Con la imposición de las cenizas, este miércoles 26 de Febrero comienza la Cuaresma, una estación espiritual particularmente relevante para todo católico que quiera prepararse dignamente para la vivir el Misterio Pascual, es decir, la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús.
Este tiempo del año litúrgico se caracteriza por el mensaje bíblico que puede ser resumido en una sola palabra: "Convertíos".
Este imperativo es propuesto a los fieles mediante el rito de la imposición de ceniza, el cual, con las palabras "Convertíos y creed en el Evangelio" y con la expresión "Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás", invita a reflexionar acerca del deber de la conversión, recordando la inexorable caducidad y efímera fragilidad de la vida humana, sujeta a la muerte.
La sugestiva ceremonia de la ceniza eleva nuestras mentes a la realidad eterna que no pasa jamás, a Dios; principio y fin, alfa y omega de nuestra existencia. La conversión es volver a Dios, valorando las realidades terrenales bajo la luz indefectible de su verdad. Una valoración que implica una conciencia cada vez más diáfana del hecho de que estamos de paso en este itinerario sobre la tierra, y que nos impulsa y estimula a trabajar hasta el final.
Significado de la ceniza
La ceniza, del latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego. Muy fácilmente adquirió un sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. Muchas veces se une al "polvo" de la tierra: "en verdad soy polvo y ceniza", dice Abraham en Génesis 18,27.
La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.
El ayuno
El ayuno de este día, además de significar no comer alimentos sólidos (si la salud lo permite), impulsa a rechazar los excesos a los que nos volcamos y que nos alejan del equilibrio, la moderación y la generosidad que pide Dios. Debemos ser más medidos en la comida, comer sano, liviano y menos, al mismo tiempo que debemos dejar de lado la extrema valoración de las cosas del mundo para darle mucho más lugar a las cosas de Dios.
El ayuno también debe entenderse como una forma de privarnos de aquellas actitudes, hábitos y situaciones que pueden ser placenteras -incluso buenas- pero que nos alejan de Dios. Tal vez, sin darnos cuenta, vamos reemplazando el lugar de privilegio que debe darse cotidianamente al Creador y Él nos invita a reflexionar y actuar en consecuencia.
En la celebración litúrgica de este día, el cristiano recibe una cruz en la frente con las cenizas obtenidas al quemar las ramas de olivo del Domingo de Ramos del año anterior.