En la mañana de este martes -19 de Agosto- en las instalaciones del colegio "Carmen Arriola de Marín" [Av. del Libertado 17.155, Beccar] el obispo de la diócesis de San Isidro, monseñor Oscar V. Ojea, ofició la Misa del Joven, organizada por la Junta Regional de Educación Católica.
Entre los fieles se encontraban el intendente de San Isidro, Dr. Gustavo Posse, el Director General de Educación del municipio, Gustavo Hirsch, y el titular de la Red Solidaria, Juan Carr,el presidente de la JUREC, Rodrigo Martínez, la inspectora de la Dirección Provincial de Educación de Gestión Privada, Cristina Roffé, entre otros funcionarios.
Al finalizar la misa, Juan Carr lanzó la campaña "Semana de la Solidaridad en las Redes Sociales", del 15 al 19 de Septiembre, durante la cual los voluntarios podrán donar un minuto de su tiempo de navegación en Internet, para colaborar con 80 temáticas sociales sugeridas como Hablemos de autismo, Buscamos a María Cash, Donar órganos es donar vida, Agustín necesita un trasplante de médula ósea, Siga la ley celíaca, Si tomo no manejo. “Cada minuto de estos jóvenes es una revolución" (Más información: solidaridaddigital@gmail.com).
Texto completo de la homilía del obispo Ojea:
En algunos encuentros que he tenido con ustedes, les conté que, en la última parroquia que fui párroco 13 años, teníamos un hogar para hombres en situación de calle.
Los recibíamos, estaban un mes más o menos. En ese mes teníamos muchos encuentros. De alguna manera, muchos, se reinsertaron en el tejido de la sociedad, consiguiendo algún trabajo, primero consiguiendo alguna changuita, después algún trabajo.
La idea era salir de la calle donde es tremendamente duro vivir.
Vino un muchacho de tantos, se llamaba Luis,llegó destruido, son vidas rotas, por supuesto que hacía mucho que no veía a su familia, estaba solo, había pasado por el alcohol, que es muy común en la gente que vive en la calle. Una de las condiciones del hogar era no venir alcoholizado.
Luis que vino destruido, poco a poco con las reuniones, la compañía fraterna, el aliento, el poder salir a buscar trabajo temprano a la mañana, bien comido, bien alimentado, durmiendo en sábanas limpias. Con todo el amor que nosotros tratábamos de servir a estos hermanitos nuestros. De pronto Luís empezó a pintar y me pidió un lugarcito en la parroquia para poder pintar junto a otros compañeros a quienes les quería enseñar a pintar.
Un día pasó una señora, que pasaba por ahí, y me dijo “padre, este muchacho tiene talento, vale mucho lo que hace”.
Yo no entendía mucho de pintura. Lo dejé pasar y la segunda vez que me dijo “mire, realmente pinta muy bien”, le dije “vamos a hacer una exposición después de Misa, en el salón". Tuvo un éxito tremendo la pintura de Luis, incluso llegó a vender. Pudo salir de su situación y dedicarse a esto que tenía totalmente escondido, guardado, durante muchos años. Había podido sacarlo, apenas encontró la atmósfera, el calor, para que esto saliera. Descubrió su vocación.
Luis, después, tuvo su compañera. Nos venía a visitar seguido y en este momento está viviendo muy bien y ha superado una situación muy difícil.
Pienso que en el primer encuentro con Jesús, que escuchamos en el Evangelio, Andrés descubrió quién era, cuál era su vocación.
“Para qué estoy en la vida” Si el Señor me dio la vida, primero es para disfrutarla, porque la vida es hermosa. Como dice la Biblia, para gustarla, para saborearla. De allí viene la sabiduría, saber vivir, saber disfrutar en serio lo que el Señor nos regaló.
Pero, para poder ser felices, tenemos que entregarla. Tenemos que gastarla por los demás.
El Señor no nos regaló la vida para guardárnosla, sino para darla. Y de esta manera, sirviendo, ser felices de verdad. Si no es imposible ser feliz.
Para esto tengo que descubrir, en la vida que el Señor me regaló, qué es lo que quiere que yo dé, qué es lo más propio mío, cuál es el don más propio mío.
