La Navidad es un acontecimiento religioso cristiano que ha impregnado desde hace siglos la realidad del mundo e incluye símbolos, música, gestos e intenciones que muchos, en mayor o menor medida, reconocen y respetan.
Se trata de uno de los momentos más importantes que puede vivir un cristiano, habida cuenta de que se recuerda y valora el nacimiento de Jesús, hijo de Dios, crecido en el vientre de su santa madre, en la lejana Belén.
Eso lo sabemos porque nos lo enseñaron en casa, en el colegio, en la parroquia. A pesar de ello, algunos lo disminuyen hasta la categoría de tierno cuento y otros como una impactante realidad que estremece.
La Argentina y otros países viven un proceso de odio a la fe que es preocupante. Los proyectos para eliminar símbolos religiosos de distintos espacios públicos no han tenido la reacción adecuada de la sociedad, hecho que sólo se entiende en el triste retroceso de una verdadera evangelización. La mala formación de religiosos, la inclusión de ideologías contrarias a la fe y la consiguiente pobreza en las tareas pastorales, han permitido una peligrosa baja de defensas de los fieles frente a las pecaminosas propuestas del mundo.
Con ese marco, muchos se empeñan en reducir a la Navidad a una oportunidad comercial, a una simple costumbre "de juntarse" o a la antesala de las vacaciones...
Los medios de comunicación en nuestro país -que suelen hacernos pensar que están mostrando la realidad cuando sólo hacen un interesado recorte de ella-, incorporan en estos días cierto "cotillón" navideño para ponerse "a tono", pero dejando de lado deliberadamente la razón central, profunda y verdadera de la fiesta.
El argumento que suele esgrimirse desde los medios y desde el Estado es que la Navidad no es "sólo" un hecho religioso, que es más que eso, que es un momento social de encuentro de afectos, de celebración de las buenas intenciones, que va "más allá" de las convicciones y de la fe, cuando en verdad lo religioso es, precisamente, lo que hace grande, abarcativo y superador el encuentro.
Es por eso que nos encontramos con gente que publica imágenes en redes sociales que refieren a arbolitos, a esferas rojas, a trineos, a burbujas de champagne, a obsequios, pero dejan de lado cualquier contenido que le dé sentido a esos objetos, el nacimiento de Jesús.
La Navidad sin Jesús, ni María, ni José, sin la estrella, no es Navidad. Juntarse para celebrar por la "buena onda" es algo que los que lo deseen pueden hacer en cualquier día, a cualquier hora, y será bueno que suceda. Mandar saludos de afecto y buenos deseos se puede hacer cuando uno tenga ganas. Pero la Navidad sin Cristo es cartón pintado, es un como cumplir años y que los invitados al festejo sean extras contratados y la torta de utilería.
Convengamos en que nadie está obligado a creer en Jesús y la salvación que Dios nos ofrece a través de Él, pero los cristianos entendemos que el mundo sería mejor si lo conociera y lo tomara como modelo a seguir en cada minuto.
Canales de televisión, radios y medios gráficos, que no tienen empacho en atacar casi cualquier concepto o hecho religioso durante el año, se revisten en estos días de estéticas navideñas importadas y poco creíbles mensajes de esperanza.
Desear un mundo mejor, de paz y concordia, de entendimiento y respeto, cuando durante más de 300 días al año se comercia con la pelea, la discusión vacía y la grosería constante, es demostración de la hipocresía que caracteriza a los medios y multimedios que están en la Argentina.
Dios no forma parte de lo cotidiano para los medios masivos de prensa, salvo cuando se lo busca representar en la figura de algún religioso que hace una buena obra social. En esos casos no se quiere el hecho pastoral, sino el gesto que cualquiera, con buena intención, pueden concretar. Un cura hablando de Dios no gusta, pero un cura alimentando indigentes sí. Jamás un medio de comunicación entendería ni difundiría que la pobreza que daña al mundo y a los hombres es la espiritual, la de los que están lejos de Dios. Tal vez sea por eso que hasta hay comunicados de la Iglesia que están llenos de buenas intenciones, pero no mencionan a Cristo…
Pero volviendo a la Navidad privatizada, es decir, como un argumento de venta -donde no puede faltar la efímera figura de un hombre vestido de rojo y blanco, triste caricatura de aquel San Nicolás del siglo IV que lo inspiró-, es parte del empobrecimiento de la espiritualidad, más cercana en estos tiempos a la emotividad que al cimiento de la vida.
Recuperar la Navidad, la auténtica, la nuestra, la que revela el misterio, la que da sentido, la que estremece y proyecta, es misión primera de un buen cristiano. Suponer que Dios hará el milagro de un mundo mejor sin nuestra participación no es, como se podría suponer, adjudicarle el poder (que sí lo tiene) de cambiarlo todo cuando y como se le plazca. Pero es, sin dudas, no entender aún que Él hace el milagro cuando nosotros, tan falibles, tan escasos, tan limitados, ponemos en sus manos los cinco panes y dos pescados de nuestra pobre humanidad.
Bueno sería también, y es posible, que volvamos a recuperar a los Reyes Magos por encima del obeso Papá Noel, inflado de tanta bebida gaseosa. Valga ver que los Reyes tienen siempre cerca al Niño Dios, los vemos cruzando el desierto en su búsqueda, los recordamos venerando al pequeño Jesús en su humilde pesebre, los miramos entregando oro, incienso y mirra para honrar el milagro.
En cambio, Papá Noel no anuncia nada, no nos lleva a algo trascendente. Tan sólo parece que en algún sitio misterioso nevado fabrica juguetes y viaja una vez al año por el mundo para meterse por estrechas chimeneas. Una fantasía que es cada día más difícil de sostener y que se muere sin dejar efecto residual.
Valga decir, que esta consideración no tiene por finalidad atacar la fantasía, la ilusión. Es que de nada sirve ubicar en el centro de la escena a Papá Noel cuando no es él el centro, sino Jesús, Dios mismo que elige tomar la frágil condición humana y acercarnos el milagro de la salvación.
Nos refieren que, en otras partes del mundo, las ciudades celebran la Navidad sin especular con vendernos nada. Por el sólo hecho de que los habitantes y turistas perciban el maravilloso mensaje de la paz, la armonía y las mejores intenciones.
Finalmente, es de mencionar que la dilución del mensaje cristiano también se ve en tarjetas y mensajes de saludo. Si alguien no cree, no tiene la fortuna de tener la cosmovisión de un cristiano, es una cosa. Pero si se tiene la convicción de un hombre de fe, de que Jesús es el hijo de Dios y de que con Él la vida tiene un sentido pleno ¿cómo saludar entonces con un mensaje anodino, lavado, desprovisto de un perfil evangelizador? Es otra de las consecuencias de este proceso de descristianización de la Navidad: Algunos –tal vez más de la cuenta- suponen que “para no herir la sensibilidad de los que no creen” deben evitar mencionar sus propias convicciones. Nada más errado.
La Navidad no es algo “lindo”, “bonito”, para que disfruten los chicos. La Navidad es algo valioso y es para todos.
Revitalizarla, ponerla en su lugar, dotarla de lo que le pertenece y liberarla de lo que le es ajeno es misión de cada hombre y cada mujer que reconoce en Jesús el centro de su existencia.