Al igual que en ocasiones recientes, un par de personas decidieron unirse civilmente y, ante la imposibilidad evidente de poder hacerlo bajo las normas del Evangelio, llevaron adelante una puesta en escena para acercarse a lo que, todos saben, representa claramente la unión más profunda por poner a Dios de por medio.
Cuando el que “oficia” de celebrante es un aprendiz de payaso, cultor de alguna ensalada de religiones o advenedizo mediático, el acontecimiento no deja de ser un poco más de cartón pintado que algún desprevenido calificará de “boda”.
Alguien podría objetar la descalificación que buscan estas líneas y podría tener razón si no se buscara burlar lo serio, mofarse de lo trascendente, disimular la falta. Otro sería el cantar si los “contrayentes” fueran “fieles” de una secta o seudoreligión. Allá ellos. Un día firman un contrato de unión civil y otro día reciben una bendición pagana de parte de un tipo o varios que inventaron o promueven una convicción sin verdades trascendentes que sólo unos pocos conocen.
Pero pretender un casamiento religioso con detalles, gestos, desarrollos y símbolos de una fe real, seria (cualquiera de ellas) es, al menos, ofensivo.
Y mucho mayor es la ofensa si de la puesta en escena participa un sacerdote, católico en este caso, salesiano para más datos, realizando una bendición de una unión que el propio Jesús rechaza.
Así las cosas, fue el político macrista Diego Santilli (47) y la ex modelo Analía Maiorana (40) quienes se casaron por la ley civil vigente un día y otro recibieron una nula bendición de parte del presbítero Matías Forchieri en una fiesta realizada en Tigre. (*)
Como insistimos, si alguien no se quiere casar, puede hacerlo, es libre. Si se manifiesta fiel a la fe de los judíos y desea unirse bajo sus normas, que lo haga. Si se declara católico y está en condiciones de hacerlo, que se case por la fe que tiene al Papa Francisco como representante máximo.
Pero jugar una representación de casamiento judío, o católico, sólo “para la foto”, no es correcto. Pueden no hacerlo y seguramente muchos no se lo recriminarían. La vida continuaría sin problemas, tal vez hasta que comprendan que poner a Dios en el medio y seguirle los pasos tiene más ventajas que complicaciones.
Y que un sacerdote –que en este caso es pariente del político y no pertenece a la diócesis de San Isidro - se preste a ser parte de un engaño, es peor aún.
(*) Diego Santilli se unió a la periodista Nancy Pazos cuando ella estaba casada. Estuvo 20 años con ella y tuvieron 3 hijos. Maiorana es madre de 2 hijas que tuvo de su unión de 19 años con Martín Terra.
Volvemos a buscar claridad sobre el tema
El matrimonio -en cuanto pacto libre de amor entre un hombre y una mujer-, es uno, indisoluble e irrevocable. Se trata de una verdad mantenida en el tiempo y de la que da claro testimonio la Sagrada Escritura, la Biblia. El hacerse "una sola carne", tal como dice el libro del Génesis, es una expresión de aquella época para hablar de lo que hoy llamamos la indisolubilidad del amor conyugal.
El mismo Jesucristo rechaza la separación o divorcio de hecho cuando se le pregunta sobre la posible licitud de la ruptura conyugal. Dice que "no es lícito", que "al principio no fue así", vale decir, que desde los orígenes humanos Dios ni quiso ni quiere tal ruptura en la relación esponsal entre el hombre y la mujer (cf. Mt. 19, 1-9; Lc. 16,18).
Para Cristo y la Iglesia católica la única unión de amor posible entre cristianos es la que exige la presencia de un tercero o testigo llamado "sacerdote" y es celebrada con permiso del párroco del lugar. Es decir, la unión que se hace pública delante de un altar. No hay otra. ¿Cuál es el motivo de semejante afirmación? ¿Por qué hoy se encuentran en pecado los cristianos "juntados" pero no desposados sacramentalmente o en la Iglesia?
