El 15 de Agosto celebramos gozosos el día de la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo.
Entendemos esta fiesta o pensamos en esta fiesta, mejor dicho, con la alegría con que Jesús debió haber recibido en el cielo a su madre. Ella que lo recibió en la tierra con humildad pero con su corazón abierto, generoso. Ella que le dio su corazón, que le dio su familia, ella que le enseñó tantas cosas. Es como si el día de la Asunción el Señor le devolviera todos esos favores y llevara su madre a su casa, le diera su propia casa y allí la recibiera resucitado para que ella fuera la primeras de las personas glorificadas por los méritos de la resurrección de Jesús.
La Virgen en cuerpo y alma a los cielos es la criatura resucitada que junto a Jesús intercede continuamente por sus hijos.
María le está diciendo al oído a Jesús continuamente lo que nosotros necesitamos.
María es la criatura perfecta. Es lo mejor que nosotros podemos tener delante de Dios. Nuestra madre, nuestra intercesora no deja de estar cerca nuestro, está continuamente a nuestro lado. Pero, gozosos en el día de la Asunción, nos imaginamos la alegría del cielo al recibirla allí y le pedimos a la madre que no nos abandone nunca.
Ella que quiso quedarse con la iglesia, quedarse con los apóstoles, ejercer su función de madre, dar su testimonio ante los apóstoles de su experiencia de Jesús, de su experiencia del Espíritu Santo, ella continua desde el cielo gravando en su corazón la vida de cada uno de nosotros y sabiendo cuáles son nuestras necesidades.
Confiemos en ella. Sube al cielo no para irse sino que se queda para siempre con nosotros ejerciendo su rol de madre.
María asunta al cielo, madre de Cristo, madre de la iglesia, intercede por todos nosotros y especialmente por esta tu diócesis de San Isidro que quiere peregrinar siendo fiel al Evangelio que vos viviste y siendo fiel a la misión que vos cumpliste hasta el final, de mostrarnos a Jesús.
Que Dios los bendiga a todos y que la Virgen los cuide y los proteja.