Celebramos el Día de la Virgen y al contemplarla llevada por Jesús al cielo, podemos pensar, es el modo que tiene Jesús de devolverle, de agradecerle a la Madre, todo lo que ha hecho por él en la tierra.
Así como María lo recibió, lo acogió, dijo el sí, lo acompañó, fue fiel, así el Señor quiere devolverle, en este día, esta acogida y esta recepción.
Y la recibe en su casa del cielo, con el Padre, con el Espíritu, con los ángeles, como un día pleno, un día lleno de alegría.
Pensando en este día, el poeta Miguel de Unamuno, llama a la Virgen "Toda vida y toda cielo".
Toda vida porque María alcanza la plenitud de la vida que le regala el Señor resucitado. La plenitud del espíritu. La vida con mayúscula. María es pura vida.
Y al mismo tiempo toda cielo porque desde allí, desde la vida plena, desde el cielo, la Virgen encuentra un lugar propicio para ayudarnos mejor, para el ejercicio de su maternidad. Es como la madre que ha encontrado el espacio necesario, junto al corazón de Jesús, para transmitirle aquello que realmente nos pasa.
Ella que es criatura. Ella que es como lo mejor de nuestra estirpe, como decimos en la liturgia, lo mejor de nuestra raza. Ella tiene acceso directo al corazón de Jesús y puede transmitirle, con claridad, aquello que nosotros necesitamos.
Por eso nuestro pueblo lee en ella todos los misterios del Evangelio, dice el Papa.
Es decir, el pueblo ve en ella cómo se vive el Evangelio de Jesús, cómo se vive en la práctica el Evangelio de Jesús. Entonces, confía en ella, le expresa sus necesidades, sin ningún tipo de temores, de reservas, de vergüenzas, sabiendo que la Virgen puede escuchar y puede entender, porque es criatura, todo lo que pasa en el corazón del hombre.
A María, entonces, que ha encontrado su lugar propio como Madre, primero acompaña a la primera iglesia junto con los apóstoles, quedándose con nosotros.
Así celebramos el misterio de la Virgen de Luján. El misterio de la Virgen fiel. La Virgen que se queda. La Virgen que persevera en la oración, junto a los apóstoles. La Virgen que transmite la vida de Jesús. La Virgen que anima en la esperanza a la primera iglesia.
Ahora, la Virgen, ha encontrado un lugar más fecundo para poder ejercitar esa maternidad.
Madre de todos y Madre de cada uno. Madre de cada historia, de cada singularidad, de cada peregrinaje en esta tierra.
Confiemos en ella y en este día de gracia, a ella, toda vida y toda cielo. Encomendémosle con mucha esperanza aquello que realmente necesitamos para poder ser una iglesia que camina junto a ella, que es el amor, que es la Madre, que encarna el Evangelio y que siempre nos está acercando a Jesús.
Muchas gracias Virgen Santísima por todo lo que nos das, por tu modo de protegernos, por proteger a tu iglesia, por proteger a tu diócesis.
+ Monseñor Oscar V. Ojea
Obispo de la diócesis de San Isidro