El miércoles 15 de Agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, aunque en la Argentina no fue feriado civil, fue día de precepto, es decir que tuvo la obligación para los católicos de santificar el día como si fuera un domingo. Es por ello, que en los colegios confesionales católicos no hubo clase.

Para ello en los templos se oficiaron misas a distintas horas del día, de manera que los fieles pudieran acercarse a las distintas celebraciones eucarísticas.

Fue así que las iglesias se vieron con más feligreses de lo habitual para un día de semana, sin llegar a poblarse como un domingo. No obstante -y tal vez para sorpresa de muchos- no es poca la gente que se observa en las misas diarias, incluso con una presencia interesante de jóvenes y niños. Son ceremonias eucarísticas más silenciosas, más calmas, donde se intuye una mayor necesidad y respeto por el encuentro con Dios que lo que, en ocasiones, es posible hallar en el domingo donde -tal vez- "la costumbre" le gana a la devoción profunda. 

El 15 Agosto la Iglesia celebra una de las más antiguas y más queridas fiestas del calendario mariano: La Asunción de la Virgen María. Se refiere a su muerte  -o "dormición", como la llamaban los antiguos-, y su asunción en cuerpo y alma al cielo.

La definición como verdad de fe para los católicos fue proclamada por el papa Pío XII el 1º de Noviembre de 1950, quien después de una consulta general a todos los obispos de la Iglesia, declaró en la bula definitoria: "Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial".

Este dogma, como todos, se funda en la Biblia y su creencia se remonta a los tiempos apostólicos. En la constitución apostólica "Munificentíssimus Deus" dice Pío XII: "Lo que se conmemora en esta festividad es no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación en el cielo, a imitación de su Hijo único Jesucristo".

La tradición dice que los últimos años de su vida los pasó en la ciudad de Efeso, Asia Menor (hoy Turquía), con San Juan Evangelista hasta la edad de 72 años en que se produjo la muerte o “dormición” y asunción al cielo.