la abogada señaló que debería haber denuncia y condena del abusador, que en la mayoría de los casos es parte del entorno de la mujer.
Sorprendentemente, la abogada Analía Serantes, con el premio de mujer ejemplar en las manos dijo "Y le aclaro aunque no me lo pregunte que estoy a favor del aborto legal y gratuito para todas las mujeres del país, porque mueren las mujeres pobres. Las que lo podemos pagar, lo pagamos".
A modo de conclusión:
No sabemos en detalle qué postulados con relación a la defensa de la vida sostiene la abogada Sciarrone, aunque si se dejan ver con más claridad los de Storani y Serantes. De todos modos, la distinción entregada no hará necesariamente que sus acciones se potencien. Seguirán ellas, como otros, trabajando sobre sus cuestionables visiones sobre la mujer y es menester de todos los precavidos no caer en la hábil telaraña de argumentos que, mezclados con datos y preocupaciones ciertas y valorables, sólo se orientan a la confusión y al fanatismo.
Además de personalidades públicas del mundo, como la Madre Teresa de Calcuta, Jack Nicholson, Andrea Bocelli, Jim Caviezel, Martin Sheen, Ricardo Arjona, Celine Dion, Ricardo Montaner, muchas personas rechazan el aborto en la Argentina basados en el más elemental sentido común, precisamente el que pretender diluir los partidarios y activistas de semejante aberración.
Probablemente, no lo sabemos, ignoren que regimenes totalitarios como los encabezados por Adolf Hitler y Lenin -que tantas vidas sesgaron- impusieron el aborto con la misma férrea convicción que hoy apoyan prolijos hombres y mujeres de leyes. Una demostración de que muchas cosas tienen límite, pero no la estupidez o la maldad.