Los judíos y los cristianos deberían obviar la extendida práctica del tatuaje, entre otras "costumbres" de utilizar el cuerpo como soporte de mensajes y perforaciones.
¿De dónde sale esta recomendación? Del propio Dios.
En el Antiguo Testamento, en el libro del Levítico, Dios le dá indicaciones al pueblo de Israel a través de Moises que encausan sus vidas a una correcta valoración de lo divino en lo cotidiano. Se trata de normas que ordenan la vida diaria y la relación entre las personas.
En el capítulo 19 de ese libro -posterior al del Éxodo, cuando se enumeran los 10 mandamientos- el Creador le dice a Moises que quiere que los hombres sean santos, como Él; que respeten a sus padres; que no hagan dioses de metal fundido; que no hurten, ni mientan, ni se engañen; que no juren en vano; que no opriman al prójimo; que no se aprovechen del desvalido; que sean justos en sus sentencias; que no odien y que corrijan a quien se equivoca evitando hacerse cómplices de sus faltas; que no se venguenni guarden rencor; que no practiquen la astrologíani se dirijan a los brujos; que honren a los ancianos; y que no molesten a los extranjeros.
Es en el versículo 28 en donde se refieren las indicaciones divinas a estas costumbres más o menos modernas de los tatuajes: "No se hagan cortes en su cuerpo por los muertos; no lleven inscripciones o tatuajes en su cuerpo: ¡Yo soy Yavé!".
Este preciso pedido de Dios no hay dudas que tiene sentido. El cuerpo, tan frágil, limitado y con fecha de vencimiento, es un regalo del Todopoderoso y, como se dice, "el templo del alma". Por lo tanto, todo maltrato o herida provocada deliberadamente es una agresión a algo que es sagrado y merece ser protegido, cuidado, valorado en su justa medida.
El cuerpo no es una cartelera de mensajes, ni una marquesina de frases con pretensión de célebres. Símbolos orientales que necesitan prospecto, rostros de deportistas, de guerrilleros, de instrumentos musicales, hojas de marihuana, flores, animales, en la cabeza, en los labios, en las nalgas, en los dedos, todo es válido. Sin dudas, en muchos casos, valga decirlo, estas heridas controladas demuestran una enorme capacidad como dibujantes de los tatuadores.
Frente a la mirada hedonista que convence a poco formados y desprevenidos para ponerlo como curioso lienzo vascularizado, el cuerpo humano es la maravillosa y equilibrada creación que permite encontrarnos en esta tierra, es la materia que nos ofrece la oportunidad concreta de los abrazos, las sonrisas, los esfuerzos, los afectos.
Curiosamente, la muy generalizada práctica del tatuaje y los piercing toman más y más lugar cuanto menos espacio tienen los sanos criterios que pone la fe: El cuerpo no es el fin sino el medio -maravilloso y gratuito- del encuentro profundo entre el hombre, su comunidad y su Creador. Su uso como pancarta es, como dice la Biblia, algo que Dios no quiere.