Esta fiesta se celebra en la Iglesia Latina el jueves siguiente al Domingo de la Santísima Trinidad para conmemorar solemnemente la institución de la Sagrada Eucaristía.
El Concilio de Trento declara que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia la costumbre, que todos los años se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad; y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos.
Con esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Son recordadas por muchos las solemnes procesiones de Corpus en la ciudad de Buenos Aires y en otras grandes urbanizaciones. El devenir de un mundo cada vez más alejado de Dios y de la liturgia, ha generado que algunas manifestaciones públicas de la actualidad carezcan de solemnidad, respeto y oración, para convertirse en simples caminatas comunitarias hacia un templo o ámbito donde se celebre la Santa Misa.
En Roma
El jueves por la noche, durante la Misa celebrada con ocasión de la Solemnidad del Corpus Christi el Papa Benedicto XVI destacó que por la Eucaristía, el cristianismo es la revolución más profunda de la historia.
El Pontífice, que presidió la Santa Misa en la explanada de la Basílica de San Juan de Letrán y posteriormente presidió la procesión eucarística hasta la basílica de Santa María la Mayor, habló del significado de esa solemnidad a través de los tres gestos fundamentales de la celebración: la reunión "alrededor del altar del Señor para estar juntos en su presencia"; la procesión, "caminar con el Señor", y por último, "arrodillarse ante el Señor, la adoración".
Para explicar el primer gesto, el Santo Padre citó la epístola de San Pablo a los Gálatas, donde está escrito: "Ya no hay ni judío, ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús". "En estas palabras se siente la verdad y la fuerza de la revolución cristiana, la revolución más profunda de la historia humana, que se experimenta en torno a la Eucaristía: aquí se reúnen en presencia del Señor personas diversas, por edad, sexo, condición social, ideas políticas. La Eucaristía no puede ser nunca un hecho privado".
"Estamos unidos más allá de nuestras diferencias, nos abrimos unos a otros para convertirnos en una cosa sola a través de Él", agregó.
Tocando el segundo aspecto, "caminar con el Señor", Benedicto XVI afirmó que "la procesión del Corpus Christi nos enseña que la Eucaristía quiere liberarnos de todo desaliento y desánimo... para que podamos reanudar el camino con la fuerza que Dios nos da mediante Jesucristo".
"Sin el Dios con nosotros, el Dios cercano ¿cómo podemos sostener la peregrinación de la existencia, sea como personas que como sociedad y familia de los pueblos? La Eucaristía es el sacramento de Dios que no nos deja solos en el camino sino que se coloca a nuestro lado y nos indica la dirección. Efectivamente no basta ir adelante, sino ver hacia donde se va. No basta el progreso si no hay criterios de referencia".
Por último, el tercer elemento del Corpus Christi, "arrodillarse en adoración frente al Señor" es "el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy, es profesión de libertad: el que se inclina ante Jesús no puede ni debe postrarse ante algún poder terrenal, por fuerte que sea".
Los cristianos, concluyó el Santo Padre, "nos inclinamos ante un Dios que fue el primero en inclinarse hacia el ser humano... para socorrerlo y darle vida, que se arrodilló ante nosotros para lavarnos los pies sucios. Adorar el Cuerpo de Cristo significa creer que en ese trozo de pan, está realmente Cristo, que da sentido a nuestra vida, al universo inmenso y a la criatura más pequeña, a toda la historia humana y a la existencia más breve".