Como sucede cada año, con la celebración del Miércoles de Ceniza se inicia la Cuaresma, el tiempo litúrgico que los católicos viven como preparación para la Pascua de Resurrección.
Los fieles acuden a las iglesias en todo el mundo para participar de la misa durante la cual, luego de la homilía, se pone ceniza en sus frentes como reconocimiento de su propia fragilidad que necesita de la misericordia de Dios. "Conviértete y cree en el Evangelio", dice en ese momento.
No se trata de un gesto simplemente, sino de la profunda convicción de que es imprescindible el reconocimiento de la debilidad humana y de que Dios puede dar la fortaleza y el sentido apropiados para la vida.
La ceniza utilizada por el sacerdote es fruto de la quema de los ramos de olivo bendecidos en el Domingo de Ramos del año anterior.
La palabra ceniza, que proviene del latín "cinis", expresa la muerte, la caducidad, la humildad y la penitencia. La ceniza, como signo de humildad, le recuerda al cristiano su origen y su fin.
El Miércoles de Ceniza es obligatorio el ayuno para los católicos mayores de 18 años y menores de 60 (excepto enfermos, embarazadas y otros casos similares). Ayuno significa que los fieles pueden tener sólo una comida consistente en el día.
Este esfuerzo de no comer -para aquellos que puedan llevarlo a cabo- tiene sentido toda vez que lleva a comprender la fragilidad de la propia humanidad. Del mismo modo que se experimenta el deseo de comida para fortalecer el cuerpo, la Iglesia invita a descubrir que sin el adecuado alimento espiritual tampoco es posible una existencia plena.
Durante la preparación que implica la Cuaresma, se invita a los fieles católicos a transitar tres piezas básicas de todo buen cristiano: Oración, ayuno y caridad.
La oración debe ser una realidad cotidiana, sentida, profunda. No se trata de repetir palabras de memoria porque se las conoce, sino que es necesario que cada oración vibre en el corazón como si fuera la primera -o la última- vez.
Luego de mucho tiempo de no rezar, se puede tener vergüenza de no conocer oraciones habituales de una misa, por ejemplo. Nada grave. Asistir, escuchar, recuperar las palabras, de a poco. Es un camino y nadie juzga ni critica, todo lo contrario.
El ayuno, como se dijo, se traduce en una experiencia que busca moderar los impulsos, reconocer la propia fragilidad, priorizar las cosas del espíritu antes que las de la carne. Jesús, todo perfección, necesitó ayunar antes de afrontar su dura pasión que implicó desprecio, castigo y sangre.
La caridad no es otra cosa que la práctica concreta de las enseñanzas de Dios. No es posible decir que se es buen cristiano si no se busca el modo real, directo, de amar al prójimo mediante la ayuda, la contención, la colaboración.
Y amar al prójimo implica, también y principalmente, amar a quien no nos quiere y hasta nos hace daño. Crecer en el amor es rechazar el rencor, mirar al corazón del otro, comprender para encauzar, perdonar.
