Cuando la vida tiene sentido al entregarla por completo a Dios
Saber por qué alguien dedica su vida entera a Dios, sea hombre o mujer, a muchos inquieta.
¿Cómo es eso del llamado, la vocación, la consagración a Dios?
Por eso entrevistamos este miércoles 26 de Octubre, en el jardín del Asilo de Ancianos Marín [Del Libertador 16.895, San Isidro] en una tarde inestable, con un sol que aparecía de a ratos y con algo de lluvia, a Sor María Patricia de los Ángeles, o la Hermanita Patricia, como todos la conocen desde hace 7 años.
La Hermanita Patricia es una mujer joven, española nacida en Palmas de Mallorca, que a los 19 años, cuando estudiaba enfermería, se pasaba 4 días de fiesta a la semana y salía con su primer novio, algo sucedió con tal intensidad que su vida dio un vuelco.
Nacida en un hogar normal, donde se cumplía con los preceptos básicos, Patricia iba a misa porque su madre la obligaba. Era rebelde y rechazaba las reglas familiares convencionales.
Repentinamente, luego de un fin de semana intenso de descontrol, sintió un gran desagrado por cómo vivía y, al mismo tiempo, experimentó el gran abrazo de la misericordia de Dios que le decía que, a pesar de todo, Él podía comprenderla y llenar su vacío.
Y fue así que dejó de tener interés en esas salidas de fin de semana y creció en ella la necesidad de rezar, de ir la capilla de las Hermanitas. Y algo fuerte comenzó a suceder -a lo que incluso hoy le resulta difícil ponerle palabras- que la llevó a preguntarle a Dios qué quería de ella.
Aquella especial atracción se hizo cada vez más intensa y Patricia no se consideraba digna de ese llamado divino, pero veía con admiración cómo las Hermanitas cuidaban a los ancianos, con tanta entrega que comenzó a ir a colaborar a diario con ellas. Poco a poco se vio amorosamente dispuesta a aceptar lo que Dios le proponía para su vida, al punto que, se animó a cortar su noviazgo con un diálogo franco y generoso. Algunos de los amigos comprendieron, aún sin entender, y otros no.
La familia se sorprendió de que esa joven rebelde decidiera un cambio radical de vida. Su madre la apoyó, su padre se ofendió y su hermana se apenó porque no la tendría al lado.
Luego vino la formación, los votos y un encuentro con Hermanitas de distintos lugares del mundo que le insertó la necesidad de salir de Europa, de exponerse a la "pobreza" de estar en un lugar donde todo fuera distinto, donde pudiera llenarse de las experiencias, culturas, idioma y costumbres, siempre sirviendo a los ancianos.
Así fue que solicitó ser trasladada y desde Octubre de 2015 estuvo en el Hogar Marín, de San Isidro.
Ahora, con no poca tristeza, dejará esta casa para cumplir tareas junto a la Madre Provincial, algo que limitará su cercanía constante con los ancianos.
"Me quedo con lo que me han hecho crecer como persona, como Hermanita, me voy con un corazón lleno de amor. Tengo la impresión de ser un saco (bolsa) que vino aquí, que supo abrirse y llenarse, llenarse y llenarse, que ahora está lleno para poder vaciarse en otro sitio. He aprendido mucho."
Consultada sobre qué le diría a quien podría estar recibiendo la invitación de Dios a seguirlo plenamente, no dudó en señalar "Le diría la célebre frase de Juan Pablo II: ‘Abrid las puertas a Cristo, que no quita nada y lo da todo’. Él te da la gracia y des las vueltas que des, aunque quieras escapar, aunque quieras ahogar la llamada, el Señor está ahí y siempre es más fuerte que uno."
"El llamado se escucha porque es algo que te toca más allá de las entrañas. Imagino que cuando alguien es médico, arquitecto o periodista por profesión es algo que va más adentro de uno. Es la esencia de uno mismo y aunque no lo hayas descubierto, esa es tu esencia. Y el Señor va a estar buscando tu esencia."
"Porque somos imagen y semejanza de Cristo. La imagen la tenemos y la semejanza se quebró con el pecado. Y esa semejanza es la que tenemos que tenemos que ir descubriendo. Y hasta que tu no descubres cuál es tu semejanza no encuentras la paz", expresó.