Prostitutas, pervertidos, adictos, libertinos, irresponsables, abusadores, irrespetuosos, inconsistentes y toda una amplia gama de ejercitados “periodistas”, conductores, colaboradores, “figuras” de dudoso origen y más dudoso fin en la televisión y de los medios en general, son los ingredientes de una serie de platos que, vaya uno a saber por qué, consumimos a diario aunque el médico, la salud y el sentido comúnnos receten otra cosa.
Prendemos el televisor por costumbre, “para ver qué hay”, “para despejarte y no pensar”, “para saber qué pasa”, y terminamos deglutiendo, en no pocas ocasiones, una apetitosa manzana presentada con arte pero que esconde en su interior comida ya procesada para cerebros mal nutridos, para espíritus sin mayor coraza para resistir, para ojos cansados de ver sin mirar.
La tele, entre otras cosas, está llena de prostitución, aunque se la pretenda en algunos casos vestir de “vedettes”, “modelos”, “botineras”, “mediáticas” o cosa parecida. Es prostitución en el sentido más llano, mas concreto, de la palabra. Es prostitución en los términos de la más simple y sana enseñanza de nuestros mayores, es vender la dignidad por unos pesos. No importa cuántos.
Y la prostitución revestida de “chica del momento” se muestra con casi ninguna prenda en cualquier tapa de revista en el kiosco de la esquina y se exhibe en un “clip” en la tele. Baila en un caño con las artes más antiguas del cabaret coqueteando con lo más bajo, “trabajando” de eso, de prostitución que embolsa billetes permitiendo que otros la vean como un burdo objeto de compra-venta.
Y la prostitución está en la tele cuando muestra, con total desparpajo, a hombres disfrazados de mujeres que groseramente dicen estar trabajando y se autodefinen como “chicas”. Y los supuestos periodistas, en un alarde de altura y superación, las tratan de “ellas” y salen a dialogar con esos pobres tipos rasurados hasta la exageración, con ropas de prostituta y maquillajes que no pueden ocultar su evidente sexo masculino.
Y la prostitución y las relaciones livianas se regodean en los torpes chistes de más de un conductor, en los condimentos de la novelitas televisivas, en las agobiantes consignas de los programas de radio desesperados por algún llamado telefónico o mensaje de texto.
Prostitución ejercida de muchas formas inclusosin ser necesario elsexo, esto es, vender o venderse a cambio de dinero, efímera exposición o constante permanencia.
¿Qué otra explicación tienen los vaivenes de tanto opinador-presentador-periodista-locutor? ¿Qué otra justificación tiene tanta vehemencia en defender lo imposible? ¿Qué razón tendría una persona decente en hacer parecer de suma importancia tonterías de toda clase?
No hace falta peinar canas (o lucir una frente “muy amplia”) para detectar la diferencia entre los medios de comunicación de tiempo atrás con estos con los que contamos ahora.
Como ocurre con los adelantos tecnológicos, los retrocesos en cuestiones de buen gusto, decoro, sanos límites, vergüenza, viajan a una velocidad tal que casi no hay tiempo para adaptarse. Y en algunos temas, se entenderá, mejor… no adaptarse, y seguir del lado de los que son capaces de sonrojarse y cambiar de sintonía, o rechazar lo que nos ofrecen en este sentido los kioskos de revistas.
Bueno sería que nos animáramos a hacer como hacen en algunas partes del mundo con interesante éxito: Dejar de consumir los productos de los anunciantes de esas producciones haciéndoselos saber.
Sólo para reflexionar:
¿Es criterioso dejar a un niño frente al televisor si no se está junto al él?
¿Todos los contenidos que le ofrece un “inocente” canal infantil son los que uno quiere para él?
¿A partir de qué edad la tele empieza a hacer daño o trabajar en contra del mensaje de los padres?
¿De dónde es posible sacar ideas y recursos para combatir tanta bajeza mediática?
Si uno no es capaz de darle de comer basura a su hijo ¿Por qué le prende la tele, la computadora o la radio con contenidos sin control alguno?
Si un adulto quiere que su hijo sea una buena persona ¿Por qué es capaz de reírse o festejar junto a los medios de comunicación un acto de discriminación, una maldad, una falta de cortesía o un acto deshonesto?