El Día del Niño por Nacer fue celebrado en San Isidro
En la jornada en la que se celebra el Día del Niño por Nacer, establecido cuando la feligresía católica recuerda el anuncio de la concepción del Salvador en el seno de la Santísima Vírgen, el obispo de la diócesis de San Isidro, monseñor Oscar Ojea, ofició una misa en la parrroquia San Juan Bosco [Av. Bernabé Márquez 3031, San Isidro].
La actividad realizada este martes 25 de Marzo convocó a fieles que, en muchos casos, llevan adelante tareas concretas en La Merced Vida y Grávida, en la asistencia hacia mujeres para que desistan de abortar a sus hijos y a contener a aquellas que ya padecen los daños psicológicos propios de la toma de conciencia de tan absurda decisión.
"En las fiestas humanas celebramos los éxitos, los logros. El hombre celebra las cosas que están producidas por él. En las celebraciones cristianas nosotros celebramos el don, celebramos lo que Dios nos regala. Por eso para la Iglesia siempre es más importante esta celebración en la que el mismo Cristo Jesús, concebido en el seno de María y que bendice toda vida humana, la enaltece."
En su homilía, el obispo recordó la escena que cita el libro del Éxodo en la que unas mujeres desobedecen al faraón de Egipto, que les había encomendado matar a los varones que nacieran, y que, tal vez, sean las primeras personas (incluso conocidas por sus nombres) que eligieron libremente defender la vida naciente.
Monseñor Ojea mencionó también los conceptos del Papa Francisco sobre la defensa de la vida, cuando dijo que "frecuentemente para ridiculizar alegremente la defensa que la Iglesia hace de la vida humana se presenta su postura como algo ideológico, oscurantista o conservador. Sin embargo esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano. Supone la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier etapa de su desarrollo".
"También es verdad -dice el Santo Padre- que hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias, particularmente cuando la vida que crece en ellas ha surgido como fruto de una violación o en un contexto de extrema pobreza".
"Quiero destacar -continúo monseñor Ojea-, "el profundo agradecimiento en nombre de la Iglesia todo el trabajo que Grávida y La Merced Vida están haciendo para acompañar a aquellas mujeres que han tenido que vivir situaciones sumamente dolorosas y la maternidad ha resultado herida, lastimada. Todo lo que se hace para acompañar, reconciliar, reconducir ese corazón lastimado, tiene que ver con la caridad, con la misericordia de Dios, con ese don sobreabundante que el Señor regala y que quiere que la Iglesia administre".
"En este día de gozo de la encarnación nosotros le agradecemos al Señor la dignidad que hemos recibido desde el momento de la concepción en el seno virginal de María. Al mismo tiempo le pedimos a Dios que toque el corazón de los legisladores, personas que tienen que ver con las decisiones últimas en cuanto a la legislación, para que esta ley criminal (del aborto) no tenga lugar en nuestra patria".
Finalizada la homilía el obispo diocesano realizó una bendición especial a las mujeres embarazadas presentes en el templo y luego Teresa Ordoñez, colaboradora de La Merced Vida, les entregó un obsequio especial de parte de las entidades provida impulsoras de la celebración eucarística.
Al concluir la Santa Misa, concelebrada por el padre Juan Ignacio Ibañez -párroco de San Andrés Avelino y asesor de Grávida- y por el padre Ignacio Dodds -párroco de Santa María de los Ángeles y asesor de La Merced Vida-, una joven mujer relató su dolorosa experiencia de haber abortado y, luego de 10 años de conservar un gran dolor en su corazón, pudo comenzar un camino de sanación con la comprensión de familiares y amigos.
El testimonio público -un paso importante en la superación del síndrome post aborto- pretendió llevar a los presentes dos mensajes concretos: el aborto nunca es una solución y, una vez cometido, es posible superar, con la ayuda de Dios, la dolorosa angustia de haber sacrificado a un hijo.