Monseñor Oscar Vicente Ojea, obispo de la diócesis de San Isidro, concelebró en la mañana de este Jueves Santo, 2 de Abril, junto al obispo auxiliar Martín Fassi, el obispo emérito Alcides Jorge Pedro Casaretto, y los presbíteros diocesanos la misa crismal.
En esta celebración eucarística se consagra el Santo Crisma y se bendice los óleos para los enfermos y lo que se van a bautizar.
El crisma (del latín "unción") es la materia sacramental con la que son ungidas las personas al ser bautizadas, son signados los que reciben la confirmación y son ordenados los obispos y sacerdotes, entre otras funciones.
El Santo Crisma representa al mismo Espíritu Santo y debe ser aceite de oliva perfumado.
Al comenzar la misa el obispo Ojea mencionó a los sacerdotes que cumplieron aniversarios sacerdotales, a los fallecidos (Edel Torrielli y Jorge Rotondaro), a los que están en otras diócesis (Jorge Jara que se sumó a la misión en Cuba), a los que realizan estudios en el exterior (Augusto Zampini y Eduardo Mangiarotti), a los diáconos y sacerdotes de órdenes religiosas que se sumaron al clero local, a los que tienen problemas de salud (Anibal Coerezza), y a los hermanos y hermanas de distintas congregaciones que desarrollan su labor pastoral en la diócesis.
Luego de las lecturas del libro de Isaías, del Apocalipsis y del Evangelio según San Lucas, monseñor Ojea señaló "Esta celebración es la expresión de nuestra comunión que nos identifica como pueblo sacerdotal y discípulos del Resucitado. Venimos de las diversas comunidades, laicos, religiosos y religiosas, diáconos y presbíteros para celebrar junto con los obispos. Como ungidos del Señor por el bautismo, preparamos los oleos y el santo crisma. Con ellos ungiremos a otros en nombre del Señor para que sean incorporados al Pueblo de Dios y convertidos en hermanos nuestros, discípulos del Señor."
"Así como el niño -dijo el obispo Ojea- percibe como aroma preferido de recién nacido el olor de su madre y por el sentido del olfato la identifica como tal, lo que le produce serenidad, confianza y seguridad, del mismo modo nuestro pueblo reconoce la fragancia que le trasmite la Madre Iglesia cuando la alegría de la misión invade la vida de pastores y laicos."
[Texto completo de la homilía]
Durante la celebración el obispo Ojea invitó a los presbíteros a renovar sus promesas sacerdotales
Al momento de las ofrendas además del pan y el vino fueron llevados al presbiterio grandes recipientes con los óleos a los que el obispo agregó perfume (para el Santo Crisma) y posteriormente bendijo.
UNA MIRADA CRÍTICA
La importancia que tiene una celebración eucarística es algo que cualquier cristiano debería conocer y comprender llevándolo, naturalmente, al respeto por cada momento y cada gesto. La ausencia de esa comprensión es lo que provoca, lamentablemente, el abandono de la práctica sacramental y el debilitamiento de la fe.
Saber cuándo es correcto estar de pie, cuándo corresponde ponerse de rodillas, qué palabras decir, qué no hacer, no son caprichos u obligaciones impuestas sin sentido.
Se está de pie por respeto para lo cual se debe vivir ese respeto. Se ponen los fieles de rodillas como manifestación externa de una convicción interior: somos pequeños, frágiles, necesitados, ante la grandeza de Dios que todo lo puede.
Se deja de lado el teléfono y cualquier conversación innecesaria porque se está viviendo algo más importante. Por un rato -salvo una real urgencia-, no hay nada que hacer con un teléfono ni diálogo que no se pueda dejar para el final de la misa.
Cada gesto, cada movimiento en una misa no debe ser un acto externo sin su correlato interior. La señal de la cruz no es algo externo, mecánico. El saludo de la paz debe ser profundamente sentido y expresado a las personas que están circunstancialmente junto a mi y no a los amigos o familiares que están más alejados.
Cada prenda de un sacerdote o un diácono tiene una razón de ser, cumple una misión, como cada lugar del templo guarda distinta importancia por la trascendencia de lo que allí ocurre.
Por eso podría ser curioso (salvo que uno revise la historia diocesana y haga memoria de los sonoros fracasos en sacerdotes formados localmente), ver presbíteros que no se comportan como se espera de los fieles.
Es así que vimos sacerdotes sentados mientras se distribuía la comunión, bromeando durante el salmo, recostados en el bancos como en un bar, conversando animadamente durante el largo saludo de la paz, sacando fotos con celulares y bostezando durante la homilía del obispo Ojea. A ello habrá que sumarle algunas estolas que no respondían a color litúrgico alguno y sacerdotes de colorida camisa a cuadros asomando bajo la casulla.
La iglesia catedral tuvo la concurrencia de una importante cantidad de feligreses -en un 95% adultos y adultos mayores- aunque, si se piensa en que cada sacerdote (menos de 100 de los más de 120 que tiene San Isidro) pudo provocar la asistencia de algunos de su parroquia, no fue una misa realmente multitudinaria como debiera para una diócesis de 1.000.000 de personas.
Es evidente que sólo se construye o se mejora desde donde se está, no hay otro camino.
A los errores del pasado no se los puede cambiar, pero sí a los desvíos del presente, si es que se busca un futuro más comprometido en cuestiones de fe y hacia una sociedad sanisidrense que no olvide sus orígenes.