Del mismo modo que Dios, al crear un ser humano, no sólo tiene intenciones de que viva y respire sino de que viva y respire como cristiano (para lo cual hay que bautizarlo), así también cuando pone en el corazón humano la inclinación al sexo contrario lo hace en vistas de una inclinación más honda, de una vinculación más profunda, de un amor más irrevocable, que es el amor o la entrega matrimonial-sacramental. Lo natural se ordena a lo sobrenatural. El amor humano se ordena al amor a y de Dios.
Así como la vida en este mundo se dirige y ordena, para el creyente, a la Vida en el Otro mundo, así también el primer nacimiento (biológico) se ordena al segundo nacimiento (bautismo) y el primer amor (con o sin convivencia) se ordena al segundo amor o segunda convivencia: la sacramental y bendecida por Dios.
No hay cristianos si no hay bautismos, y no hay amor conyugal cristiano, unión cristiana o parejas cristianas si no hay un sacramento que los haga tales.
¿Eso quiere decir que la unión de amor hombre-mujer no es avalada por Dios hasta que no se casen por la Iglesia? En efecto.
Si los cristianos "conviven entre sí", "están juntados" y no están casados sacramentalmente se están autoexcluyendo de la voluntad de Dios y autodiscriminando de un amor, un pacto o una alianza que no puede ser -a partir de Jesucristo- más que sacramental y eclesial.
La Nueva Alianza dada por Cristo ya no es sólo el "juntarse" o el "unirse en una carne" del primer libro de la Biblia, ni el dar cumplimiento a la ley natural por la que el hombre intenta la comunión con la mujer.
Es cierto que Cristo asume aquella verdad pero no es menos cierto que, a su vez, la perfecciona y eleva a un status nuevo, menos exterior y más espiritual, que es el status o la realidad "sacramental".
Por esta razón, desde hace 2.000 años ya no se trata de "hacerse una sola carne" con otra persona humana sino también con Dios (a través de la gracia) y con la Iglesia (a través del sacerdote y de su bendición) en virtud del sacramento del matrimonio. En esto consiste la nueva realidad conyugal inaugurada por Jesucristo.
Por tal razón quien está "en una relación de pareja" que da muestra de faltar a esa condición exigida por Cristo cae en el pecado de fornicación o concubinato; como por ejemplo, un cristiano que se ha casado por la Iglesia (y ha contraído por eso una indisolubilidad sacramental) y desea, previa separación, volver a casarse con otra persona a los ojos de Dios.
¿Eso significa que los "juntados" no pueden amar a Dios ni dejarse bendecir por Él por el simple hecho de no cumplir con una norma o precepto de la Iglesia?
Quien va contra la ley de Dios no puede decir que ama a Dios sin incurrir en una contradicción. No se puede amar lo que se rechaza y rechazar lo que se ama. Dios y su ley son la misma cosa porque su ley expresa su querer y amor, y en Dios la voluntad y el amor no es distinta de la persona.
Ahora bien, un modo de ir en contra del querer de Dios es "juntarse" o "convivir" con alguien con quien aún el amor no es pleno. ¿Y por qué no es pleno? Porque falta la bendición de Dios. ¿Y por qué falta la bendición? Porque nunca existirá esa plenitud al carecer de los pocos (pero importantes) criterios objetivos que den prueba de la indisolubilidad revelada en la Escritura santa. Ellos pueden ser, entre otros: la inmadurez, el engaño, la falta de libertad o el haber faltado a Dios en la ruptura de una indisolubilidad anterior confirmada por Cristo y su Iglesia a través del sacramento.
Es por eso que la ausencia de esa indisolubilidad y de las condiciones que la acompañan no puede ser agradable a Dios a través de una bendición. Dios no puede estar a favor de la solubilidad del matrimonio (en el caso de que un separado quiera unirse nuevamente por Iglesia con alguien o hacerse bendecir) por el simple hecho de que no puede estar en contra de la indisolubilidad que Él mismo instituyó. Dios no es enemigo de Sí mismo.
¿Pero acaso Dios no es Amor y misericordia?, podría preguntarse alguien. Sí, es amor. Pero su amor no se contradice; y porque no se contradice no puede contrariar a su ley, la cual también es fruto de su amor no ciclotímico.
