Tu haces la Señal de la Cruz; hazla correctamente. No un signo precipitado, deformado, que nadie sabe lo que significa, sino una Señal de la Cruz bien hecha, lenta, amplia, desde la frente al pecho, desde un hombro al otro, ¿Sientes cómo te envuelve completamente?
Concéntrate debidamente. Concentra todos tus pensamientos y todo tu ánimo en este signo: como va desde la frente al pecho, de hombro a hombro. Entonces sientes que te transforma completamente, cuerpo y alma; te recoge, te consagra, te santifica.
¿Por qué? Es el signo del Todo y es el signo de la salvación. En la Cruz ha redimido nuestro Señor a todos los hombres, a la historia, al mundo. Por medio de la Cruz Él santifica al hombre totalmente hasta la más íntima fibra de su ser.
Por eso la hacemos antes de rezar, para que ella nos ordene y concentre, ponga pensamientos, corazón y voluntad en Dios.
Después de la oración, para que permanezca en nosotros lo que dios os ha obsequiado. En la tentación, para que Él nos fortalezca. En el peligro, para que Él nos proteja. En la bendición, para que la plenitud de la vida de Dios penetre en el alma y en ella fecunde y consagre todo.
Piensa en esto cada vez que haces la Señal de la Cruz. Es el signo sencillo, el signo de Cristo. Hazlo debidamente: lentamente, ampliamente, con esmero. Pues este signo envuelve todo tu ser, figura y alma, tus pensamientos y tu voluntad, sentido y ánimo, actividades, y en él todo está fortalecido, delineado, consagrado en la fuerza de Cristo, en el nombre del Dios trinitario.