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Mártires de la fe
   
[2007] -

El domingo 28 de Octubre de 2007 la Iglesia procedió a reconocer como mártires a 498 españoles, asesinados en 1934 y 1936-39, víctimas de la persecusión religiosa sufrida en ese país.

Los beatos proclamados son dos obispos (de Ciudad Real y Cuenca), 24 sacerdotes diocesanos, 462 miembros de Institutos de Vida Consagrada, un diácono, un subdiácono, un seminarista y siete laicos.

Fue una ceremonia multitudinaria que contó con la presencia de unos 4.500 familiares de los religiosos y fieles católicos asesinados, y la presencia de unas 40.000 personas, la mayoría españoles que deseaban ser testigos de este hecho.

Las beatificaciones se celebraron en la plaza de San Pedro en una ceremonia que no presidió Benedicto XVI, quien al comienzo de su pontificado retomó la tradición papal de no presidir beatificaciones.

Antes de la celebración de la Eucaristía, en la Plaza de San Pedro se entonaron cantos y se leyeron testimonios procedentes de documentos de los mártires, para que los peregrinos pudieran prepararse para la celebración litúrgica.

El cardenal Saraiva Martins leyó en español la Carta Apostólica con la que Benedicto XVI ha inscrito en el libro de los beatos a los 498 españoles, así como el ritual de la proclamación, que normalmente se hace en latín. Benedicto XVI ha ordenado que los nuevos beatos sean celebrados por la Iglesia católica el 6 de noviembre.

L
a petición de que fueran beatificados la hizo el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, a cuya archidiócesis pertenece el mayor número de mártires y después los prelados de Barcelona, Burgos, Toledo, Cuenca, Ciudad Real, Mérida-Badajoz, Madrid, Oviedo, Jaén, Santander, Cartagena y Girona enumeraron las causas de sus diócesis.

Tras la proclamación, el cardenal de Madrid agradeció a Benedicto XVI la beatificación de los beatos, entre los que también se encuentran dos mexicanos, un cubano y dos franceses. Una vez hecha la proclamación, continuó la misa solemne, que concelebran con el cardenal Saraiva, un millar de sacerdotes diocesanos y religiosos españoles, así como los 71 obispos españoles y todos los cardenales españoles.

Uno de los mártires

Bartolomé Blanco Márquez es uno de los más jóvenes miembros del grupo de 498 mártires (uno de las 63 víctimas de la Familia Salesiana) que el Papa Benedicto XVI beatificará. Católico comprometido, este laico de casi 22 años de edad escribió a pocas horas de morir una conmovedora carta a su novia Maruja, que se cuenta como testimonio de su heroico martirio.

Bartolomé nació en Pozoblanco el 25 de noviembre de 1914. Huérfano desde niño, fue criado por unos tíos y trabajaba de sillero. Fue asiduo alumno del colegio salesiano de Pozoblanco y ayudó como catequista. A los 18 años de edad fue elegido secretario de la Juventud Masculina de Acción Católica en Pozoblanco.

En esta ciudad fue encarcelado el 18 de Agosto de 1936, cuando estaba de permiso durante el servicio militar que prestaba en Cádiz. El 24 de Septiembre fue trasladado a la cárcel de Jaén, donde coincidió con 15 sacerdotes y otros laicos fervorosos. Ahí fue juzgado, condenado a muerte y fusilado el 2 de Octubre de 1936.

Durante el juicio sumario, Bartolomé dejó constancia de su fe y profesó con entereza inquebrantable sus convicciones religiosas. Bartolomé no pidió que le cambiaran la pena capital impuesta y ante el tribunal comentó sin inmutarse que si seguía vivo seguiría siendo un católico militante.

Las cartas que escribió en la víspera de su muerte a sus familiares y su novia Maruja constituyen una prueba fehaciente de su fe.

El día de su ejecución dejó la celda con los pies descalzos, para parecerse más a Cristo. Besó sus esposas, sorprendiendo al guardia que se las puso. No aceptó ser fusilado de espaldas. "Quien muere por Cristo, debe hacerlo de frente y con el pecho descubierto. ¡Viva Cristo Rey!", exclamó y cayó acribillado junto a una encina.

El domingo Bartolomé Blanco será beatificado en Roma, dentro del grupo de los 63 mártires de la Familia Salesiana.



La carta

Prisión Provincial. Jaén, 1 de Octubre de 1936.
Maruja del alma:

Tu recuerdo me acompañará a la tumba y mientras haya un latido en mi corazón, éste palpitará en cariño hacia ti. Dios ha querido sublimar estos afectos terrenales, ennobleciéndolos cuando los amamos en Él. Por eso, aunque en mis últimos días Dios es mi lumbrera y mi anhelo, no impide que el recuerdo de la persona más querida me acompañe hasta la hora de la muerte.

Estoy asistido por muchos sacerdotes que, cual bálsamo benéfico, van derramando los tesoros de la Gracia dentro de mi alma, fortificándola; miro la muerte de cara y en verdad te digo que ni me asusta ni la temo.

Mi sentencia en el tribunal de los hombres será mi mayor defensa ante el Tribunal de Dios; ellos, al querer denigrarme, me han ennoblecido; al querer sentenciarme, me han absuelto, y al intentar perderme, me han salvado. ¿Me entiendes? ¡Claro está! Puesto que al matarme me dan la verdadera vida y al condenarme por defender siempre los altos ideales de Religión, Patria y Familia, me abren de par en par las puertas de los cielos.

