Este término deriva de "aman" que en hebreo y en arameo significa "hacer estable", "consolidar" y, en consecuencia, "estarseguro", "decir la verdad".
Su uso está reservado al ámbito de la fe y es, concretamente, la última palabra de una oración, un rezo para los católicos. En ciertos grupos evangélicos se suele escuchar repetidamente esta palabra en boca de los fieles en cualquier momento e incluso el pastor mismo puede estimular esa forma particular de "participación".
"Amén" es la palabra que indica en la celebración de la Santa Misa que terminó uno de los momentos de los que se compone. De ahí que durante esta celebración eucarística al concluir el Padrenuestro NO SE DICE "Amén", porque la oración -tan importante para los cristianos- se completa con lo que luego expresa el sacerdote en el altar. Obviamente, siempre se escucha a algún feligrés que se deja llevar por la costumbre y pronuncia "Amén".
Es común también ver en las redes sociales -tan anárquicas y tan nutridas de errores- que hay personas que cuando se publica una imagen de un santo, por ejemplo, pero no una oración, comenta "Amén". En la realidad no corresponde darle un lugar tan poco digno, porque carece de sentido. Una imagen de San Cayetano, por mencionar un santo, no es una oración y el "Amén" no estaría aseverando nada.
"Por lo tanto -expresó en su catequesis del 30 de Mayo de 2012 Su Santidad Benedicto XVI-, desde los inicios el 'amén' de la liturgia judía se convirtió en el 'amén' de las primeras comunidades cristianas. Y el libro de la liturgia cristiana por excelencia, el Apocalipsis de san Juan, comienza con el 'amén' de la Iglesia: 'Al que nos ama y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén' (Ap 1, 5b-6). Y el mismo libro se concluye con la invocación 'Amén, ¡Ven, Señor Jesús!' (Ap 22, 20)."