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Un botarate en el cine
   
[2007] -

Por estos dias se puede ver en la pantalla grande una producción que revive a un personaje de historieta que tuvo su apogeo hace muchos años ya, pero que reunía -y reune- características de ciertos prototipos porteños.

El que se ocupó de darle vida fue Dante Quinterno, un hombre que comenzó su vida como dibujante a los 15 años enviando sus trabajos a los diarios y que en 1928 publica la primera versión de Patoruzú en las páginas del mítico "Crítica".

Quinterno definió a Isidoro Cañones -que al principio se llamó Julián de Montepío- como el auténtico "Play-Boy mayor de Buenos Aires". Aficionado a la vida fácil, a las carreras de caballos, a los autos deportivos y a su inseparable "Scotch", que lo acompañaba diariamente, Isidoro era el representante del típico "chanta porteño".

Generalmente con polera negra, saco cruzado, mocasines relucientes, pelo a la gomina, y un vaso de whisky para entonarse, Isidoro iba de fiesta en fiesta buscando diversión y viviendo la vida a su manera.

Siempre se las ingeniaba para pasar las horas a cuerpo de rey, con chicas espectaculares, “pilchas” de novela, lugares fenomenales, una "barra" de amigotes dispuestos a hacer lo que se le ocurriera (parecían sin iniciativa cuando no tenían a su líder) y emprendimientos de los que (sin perjuicio de los tragos amargos de cada episodio) siempre salía ileso y bien parado.

La trama de las historietas eran simples: Isidoro, que vivía con su tío, el Coronel Urbano Cañones en una hermosa mansión, llevaba una vida muy alejada de las heroicas andanzas de Patoruzú (el otro famoso personaje de Quinterno).

Isidoro intentaba vivir sin trabajar y darse todos los gustos que quisiera a través de la riqueza de su tío, que no lograba hacerlo cambiar de vida y sentar cabeza. Célebres términos del Coronel refiriéndose a su sobrino eran “botarate”, “mequetrefe”, “pelafustán”, “tunante”, “badulaque” y “gandul”. Isidoro a su vez, se refería a su tío como "el carcamán" y "el oxidado".

Entre otros personajes estaban el sastre Popoff, y el mayordomo Manuel, que llamaba a Isidoro "niño", un gallego bueno como el pan, que le cubría las macanas, llegando a prestarle muchas veces todos sus ahorros.

T
ambién estaban el mejor amigo de Don Urbano, el Capitán Metralla, y el Tío Ignacio, primo de Urbano y la oveja negra de la familia, un espejo para Isidoro, pues era un veterano fiestero y divertido, que se emborrachaba y timbeaba.

Del mismo modo en que el Patoruzú encarnaba todas las virtudes humanas, Isidoro se reservó para si una gran cuota de verosimilitud y realismo. Isidoro recreaba el prototipo del hombre de la noche de la década del '40. Desde el momento en que comienza sus propias aventuras (en la revista de Patoruzú) presenta historias totalmente ajenas a las del héroe sureño.

La forma de vivir de Isidoro representaba a todo un sector del país que, sin ser de la elite económica, vivía y conocía el Bs. As. nocturno y disfrutaba de las fiestas de la alta sociedad. Para quienes no accedían a las boites y al “jet-set”, Isidoro era una forma de vivir y conocer el Buenos Aires nocturno. Todavía era necesario vestir esmoquin y moñito para entrar en las fiestas de la alta sociedad.

Mar del Plata, con sus exclusivas boites forradas de leopardo, era la Meca; el lugar obligado para cualquier cajetilla que gustase cambiar de paisaje de vez en vez, y para Isidoro era el horizonte perfecto para un fin de semana salvaje.

Sin embargo, aún no había vivido sus más apasionantes aventuras. Isidoro comenzó a zafarse en 1968, en su propia revista, cuando Faruk se incorporó al equipo de guionistas donde ya trabajaba Mariano Juliá (los dibujos eran de Tulio Lovato). Juntos pensaron cómo convencer a Quinterno de que Isidoro necesitaba ampliar sus horizontes, abrir las fronteras y lanzarse a conquistar el mundo entero. Además, el play-boy debía conseguir una compañera que lo secundara en sus estafas y negociados, aunque Faruk recuerda especialmente lo difícil que fue persuadir al dibujante.

No pasó mucho tiempo antes de que el camino de Isidoro se cruzara con el de la hermosa Cachorra en pleno viaje a Mar del Plata, ciudad en la que nuestro Play Boy ha pasado noches inolvidables, asomado alguna que otra vez por la playa con gafas oscuras. Cachorra era tan "bandida" como Isidoro, pero ante los ojos del Coronel Cañones se mostraba como una chica de familia, estudiosa, responsable, recatada y trabajadora.

Curiosamente, el abuelo de Cachorra, el general Bazooka, nunca fue mostrado, pues siempre cuando Isidoro lo iba a conocer, el militar estaba en el exterior.

A
ños más, años menos, Isidoro jamás prescindió de su polera y de su saco cruzado de anchas solapas a rayas, a cuadros, o de sus correctos breeches cuando había que pasar una temporada en la estancia del Coronel. El pelo engominado, sin embargo, permaneció incorruptible. Los viajes a Mónaco, París, Londres, Nueva York, Roma, Montecarlo, comenzaron a ser moneda corriente en la vida de Isidoro, que además ya había dejado en el pasado el esmoquin y vestía sacos sport, solapas anchas y, a veces, hasta se animaba a los jeans.

 
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