Si Dios inicialmente bendijo y exigió la indisolubilidad sacramental del amor no puede, acto seguido, contrariarla avalando una unión que ha dado muestra de faltar a ella y que, para peor, no puede garantizar que luego deje de seguir obrando de igual manera. Dios no borra con el codo lo que escribe con la mano.
Es por esta razón que cualquier acto que, de manera explícita o implícita, intente un reconocimiento o bendición por parte de Dios o de la Iglesia a una pareja de cristianos que no podrá vivir la indisolubilidad exigida por Dios es, de suyo, falso e inexistente. Se trataría aquí de una ilusión que, de hacerse pública, tendría un reconocimiento que no iría más allá de la calidad de las fotografías o de la indumentaria de los falsamente bendecidos.
¿SE PUEDEN BENDECIR LOS ANILLOS EN UNIONES DE ESTE TIPO?
Un reconocimiento y aceptación implícita de la irregularidad en la cual viven los juntados puede ser la bendición de las alianzas o anillos. Habida cuenta que no se bendice una casa en cuanto casa sino en función de quienes la habitan o un auto en cuanto auto sino en cuanto a la relación con quienes lo usan, del mismo modo no se bendicen las alianzas en cuanto alianzas sino en función de aquello que ellas manifiestan y simbolizan: la unión y el amor entre personas.
Es decir: lo que se bendice no son los anillos como cosa material (el metal, el oro) sino la vinculación de amor que estos testimonian; la cual, si viene a faltar, hace inválida cualquier tipo de bendición. Y porque ningún sacerdote bendeciría una tapera o un auto destinado al desguase en un desarmadero, a nadie se le ocurriría bendecir unos anillos que son incapaces de decir algo respecto de una unión indisoluble que, en principio y por su misma razón de ser, deberían testimoniar.
¿Pero acaso Jesús no comía y compartía su vida con los pecadores, con aquellos que no siempre cumplían la ley de Dios?
Comía con el pecador pero no avalaba su condición. Zaqueo, quien tenía fama de ser "amigo de lo ajeno", una vez convertido, prometió restituir y reparar. Y María Magdalena hoy está en el pedestal de los altares no precisamente por haberse mantenido fiel a su antigua condición. Hoy le rezamos a una casta, no a una meretriz.
La Iglesia, sin embargo, siempre bendijo las alianzas de los novios que se comprometen. ¿La bendición de anillos en personas "juntadas" pero no casadas no se encuadraría en esta práctica promovida por la Iglesia?
Cuando la Iglesia bendice los anillos de quienes se comprometen lo hace en función y en vistas de la unión sacramental que, en un futuro no lejano y si no aparecen obstáculos graves, se habrá de celebrar. Bendecir el anillo de los novios no es igual que bendecir el anillo de los "juntados" y que nunca se casarán por la Iglesia, del mismo modo que bendecir el amor aún imperfecto de aquéllos es muy distinto que bendecir el "amor" objetivamente pecaminoso de éstos.
La imperfección o inmadurez es distinta de la culpa voluntaria, descontando el dato no menor que aquella misma imperfección dejará de existir el día que se casen concienzudamente y para siempre ante Dios. Cosa que nunca podrá ocurrir en personas cristianas y ahora unidas pero que válidamente han contraído un matrimonio anterior.
El sacerdote que, a sabiendas, se presta a bendecir anillos en personas que viven las "uniones de hecho" o están "juntadas" escandaliza a los católicos con una conducta que para nada condice con la enseñanza que promueve una Iglesia a la que él pertenece, representa y debe defender y gracias a la cual vive, come y paga su jubilación.
No es de buen hidalgo "morderle la mano a aquél que te da de comer". De esta manera el ritual pseudobendicional a cargo de un cura se transforma en una pantomima, circo y simulación que, si se piensa a fondo, es poco respetable ya no sólo de la ley de Dios y de los fieles cristianos que están afuera del decorado salón de fiestas sino también de quienes están adentro, los cuales, de buena fe y con una importante dosis de ignorancia que no siempre puede ser culpable, creen y se convencen –de manera equivocada- que Dios y la Iglesia les han dado el espaldarazo y la bendición.
-> Alberto Mora
Director de Contenidos
[Fuentes: Padre Gabino Tabossi / La Nación / Rating Cero / Propias]