Mis restos serán inhumados en un nicho de este cementerio de Jaén; cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que nos tuvimos, y que en este instante se acrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación de tu alma, porque de esa manera conseguiremos reunirnos en el cielo para toda la eternidad, donde nada nos separará.

¡Hasta entonces, pues, Maruja de mi alma! No olvides que desde el cielo te miro, y procura ser modelo de mujeres cristianas, pues al final de la partida, de nada sirven los bienes y goces terrenales, si no acertamos a salvar el alma.

Un pensamiento de reconocimiento para toda tu familia, y para ti todo mi amor sublimado en las horas de la muerte. No me olvides, Maruja mía, y que mi recuerdo te sirva siempre para tener presente que existe otra vida mejor, y que el conseguirla debe ser la máxima aspiración.

Sé fuerte y rehace tu vida, eres joven y buena, y tendrás la ayuda de Dios que yo imploraré desde su Reino. Hasta la eternidad, pues, donde continuaremos amándonos por los siglos de los siglos.
Bartolomé.


498 mártires españoles por la fe, no por la política

A
pocos días de la beatificación de 498 mártires del siglo XX en España, el secretario general, portavoz y responsable de la Oficina para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Española, padre Juan Antonio Martínez Camino, explicó en una entrevista concedida a Veritas algunos detalles de la ceremonia de beatificación, así como la importancia religiosa de este acontecimiento.

"Una fiesta para recordar a los mártires -dijo-, a quienes la Iglesia reconoce que han vivido heroicamente su muerte como testigos del Evangelio y de la fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia. Esto se está viviendo con mucha alegría en todas las comunidades cristianas de España, donde se está notando un gran interés y entusiasmo por la Beatificación de Roma y por lo que va a venir después; porque a partir de ahora, el Santoral español queda enriquecido con casi 500 nuevos beatos, y esto es un caudal de santidad, de potencia intercesora, de potencia ejemplarizadora, de modelos para vivir la fe la esperanza y la caridad.

"Pronto tendremos la primera fiesta de estos mártires, que será el 6 de noviembre. Durante este año se recogerán los frutos apostólicos, espirituales, para la dinamización de la vida pastoral, que es de lo que se trata. La Iglesia, cuando beatifica a los mártires, busca simplemente la gloria de Dios y el bien de las almas, el bien de los hombres, que consiste fundamentalmente en el fortalecimiento de su fe, de su esperanza y de su caridad."

"Lo que más llama la atención en la biografía de los mártires es esa mezcla de fortaleza, y al mismo tiempo de humildad con la que los mártires asumieron esta situación trágica de tener que optar entre su vida o su fidelidad a Dios y a la Iglesia, sin echarse atrás (por supuesto en estos mártires, pero tampoco se conocen casos de defecciones).

"La fortaleza es lo primero que llama la atención, pero también la humildad, la alegría y la sencillez con que afrontaron esta situación, que era dramática, pero que ellos afrontaron con la alegría de la fe, cantando en los camiones que los llevaban a fusilar, apoyándose con la oración y con las palabras en la cárcel, escribiendo desde la cárcel a sus familiares horas antes de ser asesinados (algunas de estas cartas se van a leer en San Pablo y en San Pedro), dejando sobre todo su testimonio de perdón y de serenidad a sus familiares, en algunos casos a la novia."

"No nos extraña que haya lecturas políticas equivocadas, siempre se equivocaron quienes hicieron una lectura puramente política de un hecho netamente religioso. Pero es la ley de la historia. A los mártires de la primera época del Cristianismo, que daban su vida por Cristo, se les clasificaba como traidores a Roma; y a los mártires de la Revolución Francesa se les clasificaba como traidores a la Revolución; y a los mártires del sigo XX en Rusia, centro Europa o España, como gente que dificultaba el avance de la historia.

"Esto pertenece a la historia de la Iglesia, no nos extrañe, es doloroso, es triste, pero pertenece al martirio: a la muerte injusta, por Cristo, va unida la difamación y la ignominia. Como dijo Juan Pablo II en la celebración de los mártires en el Coliseo, en el año 2000, que al martirio, va normalmente unida la ignominia", señala el padre Juan Antonio Martínez Camino.

"Decir que a los que ahora beatifica la Iglesia eran de un bando político es desconocer la historia, no comprender el hecho religioso y no hacer justicia a los hechos. A los cristianos nos duele esta desfiguración de los hechos, pero no nos extraña, y en ese sentido, lo aceptamos con serenidad."

"El testimonio de la fe es siempre martirio, en el sentido etimológico de la palabra, es vivir coherentemente la fe en todos los ámbitos de la vida (en la familia, en el trabajo, en la vida pública…) y cuando hay dificultades especiales para ello, el martirio es más exigente, el testimonio es más exigente."

Finalmente destacó el padre Martínez Camino que "En ese sentido, como dice san Pablo, la vida cristiana es una lucha continua, una milicia, y el testimonio de la fe no se realiza con posturas indolentes, acomodaticias, de indiferencia, de hedonismo, de relativismo… en este contexto, vivir la fe, supone un esfuerzo moral y una integridad espiritual, que ciertamente esta Beatificación va a ayudar a suscitar en muchos bautizados y comunidades cristianas."


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