Celebramos cada 4 de Agosto por los buenos párrocos, esos siempre dispuestos a asistir espiritualmente a su comunidad, que no miden esfuerzos para cumplir con su misión de dirigir a buen puerto las almas de sus feligreses, que son ejemplo de respeto por la sagrada eucaristía, que saben de la importancia de una buena confesión, que entienden que la tarea es hoy, que no hay que desechar ningún camino para evangelizar como Dios manda.
San Jean Marie Vianney fue un sacerdote diocesano, miembro de la Tercera Orden Franciscana, que tuvo que superar muchas dificultades para llegar a ordenarse. Su celo por las almas, sus catequesis y su ministerio en el confesionario transformaron el pueblito de Ars, que a su vez se convirtió en centro de peregrinaciones de multitudes que buscaban al Santo Cura. Es el patrono de los párrocos.
Su cuerpo, como el de otros santos, no sufrió la esperable corrupción y está expuesto en la basílica de Ars (Francia), donde, durante 42 años, se entregó al cuidado de las almas.
Es aún niño Juan María cuando estalló la Revolución Francesa con su odio a la fe. Su primera comunión la tuvo que hacer en otro pueblo, en un salón con las ventanas cuidadosamente cerradas, para que nadie lo descubriera.
El 13 de agosto de 1815, el obispo de Grenoble lo ordenó sacerdote y 3 años después fue enviado a Ars.
Se empleó a fondo en una labor de moralización del pueblo de Ars que comenzó a recibir peregrinos constantemente, florecían las vocaciones religiosas, se practicaba la caridad, se desterraban los vicios, se hacía oración en las casas y se santificaba el trabajo.
Durante los últimos diez años de su vida, pasó de dieciséis a dieciocho horas diarias en el confesionario. Su consejo era buscado por obispos, sacerdotes, religiosos, jóvenes y mujeres con dudas sobre su vocación, pecadores, personas con toda clase de dificultades y enfermos.
Lo que al principio sólo era un fenómeno local, fue tomando un vuelo cada vez mayor, hasta hacerse célebre el cura en toda Francia y en Europa.