Celebrar la Navidad implica símbolos, música, gestos e intenciones trascendentes que suelen están tapados por una alegría efímera, hueca, sin raíces, una buena onda carente de valor y sin efecto residual, que la presentan como una costumbre vacía de sentido, que no moviliza más allá del consumismo.
Para un cristiano de verdad, la Navidad es el momento mas importante del año.
Y no es para menos, ya que lo que se celebra es el nacimiento de Jesucristo, el hijo de Dios, el salvador del mundo, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo en el seno de María y nacido en Belén hace casi 2026 años.
Aún hay muchas casas en las que el 8 de Diciembre es un gran día: por un lado se honra la inmaculada concepción de la que sería años después la madre de Jesús y es la jornada de armado del pesebre, representación hogareña de aquel momento único en que aquella mujer dio a luz a Dios que se había hecho hombre 9 meses antes.
Unas piezas de yeso, cerámica o plástico que cobran grandes dimensiones al ofrecer la imagen detenida de un acontecimiento gigantesco que cambió el mundo: lo más grande se hizo pequeño, lo más alto descendió para que la humanidad comprenda y se eleve.
Aquella maravilla ha venido siendo ocultada desde hace muchísimos años - deliberadamente- por la sociedad descristianizada en la que vivimos. Cristo invita a dejar de lado los proyectos "del mundo" precisamente porque esas propuestas lo desechan, lo apartan, lo cancelan, lo desdibujan, lo traicionan.
Y todo se pone peor al pensar en que no son pocos los que lo reinterpretan, lo pervierten, lo recortan, lo rebajan y son hombres y mujeres que se consagraron a Él, juraron servirle exclusivamente.
Es evidente que, como cosas del mundo que son, los medios de comunicación (en la mayoría de los casos en manos de gente que no conoce o rechaza al Dios verdadero) no muestran la Navidad, sino un cocoliche asociado a esa buena onda vacía, una inacabable invitación al goce, al consumo, a cumplir con ritos paganos que potencian la mirada equivocada hacia el acontecimiento.
Es preciso recuperar la Navidad, la auténtica, la nuestra, la que revela el misterio, la que da sentido, la que estremece y proyecta. Es fundamental animarse a ir a misa el 24 de Diciembre y empezar a paladear el verdadero sabor de esta fiesta.
Dedicarle un par de horas a esa misa puede hacer que, poco a poco, la Navidad no se termine tan rápido, que el Niño se quede porque encontró un lugar en el propio corazón.
DARLE LUGAR A ÉL Y EXPULSAR AL OKUPA
"Papá Noel", el inflado personaje de nociva fantasía, no es, ni sugiere la Navidad verdadera. Es un usurpador y todo en él es falso, hueco, mentiroso.
Se lo ve en góndolas, vidrieras y pantallas y no tiene efecto residual. Llega, se roba la atención y huye sin dejar nada importante
Saludar por "las fiestas" escapando a la palabra Navidad o enviar una imagen sin connotaciones cristianas, es impropio. Ocultar o desdibujar la propia condición de católico es fallarle a Cristo que fue muy claro en sus enseñanzas.
Privar a los niños del verdadero sentido de la Navidad y promover una falsedad posiblemente se pague muy caro cuando crezcan: no es lo mismo la compañía de Jesús que el recuerdo de un engaño infantil.
¿QUÉ ES PAPÁ NOEL?
San Nicolás (de Myra o de Bari) fue un obispo turco del siglo IV que combatió el paganismo y el arrianismo (doctrina que negaba la divinidad de Cristo). Entre muchas otras cosas buenas que hizo, salvó a tres niñas de la prostitución. En su honor se construyeron más de 2.000 templos. Es patrono de Rusia, Grecia y Turquía, pero aunque fue la inspiración del invento de "Papá Noel" no hay nada en el personaje del noble santo.
Que quede claro: "Papá Noel" no es San Nicolás. "Papá Noel" es un invento, una fantasía dañina, una mentira, aunque algunos intenten referenciarlo al santo obispo turco.
A "Papá Noel" no le importa Jesucristo ni quiere ser asociado con Él. Sólo busca que lo saluden, que se asombren con su ropa, su barba, sus obsequios, que se saquen fotos a su lado, que lo pongan en los saludos y que muchos se disfracen como él para que nadie piense en la verdadera Navidad.
A todos les preocupan la inseguridad, los robos, las entraderas, pero le dan las llaves de la casa (y del corazón) a un ladrón despiadado, un usurpador, un okupa.
UN INVENTO PARA VENDER GASEOSA
"Papá Noel" es fruto de una estrategia de marketing originada en la creatividad de Haddon Sundblom, un dibujante sueco que rediseñó lo que había preparado Fred Mizen para la empresa Coca Cola y la agencia publicitaria D’Arcy. Así se llegó al gordo de cachetes colorados que, desde la década de 1930, pisotea la sagrada fiesta del nacimiento del Salvador. Y, por supuesto, consume la popular bebida que también funciona como limpiador y desengrasante.
Los adultos, que deberían proteger a los niños de los engaños, son los colaboradores del usurpador.
Los medios de comunicación, las empresas y los gobiernos suelen promover directa o indirectamente a "Papá Noel" al recurrir a gorros rojos y copos de nieve en sus logos o decoraciones. A ellos el Dios verdadero los incomoda.
A los padres, abuelos y tíos, les cabe desechar al gordinflón repleto de líquido aflojador de tornillos oxidados, cerrándole la puerta, quitando todos sus elementos. Haciendo regalos sin mención alguna de "Papá Noel", sólo mencionando que nos queremos y que participamos el cumpleaños de Jesús.
Tal vez, de a poco, se vaya recuperando el lugar que se le dio al impostor hábil, bien financiado e insistente.
Los niños pueden recibir ilusión y fantasía, siempre que no los priven de lo importante para rendir culto a una figura que pronto descubrirán que es falsa, vanidosa y egoísta.
-> Alberto Mora