El obispo de la diócesis de San Isidro, monseñor Oscar V. Ojea, ofició este jueves 17 de Abril la misa crismal -en la que se bendicen los santos óleos que se usarán en bautismos, confirmaciones y con los enfermos- en la catedral sanisidrense y ante una feligresía que colmó el templo mayor.
TEXTO DE LA HOMILÍA DE MONSEÑOR OSCAR OJEA EN LA MISA CRISMAL DEL JUEVES SANTO
“El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha consagrado por la unción” Lc 4, 18
Los invito esta mañana a fijar nuestra mirada y a contemplar la fuente de donde proviene la unción que se derrama sobre Jesús.
En primer lugar: El amor misericordioso del Padre que “tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3, 16) para consagrarlo al servicio de sus hermanos.
Luego: La disponibilidad plena de Jesús que ofrece su corazón, su mente y su cuerpo para dejarse impregnar del Espíritu Santo que lo unge sacerdote para siempre.
Finalmente el dinamismo amoroso del espíritu que se desparrama generosamente sobre el santo pueblo fiel de Dios para ejercer un sacerdocio real del que todos participamos por el bautismo.
Así como Jesús ha sido ungido para llevar la Buena Noticia a los pobres, liberar a los oprimidos y dar luz a los ciegos, todos nosotros hemos sido ungidos para ungir, construyendo canales que comuniquen con fluidez el amor de Dios derramado a todo hombre sin exclusión.
El Espíritu es convocado por el amor de Jesús que se nos hará transparente en estos días santos para acompañar y estar al lado de cada hermano que no volverá jamás a estar solo ni en su dolor ni en su gozo después de la Pascua del Señor.
Algunos de nosotros hemos sido llamados por Él de en medio del pueblo para servirlo configurados plenamente con Cristo Buen Pastor y la caridad pastoral se ha transformado en el eje que da sentido a nuestra vida.
De un modo especial nosotros los sacerdotes hemos sido ungidos para ungir.
Sin embargo al mirar a aquellos a quienes hemos sido enviados, al mismo tiempo que nos llena de alegría el inmenso bien que reciben de nuestro ministerio, podemos ver también en nosotros la fatiga pastoral, las tensiones y el cansancio emocional unidos muchas veces al tedio y a la insatisfacción. Se presenta a nuestra mirada todo el bien que falta por hacer y aparece la presencia de la cruz en el horizonte de la tarea cotidiana.
El Señor no es ajeno a nuestros cansancios y dificultades; los acompaña y trabaja para transformarlos desde dentro de nuestro corazón sacerdotal.
Ayuda mucho -en cambio- contemplar la fuente de donde proviene la gracia del ministerio. Al mirar más al donante que a los destinatarios del don surge el verdadero consuelo del sacerdocio de Cristo.
¿De dónde proviene la energía infatigable de los apóstoles, la de nuestros santos, en particular de los sacerdotes que hemos conocido y querido y que han marcado nuestra vida? El coraje del Cura Brochero… ¿de dónde se alimenta su paciencia inagotable para sufrirlo todo y esperarlo todo? Sin duda brota de la paciencia y mansedumbre de Jesús que son el distintivo de su sacerdocio santo.
Por algo nuestro pueblo, especialmente en el norte, es tan devoto del Señor de la paciencia, ya que nuestra gente esta saturada de un mundo violento e intolerante que enfrenta y destruye a los hermanos.
Vamos a renovar en unos instantes nuestras promesas sacerdotales. Para esto es necesario volver a alimentarnos de la dulzura pastoral del Señor, ajena a todo mal cansancio y a toda crispación.
Es verdad que hemos sido ungidos para ungir, pero sólo podemos hacerlo bien cuando nos dejamos penetrar por el Espíritu de Jesús manso y misericordioso; cuando dejamos impregnar una vez más nuestras heridas que fatigan la mente y el corazón por la suavidad del aceite que ungió nuestras manos y toda nuestra vida para consagrar, perdonar y bendecir.
La unción va madurando en nosotros y comporta la apropiación mansa que el Espíritu va haciendo de todo nuestro ser para poder ungir a los demás.
La paciencia no es de blandos: es parte de la virtud de la fortaleza. Estamos llamados a ser piedras, es verdad, pero piedras ungidas: “fuertes como la piedra por fuera, para edificar y sostener, para proteger al rebaño y cobijarlo, pero no duros ni crispados por dentro. Por dentro el sacerdote tiene que ser como el aceite en el frasco, como el fuego en la antorcha, como el viento en las velas, como la miga del pan". (Homilía del Cardenal Bergoglio, 1 de Abril 2010).
Mansos y humildes según el corazón de Cristo que evangeliza, libera e ilumina las tinieblas de nuestra mirada.