El presidente argentino Javier Milei ha participado de la reunión del Foro Económico Mundial, que se ha desarrollado en Davos, Suiza.
Su intervención se concretó en un discurso que logró atraer la atención mundial, en el cual mostró su versación económica, de nivel académico, sobre todo por la historia de esa disciplina en las últimas décadas.
Fue muy comentada su "osadía" al criticar a los líderes de Occidente que –según lo subrayó con ejemplos-, han abandonado el camino de la libertad para abrazar la ruta que conduce al igualitarismo, y al colectivismo socialista. No menor fue su valentía para criticar tendencias que las "democracias" occidentales han adoptado con amplia difusión en sus sociedades. Destacó la importancia de la postura del presidente argentino, ahora que la Iglesia romana se ha plegado a la agenda mundialista.
En primer lugar, se ha de notar en el discurso de Davos la crítica al feminismo. La doctrina feminista sostiene una oposición antinatural entre el hombre (el varón, digamos mejor), y la mujer; es una transposición de la lucha de clases del marxismo. Milei relacionó justamente esta postura con "la agenda sangrienta del aborto"; esto fue dicho en las narices del abortismo internacional.
El tema del feminismo tiene una actualidad notabilísima en la Iglesia, donde se vuelve a proponer una mayor presencia de la mujer en los círculos de decisión. Una mujer, valga mencionar este solo caso, ha sido incorporada al grupo de nueve cardenales consejeros, cercanos al Pontífice. El "Camino Sinodal" plantea la necesidad de un diaconado femenino, cuyos alcances se discuten en diversos ambientes eclesiales. Se habla de un "diaconado pastoral" de la mujer; no parece probable que se pretenda dotarlo de un poder sacramental.
No obstante, ésta constituye una puerta; el Papa la abre, y se asoma, dando lugar a que otros se animen a entrar. Roma prefiere la confusión, que se oculta en el disimulo. Esto representa un gran problema de hoy: ya no asume el papel de Cefas (Roca), sino que ha elegido ser punta de lanza del progresismo.
Lamentablemente, el Papa Bergoglio no ha querido continuar la senda trazada, en tiempos en que arreciaba el reclamo del empowerment feminista, con la encíclica de San Juan Pablo II, Mulieris dignitatem.
Precisamente, la dignidad de la mujer es el criterio sostenido históricamente por la Iglesia en contextos culturales muy diversos. Ese criterio fundante se encuentra registrado ya en el siglo I, como se percibe en textos del Nuevo Testamento.
Cito un bello pasaje de una carta paulina. "Que las mujeres se arreglen decentemente (en katastolē kosmiō), con recato y modestia (sōphrosynēs), sin usar peinados rebuscados, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos. Que se adornen más bien con buenas obras, como conviene a personas que practican la piedad (theosebeian). Que las mujeres escuchen la instrucción en silencio, con todo respeto. No permito que ellas enseñen, ni que pretendan imponer su autoridad sobre el marido; al contrario, que permanezcan calladas. Porque primero fue creado Adán, y después Eva. Y no fue Adán el que se dejó seducir, sino que Eva fue engañada, y cayó en el pecado. Pero la mujer se salvará, cumpliendo sus deberes de madre (dia tēs teknogonias), a condición de que persevere en la fe, en el amor, y en la santidad, con la debida discreción (otra vez aparece sōphrosynēs)" (1 Tm 2, 9-15).
No se me oculta que algunos rasgos de este programa están inspirados en la situación de la relación de entonces entre la comunidad eclesial, y la cultura de la época, y no son aplicables tal cual hoy día, pero el criterio fundamental es la condición de la mujer cristiana: discreción, ajena a todo feminismo, que también lo había en el paganismo del siglo primero. Destaco la referencia paulina a la maternidad, y su vínculo con la salvación: la armonía del orden natural, con entera gracia.
El 8 de marzo ha sido consagrado como "Día Internacional de la Mujer", una apoteosis del feminismo mundial, que se hace ubicuo.
En Buenos Aires se concentró una multitud de mujeres jóvenes, ideologizadas, universitarias; el acto fue copado por la izquierda. De esto tendría que ocuparse el Episcopado, que obsesionado por el problema de la pobreza no asume su deber de evangelizar la cultura, y deja a los fieles inermes ante la batalla cultural, en la que el papel decisivo está representado por los discípulos locales de Gramsci.
Leo en "La Prensa" el informe sobre la audiencia de la comisión ejecutiva de la Conferencia Episcopal: "Los obispos manifestaron a Milei preocupación por la crisis actual", y sigue: "la Iglesia reclamó al Presidente contención para los sectores vulnerables que sufren, en especial, la falta de alimentos, y medicamentos".
Esta obsesión episcopal reclama continuar con las dádivas de la década anterior. ¿Qué aporte hace la Iglesia? ¿Y el laicado católico, y Caritas?
Hay que hacer esto, sin descuidar aquello. Pero es inútil, los obispos no entienden los problemas culturales; en cambio, Milei los comprende bastante bien, aunque parcialmente, a causa del liberalismo que profesa. En mi opinión, éste es el drama de la Iglesia, y del país.
Notemos este dato: los periodistas dicen "la Iglesia" cuando se refieren a los obispos; gracias a Dios, la Iglesia es algo más.
"La Prensa" refiere que los obispos entregaron como obsequio una edición del libro Statio orbis, mensajes y discursos de Francisco.
Pienso que deberían haberle llevado el Catecismo de la Iglesia Católica, que seguramente el Presidente no conoce. El "francisquismo" de los obispos es elemental, y los despoja de personalidad. No es el Papa quien gobierna directamente la Iglesia argentina.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata