San Isidro es el Patrono de Madrid, donde nació hacia el año 1070 y murió en 1130. Su cuerpo, conservado incorrupto a través de los siglos, estuvo sepultado durante 40 años en el cementerio de San Andrés, de Madrid, y más tarde trasladado a la iglesia del mismo nombre. Es venerado en muchos lugares como patrono de los labradores. Como lo es por haberlo proclamado en España el papa Juan XXIII.
En la existencia de San Isidro hay todo un programa de vida humilde, de honrada laboriosidad, de piedad sencilla. Es difícil precisar toda la realidad histórica y humana de sus días. Su vida modestísima y metódica podría escribirse en muy pocas líneas, de no ser tantos los milagros que se le atribuyen.
Isidro nació en Madrid cuando reinaba en Castilla Alfonso el Bravo. Probablemente fue bautizado en la parroquia de San Andrés, una de las pocas que los habitantes de la villa lograron salvar durante la dominación de los árabes.
Bueno y piadoso, frecuentaba desde su niñez el antiguo templo de Nuestra Señora de la Almudena, tan predilecta de los madrileños. Hijo de humildes labriegos, ayudaba a su padre en el cultivo de las tierras, cavando, arando, o conduciendo la carreta.
Cuando murieron sus padres, siendo él muy joven, invitado por el caballero Vera, entra a su servicio, pasando al cultivo de sus campos.
Narra una bellísima tradición, dando a entender su extraordinaria sensibilidad, que cuando Isidro sembraba el trigo, nunca se olvidaba de lanzar algunos puñados de simiente fuera del surco para que sirvieran de alimento a los pájaros y a las hormigas, que también son de Dios, como él decía: "Para todos da su Divina Majestad". Hay en la figura de San Isidro un avance y una auténtica plasmación del espíritu de San Francisco de Asís.
Otro rasgo de su generosidad: cuando iba al molino daba a los pobres que cruzaba por el camino casi todo el trigo que llevaba en el costal, pero la tierra, siempre generosa por bendición del Señor, le devolvía con creces lo repartido. Tan es así, que durante sus servicios al caballero Vera, sus tierras se convirtieron en las más labradas, sus yuntas en las más robustas y lucidas, sus sementeras en las más abundantes y regaladas por la lluvia.
Y es ésta la causa que excita la envidia de sus vecinos, los cuales le acusaron de descuidado y negligente en el cuidado de las tierras ante el amo, a pesar de los frutos cosechados. Y dice la tradición que habiendo salido un día su amo para vigilarle y confirmar la acusación de que su criado era objeto, observó desde una altura la faena del labrador, y vio sorprendido que Isidro se dedicaba a la oración, arrodillado a distancia de la yunta, y los bueyes seguían solos arando la tierra, abriendo en ella rectos y profundos surcos.
Otro milagro semejante vendría más tarde a iluminar su vida, cuando en parecidas circunstancias otro de sus patronos contempla la yunta guiada por dos ángeles, mientras Isidro estaba sumido en la plegaria.
Cuando Alí, rey de los almorávides, se apodera de Madrid, Isidro, como otros muchos cristianos, abandonó la villa y se retiró a Torrelodones entrando de criado de unos labradores. De nuevo es objeto de murmuraciones por su devoción a la imagen de Nuestra Señora de la Cabeza, en cuya iglesia pasa orando largas horas, que dan ocasión para que unos pocos se sintieran movidos a imitarle y muchos a acusarle de holgazán.
En este tiempo elige como compañera de su vida a una esposa digna de él. Contrae matrimonio en Torrelaguna con una joven de Uceda llamada María de la Piedad, la que luego será venerada en los altares con el nombre de Santa María de la Cabeza.
La profunda vida de piedad que llevan los esposos, es bendecida por Dios con varios prodigios; entre ellos se cuenta la salvación milagrosa de su único hijo que, en un descuido de su madre, había caído en un pozo; y el paso a pie de las aguas del Jarama, con que Dios premió la pureza de María de la Piedad, desvaneciendo de esta manera las sospechas que algunos hombres perversos habían logrado suscitar en el corazón del esposo.
Isidro es el hombre del vivir sencillo, dividido pacíficamente en sus tres grandes horizontes: el hogar, el trabajo y la oración. San Isidro Labrador trae un auténtico mensaje evangélico de fidelidad, de espíritu de trabajo armonizado con una intensa devoción de humildad y fortaleza en el sufrir las injusticias, y sobre todo de gran caridad para con los necesitados, a quienes diariamente hacía partícipes de su frugal comida.
San Isidro Labrador será siempre una lección y un acicate de recia cristiandad para quienes ganan cotidianamente su pan con el sudor de su frente.
A los casi 400 años de su muerte, el Papa Gregorio XV lo canonizó, al mismo tiempo que a Santa Teresa de Jesús y a otros santos españoles. Ha podido decir bellamente un escritor, que el arado y la esteva de San Isidro han subido a los altares junto con la pluma de la Seráfica Doctora.
Delante de su sepulcro se han postrado reyes, arquitectos le han erigido templos, los más altos poetas del Siglo de Oro español, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Espinel y otros, lo han cantado en versos inmortales.