Si no lo voy a dar, si no lo doy, la humanidad pierde algo, la comunidad pierde algo y yo no voy a ser feliz.
Yo no soy feliz hasta que no descubra aquél secreto que descubrió Andrés en ese día que pasó con Jesús. Ese día en donde cambió su vida.
Eran las cuatro de la tarde, fija el Evangelio, como queriendo remarcar que la vida de Andrés cambió. La vida de Andrés se divide en dos. Antes y después de encontrarse con Jesús.
Descubrió cuál era su don y descubrió que él era la misión.
Yo soy la misión que tengo en la vida. Yo me identifico con la misión que Dios me dio. Yo soy cura, yo soy médico. Yo soy este cura y este médico. Yo soy este abogado. Yo soy esta servidora social, esta trabajadora social que aporta esto que es mío y que nadie lo puede dar sino soy yo. Nadie. Para eso nos creó el Señor y para eso nos dio la vida.
Pero, no es un atropellador Jesús. No es un prepotente. No nos quita la libertad.
Las primeras palabras del Evangelio de San Juan son estas “¿Qué buscan?, miren bien en su corazón qué quieren”.
Son las primeras palabras de Jesús.
No es tan fácil saber qué quiero de verdad.
Y allí, Andrés y su compañero, le dijeron “dónde vivís” y tuvieron esta experiencia única de encuentro con Jesús.
Con Él nos encontramos en la oración. Cuando entramos en nuestro corazón y nos encontramos con Él.
Si tenemos un Evangelio cerca y leemos su Palabra, nos encontramos con Él.
Si sabemos mirar la naturaleza y dejar que la sorpresa y la admiración nos invadan, nos encontramos con Él.
Y si podemos interpretar lo que nos pasa en nuestra vida, lo que pasa en nuestra historia, nos encontramos con Él.
Lo fundamental es ese encuentro, en el cual yo descubro ese secreto último mío, que es lo último que soy y que tengo que aprender a dar, a aportar, a la comunidad.
En realidad, Andrés salió enloquecido de ese encuentro, le cambió la vida y enseguida fue a decírselo a Pedro y todo fue una fiesta, porque Pedro se acerca y también, se siente conocido, en el fondo de su corazón, por Jesús.
Ese día solo que estuvieron con él. Permanecieron, dice el Evangelio. Esto quiere decir “se habitaron mutuamente”.
Andrés pudo hacer el depósito de su corazón en Jesús y Jesús pudo abrir su corazón a Andrés. Por eso permanecieron con él. Estuvieron corazón a corazón.
Este encuentro es fundamental para descubrir hacia dónde vamos.
Para esto es necesario también perder el miedo.
La escuela, el colegio, es como una gran madre. Cuando salgo voy a extrañar. Me siento cómodo. Tengo mis amigos. Tengo mis compañeros. Voy a salir y me va a costar. Me va a costar como todo aquello que en la vida vale muchísimo.
Va ser un año que será fácil, aunque tenga determinado “qué voy a hacer”, que es la primera pregunta que compartimos.
La segunda es la más importante. “Qué quiero ser”. Para poder ser de verdad tengo que perder el miedo.
Cuando me encuentro con Jesús no tengo miedo de ser yo mismo.
Tengo que aprender a ser yo mismo. Es lo más difícil que hay, porque siempre estoy copiando, siempre estoy imitando. Miren las universidades que se ofrecían acá hace un ratito. La de La Plata. La del éxito, la del estrellato. La de la mojigatería. Todo es a quién tengo que imitar. Tengo que ser como quién. Tengo que ser como aquél. Tengo que ser como este que veo en la televisión. Tengo que ser como aquél que me parece que la pasa bien.
¡Tengo que ser yo mismo! Tengo que descubrirme a mí. Esta es la verdadera riqueza.
El Señor me quiere. Me quiere singularmente. No me quiere como una masa. Quiere a cada uno. Quiere lo más íntimo de cada uno. Quiere el secreto último de cada uno.
Pongamos delante de la Virgen esta intención de perder el miedo a ser yo mismo.
Dejarme descubrir por Jesús, para que yo pueda disfrutar la vida con todo el sabor, con toda la sabiduría que ella me regala y al mismo tiempo para que, disfrutándola, pueda entregarla y ser feliz.