Como un felino atento a su presa, los medios de comunicación saltaron este viernes sobre un supuesto comentario del Papa Francisco referido al celibato sacerdotal.
“El problema está presente en mi agenda”, habría dicho el pontífice durante un encuentro a puertas cerradas que alguien –si la frase es cierta- se ocupó de hacer trascender.
El supuesto comentario provoca más de una consideración, aunque debería comenzarse por el principio ¿cuál sería ese "problema del celibato"? Si la mayoría de los sacerdotes católicos prometió y vivió el celibato desde hace muchísimos años, quiere decir que es posible cumplir con él. La situación irregular de sacerdotes que traicionaron tal promesa (la diócesis de San Isidro no está ajena a tal irregularidad), no es generalizada, aunque sí lo es la cantidad de comentarios de gente ignorante del tema, casi siempre alejada de la práctica religiosa.
La sociedad, con la constante “ayuda” de los medios de comunicación, vive altamente “sexualizada”. Medios aparentemente serios incluyen a diario contenidos eróticos, comentarios sobre diversas perversiones (últimamente promocionando la película “50 sombras de Grey”), fotos de “diosas”, “confesiones” intimas, livianos análisis sobre la sexualidad separada de todo sentimiento, etc.
Con ese marco y ante el desconocimiento real del tema, el celibato es presentado como una exigencia de otros tiempos, algo “antinatural”, una práctica imposible de cumplir, un despropósito.
El celibato no es un tema que tenga urgencia, aunque evitar su análisis en el ámbito apropiado –la Iglesia- no es bueno. Tratarlo, tenerlo “en agenda”, es lo correcto. Como es correcto que sacerdotes y obispos lo aborden públicamente, en sus homilías, con soltura y naturalidad. Si alguien tiene que tener las cosas claras, es allí donde se deben escuchar.
¿Qué se puede hacer?
Atender el tema del celibato no es dar un permiso para que los sacerdotes se casen, como algunos fantasean.
Una forma de atender la soledad del sacerdote podría ser facilitar la formación de comunidades de religiosos que estén en una zona determinada de una diócesis. La vida en comunidad facilita la diaria resolución de situaciones, mejora la administración de recursos y permite una saludable interacción social con pares.
Pueden también crearse órdenes religiosas de sacerdotes para ayudar a resolver los problemas ligados a la práctica del celibato. Una suerte de misión especial para apuntalar a consagrados en este punto, entre otros.
Otro tema: el sostenimiento
Los obispos tienen ingresos provistos por el Estado Nacional que ascienden al 80% de la remuneración de un juez nacional de primera instancia, lo que es aproximadamente unos 24.000 pesos.
Sólo en algunos casos (en zonas desfavorables, por ejemplo) los sacerdotes reciben dinero del Estado. En todos los otros sus ingresos provienen de los recursos parroquiales: lo que la feligresía aporta en las colectas costea los gastos de los presbíteros. Y todos saben que muchas veces es la propia familia del consagrado quien colabora con su sostén.
¿Qué pasaría con sacerdotes con familia a cargo? ¿Deberían los fieles con sus aportes sostener a la esposa, costear la educación, la vestimenta, la diversión de los hijos?