Posiblemente hemos vivido muchos días del niño, en los cuales hemos dedicado un tiempo a elegir un regalo, a buscar una actividad, tal vez un actividad de servicio que convoque a varios niños a que pasen un día distinto, un momento de recreación, de expansión.
Qué estamos haciendo a través de esta celebración y a través de este homenaje.
En el fondo nos estamos conectando con nuestro niño interior.
Nosotros, seguramente, nuestra singularidad, nuestra vocación, fue marcada desde niño. Aquello de genuino que nosotros tenemos desde chicos es aquello que, de alguna manera, desarrollamos en nuestra vida y de alguna manera buscamos entrar en contacto con este niño interior, el niño preferido por Jesús, el niño que amó Jesús, el niño que puso Jesús como modelo en nuestra vida, modelo de sencillez, de valentía, de arrojo, de verdad, de inocencia, de alegría, de esperanza.
Cuando Jesús prefiere a los niños, cuando se pone junto a ellos y los acaricia en medio del desconcierto y del enojo de los apóstoles, según marca el Evangelio de San Marcos, Jesús nos quiere decir “sean capaces de tener estas actitudes, de desarrollar estas actitudes”.
Hay algo muy serio en cada niño y eso serio y profundo es el Señor que ha marcado allí algo genuino que durante toda la vida estará llamada a desarrollarse. El misterio de cada vida y de cada existencia.
Cuántos niños nuestros tenemos abandonados, sin familia, institucionalizados. Cuántos niños tenemos sin el calor necesario para poder desarrollar esto que nosotros hablamos. Cuántos niños van creciendo en situaciones que cuando vemos sus rostros decimos “no son caras de niños”, son caras de hombres ya, sufridos, curtidos, por el dolor.
A todos esos niños de nuestra patria, a todos los niños que van naciendo, que van creciendo, que la celebración del Día del Niño nos lleve a ponernos más cerquita de Jesús, que los amó tanto, para que a nadie le falte el afecto, la familia, el clima y la atmósfera necesaria para que su vocación pueda crecer en un ambiente sano y propicio para que esa sencillez, esa humildad, esa franqueza, esa inocencia que vio en ellos el Señor pueda brillar a pleno en sus vidas de hombres.
+ Monseñor Oscar V. Ojea
Obispo de la diócesis de San Isidro