El discurso con que Nuestro Señor inaugura su predicación, llamado Sermón de la Montaña, empieza por la enunciación de las Bienaventuranzas.
El Maestro enseña allí cómo debemos ser los cristianos. El Evangelio ha de sustituir el egoísmo por la caridad que santifica. La perfección no consiste tan sólo en la exactitud en el cumplimiento de todos nuestros deberes, sino en el amor que pongamos en nuestras obras, es decir, dependerá de la intención que tengamos al obrar.
Jesús toma como ejemplo para explicárnoslo tres "obras de justicia", con lo cual entendemos, obras que "justifican" al hombre conforme al juicio de Dios: la limosna, la oración y el ayuno. El pueblo judío las observaba desde hacía siglos, y así pasaron con toda naturalidad a las costumbres del pueblo cristiano. Y cada año la Iglesia nos recuerda su obligatoriedad durante la Cuaresma.
Como señalamos anteriormente lo que califica una acción es la intención del agente y cabe señalar que Jesús nos enseña cuáles son las únicas disposiciones gratas a Dios: "...en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará".
"Que tu limosna sea oculta. Ora a tu Padre, que está en lo secreto. Cuando ayunes... que no vean los hombres que ayunas, sino tu Padre , que está en lo secreto".
Podríamos preguntarnos si no debe ser nuestro cristianismo un testimonio; y a esto respondemos que vivir como cristianos es, en cualquier circunstancia, profesar nuestra fe. Y aunque esto no fuera un deber, el verdadero fiel necesitaría hacer compartir a los demás sus convicciones y entusiasmo. Es mejor que miremos a nuestro modelo: Jesús fue un silencioso.
Y para iluminar a los demás, Jesús no cuenta con nuestras ostentaciones sino con nuestra vida interior. El apostolado no es una actitud, sino una irradiación, la irradiación de una llamada interior.
No es necesario que hagamos ruido y que nos vean por todas partes, ni que se hable de nosotros. Allá donde Dios nos haya situado, en nuestro hogar, entre los múltiples trabajos cotidianos, en nuestro despacho, en el trabajo, en la cocina, en la "oscuridad" de nuestras jornadas, en lo secreto, como ya hemos escrito, podemos glorificar a Dios y servir a nuestros hermanos, lo cual es vivir como cristianos.
La Limosna
"Cuando des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha" (Mt 6, 2-3)
Etimológicamente, la limosna designa un sentimiento de compasión y el ímpetu que nos lleva a aliviar a todo el que tiene una pena. Desde la parábola del buen samaritano, un discípulo de Cristo no puede pasar indiferente al lado de un hombre que sufre.
Como dijimos, el valor de nuestras acciones reside en la intención que nos mueve a obrar. Es notable que Jesús tilde de hipócrita a esa gente religiosa que realiza obras buenas para ser vistas por los hombres. Podríamos calificar de hipócrita a aquel que desempeña un papel y lleva una máscara. San Agusín decía: "...Cuanto menos tengamos obligación de dar algo a alguien, más desinteresado será nuestro afecto. Lo que tenemos que querer para el que amamos es que sea nuestro igual."
El Evangelio extendió la exigencia de la caridad hasta querer y hacer a los demás el bien que deseamos para nosotros mismos. San Gregorio Magno nos dice: "Quien distribuye sus bienes temporales no abandona más que las cosas exteriores a él, pero quien da su compasión al prójimo le da algo de sí mismo."
La caridad limosnera no consiste sólo en aliviar la desgracia ajena, sino ante todo, en compartir su sufrimiento. Para el cristiano, la caridad comienza a partir del momento en que se priva o se empobrece por los demás. Por eso el Padre celestial es el único que lo ve, allá en lo secreto.
La limosna cristiana es el encuentro de dos manos que se tienden una hacia otra, la mano de dos hermanos que se juntan, el más emocionado y el más dichoso de los cuales no es el que recibe, sino el que da más que un deber es una necesidad de nuestro corazón con respecto a los que sufren.
En efecto, ¿puedo pensar fríamente que existen cerca de mí unos seres humanos, honrados y trabajadores como yo, hijos de Dios como yo, y que no están seguros del mañana, o que hoy están pasando hambre? ¿Que hay cerca de mí familias enteras amontonadas en cuchitriles indignos, imposibles de mantener limpios, y que ven llegar aterrados el final de cada mes; que hay niños que no pueden crecer, madres que no pueden criarlos, ancianos que acaban en la indigencia una vida laboriosa? ¿Por qué ellos y no yo? Hay hombres como yo, que trabajan para procurarme el alimento, el vestido, todo lo que me hace falta. ¿Voy a limitarme a acusar los defectos de la sociedad y de los poderes públicos, cuando puedo, por poco que sea, aliviar su sufrimiento y su inquietud?
Hay cerca de nosotros seres enfermos que han perdido toda esperanza de curación. ¡Y no va a oprimirse nuestro corazón ante este pensamiento!
Cerca de nosotros hay hogares rotos, seres traicionados y abandonados, que maldicen una vida demasiado cruel...
Ni nuestra conciencia ni nuestro corazón podrán estar tranquilos en tanto no hayamos participado en su desgracia, en tanto no les hayamos dado una parte de la dicha de que gozamos. Y cualquiera que sea la manera como nuestra compasión se manifieste: don material, don de nuestro tiempo, don de nuestra amistad, todas esas formas de la limosna cristiana serán una obra de justicia fraterna.
La suma de dolores que caen sobre tantos de nuestro semejante, acaba uno por asombrarse de ser dichoso y casi por reprochárselo.
[ Extracto del libro "En lo Secreto" de George Chevrot]