Este 2 de Abril la feligresía católica recordó la entrada de Jesús a Jerusalén, aclamado por todos.
Jesús iba, como todo judío, a celebrar la Pascua, aquella devota tradición de recordar la liberación del pueblo de la opresión egipcia.
Cuando se acercaban, les pidió a sus discípulos buscar un asna y la montó. La gente gritaba "¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna ("Señor sálvanos") en las alturas!" y extendía sus mantos por el camino y otros cortaban ramas de árboles alfombrando el paso, como se acostumbraba a saludar a los reyes.
Algunas de estas personas habían sido testigos de los milagros de Jesús y habían escuchado sus parábolas.
Los sacerdotes judíos buscaban pretextos para meterlo en la cárcel, al ver cómo la gente lo amaba cada vez más y cómo lo habían aclamado al entrar a la ciudad.
El Domingo de Ramos es una oportunidad para proclamar a Jesús como el centro de nuestras vidas, un día en el que podemos decir que también queremos seguirlo, aunque tengamos que sufrir o morir por Él. Que queremos que sea el rey de nuestras vidas, de nuestras familias, de nuestra patria y del mundo entero.
La celebración del Domingo de Ramos comienza con la bendición de los ramos y la procesión. Durante la celebración eucarística se lee el relato evangélico de La Pasión. Al concluir la Misa, los fieles se llevan a sus casas las ramas de olivo. Muchos suelen colocarlas en algún crucifijo del hogar.
Las ramas de olivo no son amuletos contra la mala suerte o contra la envidia. Corresponde llevar sólo las que se usarán en el hogar y no entregar a personas que, pudiendo hacerlo, no van a la Misa.